Capítulo 32

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Levantar a Fátima le costó más que salir de la cama con menos de cuatro horas de sueño. Estaba exhausta y se le partía la cabeza en mil pedazos, pero debía trabajar. Antes de sentarse frente a la computadora y comenzar a combinar los estilos gramaticales, tenía que atravesar la ciudad para llegar a su departamento y aquello la cansaba aún más.

Eran las nueve y media de la mañana cuando cruzó la puerta principal del edificio de su amiga. Vestida como había salido la noche anterior, se dirigió a la parada de colectivo a gran velocidad, tanto que sus pies parecían no tocar el suelo. Aún no había revisado su celular y por ende, no estaba al tanto de los mensajes que la esperaban en el chat de Juan Pedro.

Durante las cuatro cuadras que separaban la casa de Fátima de su destino, solo pudo pensar en la noche anterior. Repasaba cómo se había sentido en cada escenario: en la previa con sus compañeros, en el boliche, bajo los efectos del alcohol y las drogas y también, hablando con su amiga antes de dormir.

Fue breve el trayecto, pero le sirvió para reafirmar lo que tanto le dolía: no estaba bien y la causa era la situación con Juan Pedro. Por más que quisiera tapar sus sentimientos, allí se encontraban. Tenía que buscar una solución lo antes posible y le atemorizaba que la única fuera alejarse de él.

Cuando llegó a la parada, esperó pocos minutos y divisó el transporte público. Una vez arriba, sacó su teléfono para corroborar la hora y de paso, avisarle a su ¿novio? que ya estaba en camino a su hogar. Eran las diez menos cuarto, estaba justa de tiempo, pero lo lograría.

Al abrir Whatsapp, encontró con varios mensajes en el chat de Juan Pedro y se sorprendió al ver que el último era un audio de cuarenta segundos. No era propio de él enviar audios y menos a las seis de la mañana.

Se colocó los auriculares y le dio play al primero, el cual le arrancó de un tirón la expresión de seriedad que llevaba en el rostro. Sus comisuras estaban tan tirantes como la cuerda floja de un circo. La voz ronca de Juan Pedro era una de sus debilidades y si a aquello le sumaba las palabras que decía, era imposible no sonreír.

Le dio play al segundo y se sorprendió aún más. Habían pasado años desde la última vez que la había llamado gorda. Era un apodo que Lali amaba y que incluso había surgido pocos meses antes de que su relación termine. Juan Pedro solía decirle La o "linda" desde que habían vuelto a hablar y aquel sobrenombre tan familiar, le hacía saltar el corazón.

En ese mensaje, la sinceridad con la que había dicho las oraciones se podía palpar incluso a través de la pantalla del dispositivo. Nuevamente, al igual que con el primer audio, una sonrisa apareció en el rostro de Lali. Juan Pedro quería arreglar las cosas e incluso tenía una propuesta. Eso era más de lo que ella hubiera esperado.

Los mensajes de voz la habían llevado a una nueva galaxia. La voz ronca había sido el transporte perfecto para dejarla sumida en una nebulosa de amor, esperanza y deseos. 

Le agradeció a Juan Pedro por tener tanta confianza en ella y luego, le aceptó la invitación a almorzar. Bloqueó su celular y comenzó a mirar por la ventana, contemplando la gran cantidad de gente que circulaba. 

¿De dónde eran? ¿A dónde iban? ¿Sufrían por amor? ¿Estaban enamorados? ¿Decían te amo?

Poco a poco la sonrisa que ocupaba tres cuartos de su rostro desapareció. Volvió aquella línea recta que resaltaba sus carnosos labios. Hacerse aquellas preguntas retóricas la había llevado a realizar una introspección demasiado profunda para la hora y el lugar donde se encontraba.

Juan Pedro estaba teniendo gestos que ella jamás se hubiera imaginado de su parte, menos luego de lo ocurrido. La había hecho tan feliz que pensara en ella antes de dormir, que solo podía hacerse más y más preguntas. Odiaba la capacidad que tenía para destruirse a sí misma.

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