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Capítulo 22.
Que llueva, que llueva.

Apenas conseguí abrir los ojos cuando ya sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Tenía frío.
Me los tallé, quitándome alguna legaña. Cuando los volví a abrir, me encontré el rostro de Alastor frente al mío. Seguía dormido.
No pude evitar sonreír.

Era tan adorable dormido...
Me acerqué para darle un pequeño beso en la mejilla, y me levanté de la cama. Me fui al baño, donde supuestamente estaría mi ropa. Sin embargo no la encontré ahí.
Decidí a esperar a que Alastor despertara para preguntarle. Mientras tanto, decidí hacerle un pequeño favor, preparándole algo como desayuno.

No tenía muchas cosas en la nevera, más que carne. Tampoco quise averiguar de dónde procedía esa carne. Inhalé un poco de aire, intentando calmarme un poco ante la falta de ideas.
Me encontré con un pequeño tarroncillo con especias. También encontré algo de frutos, únicamente rojos.
Entonces caí. ¿Alastor tenía algo de yogurt? Porque con él podría aprovechar para hacerle una pequeña “sopa” de fruta, con la cantidad enorme de fresas que tenía. Tomé una.
La lavé y me di cuenta de que era una fresa amarga, y que yo esperaba que fuera dulce. Me la terminé, por supuesto, pero no era mi cosa favorita.

Me harté de la falta de alimento en la casa que no fuese rojo, así que simplemente decidí elaborar mi propio plan para ir a comprar algo y que pudiera comer aunque sea algo más usual, para las mañanas.
¡Ni café tenía el pobre!

Tenía aún algo de dinero que había ganado en una pequeña apuesta que hice con Luther, en caso de que Husk ganara. Tenía pensado gastarlo para esta ocasión.
Sin embargo, fallaba mi ropa. Quería encontrarla.

— Mierda, Alastor.—susurré.

Encontré mis pantalones, pero no mi camiseta. La rechacé. Tenía la camisa de Alastor, a unas malas podría hacerse pasar como una camisa enorme y ya.
Encontré mis zapatillas donde a él le gusta esconderlas, y me las puse, junto a los calcetines, para no hacerme daño.

Me toqué el pantalón. El dinero seguí ahí.

Salí de la casa, aún con tiempo de sobra para volver y prepararle algo. Tenía en mente aprovechar la carne de su casa.
Un pequeño bocadillo con huevo y un batido con sus fresas amargas debería ser suficiente.
Sin embargo, debía buscar el pan, la lechuga, huevos, tomate... ¿Dónde hay un súper por aquí?

— ¡Buenos días!—saludé a un vendedor— ¿Qué venden aquí?

— Fruta y verdura.—contestó, molesto— ¿Vas a comprar?

— ¡Sí! Quisiera echarle un vistazo a los tomates y a la lechuga, si es posible.—dije, sonriendo.

El demonio simplemente rodó los ojos y me acompañó al interior de su tienda.

— Tomates. Lechugas.—señaló.

— Gracias, caballero.—le dije, observando cuáles eran los más óptimos para Alastor.

Finalmente tomé un par de tomates. Las lechugas que vendían era ni más ni menos que la romana, y por ello en cierto modo rechacé la idea de hacerle nada con ellas. Pero al mismo tiempo la idea de que tal vez le guste me hizo tomar la raíz de una, y llevárselas al vendedor.

— ¿Cuánto es?—cuestioné, dejándolo encima de la mesa.

— ¿No vas a robarlos?—preguntó el chico, y yo negué con la cabeza— Vaya, gracias... Por fin podré cobrar algo este mes...

━━ 𝐃𝐈𝐋𝐎    Alastor .Donde viven las historias. Descúbrelo ahora