CAPÍTULO TRECE La locura de Edd

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Fabana estaba destrozada: La muerte de su esposo había sido como si mil alfileres le hubieran atravesado el corazón, torturándola lentamente.

Por varios días no probó alimento alguno, aunque sí iba y lo conseguía para sus cachorros. Vivía en silencio y soledad su tristeza, prefiriendo aislarse del resto de su jauría. No quería que nadie la viera en ese estado.

Y como si la muerte de su amado esposo no hubiese bastado, una segunda tragedia se segregó sobre ella y su familia; El Pequeño Edd, siempre tan alegre, siempre tan parlanchín, ahora estaba trastornado; su mirada que siempre era perdida ahora lo estaba más que nunca, era excéntrica, insana, con sus pupilas siempre dilatadas. Ahora Edd casi siempre tenía su lengua de fuera y babeaba como un perrito. Sus movimientos eran torpes, y sus acciones demasiado infantiles sobrepasando el límite, por ejemplo, comenzó el extraño hábito de corretear su cola, o de darse extrañas maromas, pero lo peor de todo es que había perdido por completo la capacidad del habla y del entendimiento; aunque se le hablaba no parecía entender palabra alguna y por otro lado ahora sólo hacía gestos y ruidos extraños y torpes para comunicarse. Así mismo, había adoptado una tendencia bastante desconcertante; reír sin parar. En definitiva la naturaleza de cualquier hiénido es reír mucho, pero Edd lo hacía de una forma exagerada y compulsiva, reía sin razón aparente, o en caso de haberla, sus carcajadas podían durar minutos enteros. A veces se reía sólo o por cosas sin sentido como que pasara una mosca.

Ésta situación era demasiado dolorosa para su pobre madre, y para sus hermanos; habían perdido para siempre al Edd parlanchín y cuerdo que alguna vez habían conocido. Ahora su pequeño Edd se había vuelto loquito. Su locura como producto de haber visto morir a su padre asesinado a sangre fría y de una brutal manera por los búfalos. Probablemente el trauma de haber presenciado aquello lo impactó a tal grado que su mente creó un mecanismo de defensa poderoso que lo hizo perder por completo la cordura.

Y así, Edd no volvería a ser el mismo nunca más...

Pero pese a todo ese dolor Fabana encontró consuelo una mañana en que veía a Edd jugar con sus hermanos. Un escarabajo pasó volando y Edd comenzó a reír. Nadie pudo detener su risa, entonces, Shenzi se acercó a su madre, y le dijo:

"Al menos Edd siempre será feliz; reirá toda su vida y por todo, y poco sabrá de problemas y sufrimiento"

Fabana seguía viendo con melancolía a su hijo, viendo como reía y reía sin parar.

Después, ella volteó a mirar a su hija, y con una sincera sonrisa que brotaba desde lo más profundo de su corazón, seguido de una lágrima que emanó de su ojo derecho, le respondió: "Sí, hija, tal vez tengas razón".

El Rey León: CLARO DE LUNA (sobre HIENAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora