Capítulo 2

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Oscuridad; eso era lo único que podía distinguir. Me encontraba solo, en algún lugar extraño. La tristeza y soledad reinaban ahí. Parecía abandonado. Empecé a sentirme nervioso. Odiaba la oscuridad. El hecho de no poder ver nada a mi alrededor me aterraba.

Comencé a caminar nerviosamente en donde sea que me hallaba; trataba de encontrar algo, lo que fuera con tal de salir de aquellas tinieblas. Afortunadamente, encontré una casa.

De la nada, todo se aclaró. La oscura neblina en la que me había perdido se esfumó. Aunque mi alivio duró poco después de observar detenidamente la zona. El césped estaba seco; la casa parecía abandonada desde hace años, ya que demostraba que en cualquier momento se le iba a derrumbar el techo. Los árboles estaban completamente muertos. Aunque los árboles no eran los únicos que daban aquel aspecto. Todo en ese lugar lucía muerto.

Procedí a acercarme a aquella casa. No sabía por qué, puesto a que tranquilamente se me podía caer el techo encima, pero había algo raro, como una vibra que me impulsaba a entrar allí. No me detuve y seguí con mi caminata. Al estar cerca de aquel hogar desolado, me paré en seco. Una lágrima bajó por mi mejilla al percatarme de algo. La casa se me hizo repentinamente familiar, y luego de estar un rato intentando descifrar el porqué, lo descubrí: era la casa de Mangel.

Estaba enfrente de la puerta. Solo tenía que abrirla, nada más, pero todo ese impulso que me había venido de la nada se fue al igual que llegó. Me sentía de una manera inexplicable; era como si me fuese a adentrar en el mismo inframundo. Aun así, decidí entrar. Posé mi mano nerviosamente en el pomo de la puerta, y sin más, la abrí.

La casa estaba irreconocible. Se encontraba totalmente deteriorada. Recorrí el lugar con mi mirada; daba mala vibra.

Empecé a caminar por la casa. No sabía por qué, pero sentía que mi mente sí sabía la razón. Buscaba algo. ¿El qué? Ni idea. Sin darme cuenta, terminé parado frente a la puerta de una habitación. Tenía un presentimiento malo, como si cuando entrara allí, iba a hallar algo que no quería ver. Pero poco me importó esto, y entré. Era la habitación de Mangel. Observé atentamente aquel cuarto, pero mi vista se detuvo al reconocer algo: una silueta se encontraba mirando por la ventana.

Me acerqué a su posición. Estaba de espaldas, así que no podía verle la cara. Pero cuando estuve lo suficientemente cerca, me frené. Lágrimas aparecieron en mis ojos nublándome la vista al reconocer a aquella persona.

—¿Mangel? —Murmuré con un tono muy bajo. Y es que no lo podía creer. Era él: mi Mahe.

Para mi suerte, él me escuchó, ya que se dio la vuelta y se quedó mirándome fijamente. Nuestras miradas se conectaron. Una sensación rara me recorrió el cuerpo, y una pequeña sonrisa apareció en mi rostro. Al notar esto, Mangel también sonrió, pero su semblante volvió a ser serio al instante, lo que provocó que yo me pusiera igual.

De pronto, él se acercó a mí. Por alguna razón, me puse nervioso y agaché mi cabeza. Cuando estuvo bastante cerca mío, tomó mi mentón, haciendo que levantara mi mirada para posarla en él. Estuvimos así unos minutos, solo mirándonos, como si tratáramos de descifrar lo que sentía el otro. Pero aquella conexión se rompió cuando Mangel sacó de su bolsillo una bandana y me la entregó. Yo la observé detenidamente, preguntándome por qué me la regalaba. Era igual que la bandana que él tenía puesta. Pero, me percaté que había una diferencia: la que me había dado tenía bordada la letra "R" en color dorado.

De la nada, Mangel dijo:

—Siempre tuyo, mi Rubiuh.

Me quedé en shock ante eso, analizando lo que había dicho. Pero, de repente, yo le respondí:

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora