Epílogo

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Sesenta años habían pasado desde aquella batalla en la que Rubius combatió a la par de Mangel contra Fenrir. Miraba desde su silla las montañas que había a la lejanía y el pequeño pueblo al que iba para comprar víveres que se encontraba atravesando la colina.

Sonrió, completamente relajado y en paz consigo mismo.

—Luchaste valerosamente, Rubiuh —dijo Mangel a su lado.

—Lo sé.

—Creo que eso demuestra que no eres inútil como pensabas en aquella época.

—Lo sé.

—¿Cómo te hace sentir eso?

—Sinceramente, muy bien. Es increíble pensar que nosotros fuimos los que lograron que Karmaland se salvara —respondió con alegría.

—Es algo que nunca hubiese pensado.

—Tampoco yo.

—Pero no lo hicimos solos. Los espíritus y los dioses nos ayudaron —mencionó Mangel.

—Tienes razón.

Ambos se callaron y se miraron. Los dos sonrieron mientras se veían a los ojos. Irradiaban un brillo especial.

—Y han pasado sesenta años de aquello. ¿Quién hubiese pensado que pasaría tan rápido el tiempo? —Comentó Rubius, sonriente.

—Lo sé, ¿verdad? Es extraño pensarlo.

—Sí.

Volvieron a callarse. Pero, después de un momento, Rubius interrumpió aquel silencio.

—Mangel, hoy es el día.

El espíritu observó a su compañero durante un rato y luego suspiró.

—Lo sé —respondió, inexpresivo.

—No te hagas el deprimido. Sé que internamente estás saltando de la alegría.

Mangel rio.

—Bueno, puede ser.—Dijo, sonriente.

—¿Ves? Lo sabía. Si es que siempre te haces el interesante —comentó Rubius, burlón.

—No me hago el interesante.

—Sí, lo haces.

—Que no.

—Que sí.

Ambos discutieron infantilmente, pero luego, rieron.

—Tú ya tienes noventa años y yo ochenta y nueve, y todavía peleamos como críos —dijo Mangel, entre risas.

—Es que somos especiales —contestó Rubius, divertido.

—¿No irás a despedirte de tus amigos?

—No. Dejaré que el drama perdure por un rato y haré que los dioses les avisen.

Mangel miró con enfado a Rubius.

—¿Qué? Es un buen plan —exclamó el peliblanco, que ahora era de este color por las canas y no porque estuviese teñido.

Mangel rodó los ojos.

—Eres igual a pesar de ser un viejo con arrugas y canas —comentó el castaño.

—¡Hey! Sé más respetuoso con este anciano.

—No quiero —dijo infantil Mangel.

Ambos rieron, y al callar, el silencio reinó en el lugar.

Después de un rato, Rubius informó:

—Mangel, creo que ya es hora.

—Al fin, el día ha llegado.

—¿Me acompañarás?

—No te dejé solo en esta vida y no lo haré en la siguiente, Rubiuh.

Rubius sonrió.

—Nos vemos en el Más Allá, mi Mahe.

—Nos vemos en el Más Allá, mi Rubiuh.

Rubius cerró los ojos y sonrió, para luego, dar un último suspiro.

(...)

Rubius despertó en una colina solitaria. No había nadie alrededor, solo un campo lleno de flores y algunos árboles. Se levantó y caminó un poco. A la lejanía, pudo ver una silueta. Se acercó y, al hacerlo, logró ver quién era.

—¡Mangel! —Gritó.

Mangel se dio la vuelta y divisó a su mejor amigo allí.

¡Rubiuh!

Ambos corrieron hacia el otro y se abrazaron fuertemente. Luego se observaron con detenimiento. Los dos tenían su aspecto de cuando eran jóvenes, y eso les alegró.

De repente, se miraron fijamente a los ojos y empezaron a acercarse lentamente. Y pasó aquello que estuvieron esperando durante largos años: un beso; tan cálido y tierno que les hizo sentir de una manera indescriptible. Se besaban anhelantes, porque esperaron por mucho tiempo a que eso pasara, pero, a su vez, con un cariño y ternura que se mezclaba con aquella pasión que les llenaba el pecho. Se besaban con gran deseo, pero luego lo hicieron lentamente porque sabían que ahora tenían todo el tiempo del mundo. Ese momento era tan especial para ellos que, por un momento, olvidaron todo: los años pasados; las tristezas; las alegrías... Solo eran ellos, en aquel paraíso llamado el Más Allá.

Al separase, Mangel dijo:

Siempre tuyo, mi Rubiuh.

—Siempre tuyo, mi Mahe.

(...)

Una pequeña niña iba tomada de la mano de su madre, paseando por el pueblo. Era un día soleado y bonito; todo estaba completamente tranquilo. La inseguridad en Karmaland disminuyó de una manera abismal desde aquella batalla hacía sesenta años.

De repente, en el centro del pueblo, se toparon con una estatua. Eran dos jóvenes que iban sostenidos de la mano, ambos sosteniendo una espada con la otra mano que tenían libre.

—Mami, ¿quiénes son ellos? —preguntó súbitamente la niña con curiosidad.

—Ellos son los héroes de Karmaland. Ambos salvaron al pueblo hace sesenta años atrás, luchando valerosamente contra Fenrir, un hombre malvado que amenazó con conquistar el pueblo. Afortunadamente, ellos lo vencieron, y ahora vivimos en paz. Por eso decidieron hacerles una estatua para recordar tan memorable momento y agradecerles por su sacrificio —respondió la mujer, orgullosa.

—Oh, pues entonces yo también quiero darles un regalo.

La niña se soltó abruptamente de su madre y corrió hacia el césped; al hallar lo que estaba buscando sonrió. Tomó la flor blanca entre sus manos y la arrancó. Luego se dirigió de vuelta hacia la estatua y dejó la flor en la placa.

—¡Listo! Ahí está mi regalo —dijo felizmente.

—Muy bien, mi niña. Seguramente ellos lo aprecian enormemente.

Luego la niña volvió a tomar la mano de su madre y ambas siguieron su camino, yéndose del centro del pueblo.

«En memoria de Rubius y Mangel, nuestros valientes héroes. Siempre en nuestros corazones».

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora