Capítulo 8

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La mirada de Rubius se quedó fija en aquel espíritu que veía ahora. Sus ojos se ensancharon de la sorpresa y su respiración se aceleró. Sintió que todo el mundo se había detenido por unos segundos. Y es que no lo creía. Seguramente, su mente le estaba jugando una mala pasada por todas las cosas que le estaban sucediendo últimamente, y ahora empezaba a ver cosas que no debían de estar allí.

—No, no, no. Tú... Tú no estás vivo. Simplemente estoy volviéndome loco y ahora veo el fantasma de mi mejor amigo —dijo Rubius, totalmente confundido y perdido por la situación en la que se encontraba.

—Pues yo me veo bastante real. Bueno, en realidad, sí, estoy muerto, y solo estás viendo mi espíritu pero... Da igual, detalles —habló Mangel en tono divertido.

—Estoy alucinando en este preciso momento. Esto no es real; no puede serlo —murmuró el peliblanco, a punto de tener un colapso mental.

Rubiuh...

—¡No estás aquí en verdad! ¡No lo estás! —Gritó, ya con los nervios a flor de piel.

Rubiuh, mírame —ordenó Mangel.

—No eres real, no lo eres, no lo eres —murmuraba el más alto.

—Hey, mírame —habló el de pelo castaño, conservando su tono suave y tranquilo. Lo había tomado de las muñecas, cosa que sorprendió a Rubius, provocando que lo mirara fijamente, con ojos llorosos.

Y se quedaron así: ambos mirándose el uno al otro. El de pelo teñido trataba de conservar su pensamiento de que todo era un espejismo. Pero, no pudo hacerlo, ya que el hecho de que Mangel le estuviese agarrando las muñecas comprobaba que sí era real.

En cambio, el más bajo lo observaba fijamente a los ojos. En los últimos días, había sentido todo el sufrimiento de su mejor amigo. Pudo escuchar cada vez que lloraba y gritaba. Logró sentir todas las emociones que carcomían a Rubius diariamente. Todo lo que el peliblanco pensaba, también lo hacía él. Era bastante raro, y toda la intriga que Mangel sentía se la transmitía al contrario. Le mostraba que él tampoco tenía idea de por qué seguía en el mundo de los vivos; que él no entendía por qué Rubius era el único que lo podía ver.

Por otra parte, el de cabello teñido había llegado a su límite. Sentía cosas que nunca había sentido. Todas sus emociones se mezclaron. Eran muchísimas las cosas que le estaban sucediendo, y mezclar todas ellas le carcomían el cerebro.

Estaba a punto de desmoronarse. Necesitaba soltar todos sus sentimientos de una buena vez, porque ya no podía más. No tenía ningún tipo de fuerza; ni física, ni mental. Así que lo hizo. Saltó al espíritu de Mangel, haciendo que ambos cayeran al suelo, pero a ninguno le importó. Rubius estaba llorando desconsoladamente, mientras se aferraba fuertemente al cuerpo de su difunto amigo. No sabía cómo podía tocarlo. Era una sensación rara, porque no era un cuerpo, era energía, la cual podía sentir. Era sumamente extraño.

Mangel correspondió al instante el abrazo. Él también había extrañado a su mejor amigo. Sentía un vacío horrible al saber que no lo tenía más en su vida. Además, él podía pensar y sentir todo lo que cruzaba por el subconsciente del de pelo blanco. No sabía por qué, pero después lo descubriría. Así que abrazó fuertemente a Rubius. Con ese abrazo quería demostrarle todo lo que sentía; todos los pensamientos que tenía día a día, los cuales le decían que no podía ayudar a su mejor amigo porque era un fantasma; que su tortura diaria era oírlo gritar y llorar desgarradoramente y ver su aspecto destrozado en su mente, pero no poder consolarlo.

Rubius le transmitía lo mal que se había sentido últimamente. Le mostraba que él tenía un vacío que no podía rellenar; que su mente estaba revuelta de pensamientos y emociones que lo atormentaban a cada minuto. Y, también, que siempre tenía ganas de llorar sin una razón aparente. Solo se sentía devastado, y eso para él era una razón válida para quitarse todo el peso que llevaba encima.

No sabían cuánto tiempo se habían quedado así: Rubius echado arriba de Mangel, con sus brazos rodeando su cuello y su cabeza oculta entre el espacio que había de este y su hombro; y el de pelo castaño abrazándolo por la cintura, con un agarre que decía que no lo quería dejar ir.

En un momento, sus miradas se encontraron. Sus rostros estaban demasiado cerca, pero no les importaba. Se sonrieron con tristeza, y juntaron sus frentes, provocando que sus narices se tocaran. De los ojos de Rubius seguían cayendo lágrimas descontroladamente, y ante esto, Mangel empezó a plantarle besos suaves y tiernos debajo de sus párpados y por sus mejillas. Una corriente électrica recorrió el cuerpo del más alto. Sentía una calidez enorme en su pecho, y también que ya no tenía ese vacío que lo deprimía.

Luego, Mangel movió su nariz levemente contra la del otro muchacho, y le plantó un besito en la punta de la misma. Rubius rio algo nervioso por aquello pero, de todas formas, se sentía relajado por completo. Su sonrisa se amplió enormemente, ocasionando que sus hoyuelos se remarcaran más. El de pelo castaño siempre había visto aquellos hoyitos en sus mejillas como algo sumamente adorable del más alto. Le encantaban; por eso, en un ataque de ternura, le besó reiteradas veces aquellos hoyuelos, provocando que el peliblanco riera.

De repente, se quedaron mirándose fijamente. Analizaban cada pequeño detalle del rostro del otro, y sin darse cuenta, comenzaron a sonreír como bobos. Si alguien los viera así, pensarían que eran una pareja. Aunque los dos ya estaban acostumbrados a ese pensamiento de la gente que los conocía.

En un momento, habían escuchado a monstruos acercarse, así que Rubius decidió volver a su casa.

—Debo de regresar a mi hogar, Mangel —le dijo el de cabello teñido.

—De acuerdo. ¿Volverás? —Preguntó inquisitivo el muchacho más bajo.

—Tú sabes que sí —le respondió, para luego guiñarle el ojo.

Rubius caminaba felizmente y muy relajado. Su mente estaba repleta de sentimientos inentendibles, pero poco le importó. Optó que sería mejor olvidarse del mundo por un rato.

Además, lo necesitaba. Extrañó aquellos abrazos que le llenaban el pecho con una calidez enorme, la forma en la que lo consolaba, los besitos inocentes (que eran nuevos en las acciones de ambos), y su manera de calmarlo. Simplemente, lo había extrañado muchísimo.

De pronto, se detuvo. Miró al cielo y, repentinamente, dijo:

—No voy a desperdiciar esta segunda oportunidad.

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora