Capítulo 7

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Rubius estaba abrazando sus piernas, con la cabeza apoyada en las mismas. No podía dormir, ya que otra vez había visto una película de terror a la noche. Odiaba tener insomnio, y más después de ver algo de horror. Trató de conciliar el sueño, pero le fue imposible. Así que decidió llamar a Mangel. Sabía que su amigo debía de seguir despierto a esta hora, y lo que más necesitaba en ese momento eran sus abrazos. Sonó muy cursi, pero era la verdad. Siempre que lo abrazaba se calmaba al instante. Sentía una tranquilidad impresionante y una calidez enorme cuando lo hacía.

Sonrió ante aquel pensamiento. No sabía cómo hacía su amigo para hacerle sentir una increíble paz interior cuando estaba con él.

De pronto, escuchó a alguien tocar la puerta. Se cubrió con una manta y se encaminó hacia la entrada principal de su casa. Cuando la abrió, vio a su amigo frente a él respirando agitadamente. Se rio por aquel aspecto que traía. Su cabello estaba despeinado y había ido en pijama y con una sudadera para no pasar frío.

De repente, Mangel habló:

—Vine lo más rápido que pude. Apenas vi tu mensaje, cogí la primera sudadera que encontré y salí corriendo de mi casa hacia la tuya —dijo entrecortadamente, ya que le faltaba el aire por la corrida que se había hecho al ir al hogar de su mejor amigo.

—Eres el mejor, Mangel. Ven, entra, que ahí afuera te vas a congelar —habló el peliblanco, haciéndose a un lado de la puerta para que su invitado pudiera pasar.

—No es nada, Rubiuh —le dijo Mangel, restándole importancia al asunto mientras se adentraba en el hogar del de pelo blanco.

Ambos se dirigieron a la habitación y se acostaron en la cama. No hacía falta palabras para saber cómo estaba el otro, o lo que quería. Tenían una conexión tan fuerte que con tan solo una mirada deducían lo que le sucedía al contrario. Mangel sabía el efecto que tenía su presencia en su amigo. Cuando estaba con él, lograba apreciar cómo Rubius se calmaba y sonreía ampliamente. Sabía perfectamente que el peliblanco se estresaba fácilmente y que su estado de ánimo podía cambiar con mucha rapidez, por eso le gustaba que sonriera y estuviera relajado a su lado.

—Mangel, ¿podrías abrazarme? —Preguntó con nerviosismo su amigo.

Rubius lo miraba suplicante; solo quería ser reconfortado. Le resultó tierna aquella acción y, sin más, lo abrazó. Pudo ver que su mejor amigo se relajó cuando lo hizo y que una sonrisa muy bonita se dibujó en su rostro. Era muy raro que Rubius se pusiera así de sumiso, pero no lo podía evitar. Cuando estaba con Mangel, todo tipo de barrera se derrumbaba. Olvidaba al mundo por un rato y solo se dejaba llevar por el cariño que le proporcionaba. Y así lo hizo: se acurrucó más en el pecho de Mangel, y este lo abrazó más fuerte mientras le acariciaba el pelo.

—No sé qué haría yo sin ti, Mangel. Sé que no soy de decirlo mucho, pero gracias por estar siempre para mí cuando te necesito. Te quiero.

—Yo tampoco sé lo qué sería de mí si no estuvieras tú, Rubiuh. Te quiero mucho —habló el de pelo castaño, para luego darle un beso en la frente a su amigo. Este rio suavemente por aquella acción, y dejó que el sueño le ganara lentamente, lo cual contagió a Mangel.

(...)

Empezó a abrir los ojos con pesadez. No recordaba nada de lo que había sucedido. Cuando se despertó completamente, miró a su alrededor al acordarse que en la tarde había sufrido de un ataque de ansiedad. Al observar su entorno, se dio cuenta que estaba en una cabaña acostado en una cama. Se puso nervioso al no reconocer el lugar en el que se encontraba. Tenía una jaqueca horrible, pero no le importó, y, aun así, se levantó de aquella cama y se dirigió a la entrada para salir de allí.

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora