Capítulo 25

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Rubius se hallaba en la cafetería, desganado. Hoy le habían suministrado las pastillas en cuanto se despertó, lo que provocó que Mangel desapareciera. Eso lo deprimió bastante, así que andaba desayunando de mala gana. No hubiese comido de no ser porque Antonio cuando vio que no lo estaba haciendo lo reprochó. Comía lentamente, con el ceño fruncido, apoyando su cabeza en una mano. Parecía un niño enojado, pero él no se percató de ello. Antonio se rio por lo bajo cuando notó aquel semblante infantil.

Olivia apareció unos minutos después con un papel en la mano; no veía a su alrededor puesto a que su mirada estaba fija en aquella hoja. Se dirigió hacia ellos y se detuvo. Iba a decir algo, pero cuando levantó la mirada y vio a Rubén comiendo de mala gana con aspecto de niño, y a Antonio conteniendo la risa, decidió esperar.

—¿Y a ti qué te pasa? —Preguntó refiriéndose a Rubén.

—Hoy me dieron mis pastillas —comentó sin mirarla; su vista se hallaba fija en su plato de comida.

—¿Estás tan malhumorado solo por eso? —Cuestionó, evitando reírse de aquella situación.

—Sí —respondió, levantando las cejas y ensanchando sus ojos, como si aquello hubiese sido algo obvio.

—Eres como un niño, Rubén. Eso nadie te lo va a quitar.

Rubius rodó los ojos ocasionando que Antonio ya no pudiera contenerse más y soltó una sonora risa. Ella también lo hizo pero más leve.

—Bueno, niño, a lo que he venido: tu psiquiatra me informó que te cambió el horario de la sesión de hoy; se realizará dentro de una hora.

—Qué buen día para tener que charlar con mi psiquiatra —contestó sarcásticamente.

—A lo mejor te sirve y se te pasa el enojo.

—O empeora y lo descargo contra él, cosa que no puedo permitir que pase.

Antonio y Olivia se miraron con pena; ya sabían a lo que se refería.

—Tranquilo, Rubén, no va a pasar nada. Es solo una sesión —dijo Antonio.

—Una sesión que a lo mejor significa mucho para mi estadía en este lugar.

Volvieron a lanzarse una mirada entre ellos. Aquel muchacho les daba demasiada lástima, pero no podían hacer nada.

—Todo va a salir bien. No te preocupes —comentó Olivia en un intento de animarlo, aunque no sabía si lo intentaba convencer a él o a ella misma.

(...)

Rubén ya se encontraba sentado en la silla de la sala que había sido asignada para el psiquiatra del lugar. Palmeaba su mano en su pierna y daba golpes con el pie al suelo, haciendo una especie de ritmo sincronizado. Era una manera de entretenerse hasta que el psiquiatra llegara.

De repente este apareció. Abrió la puerta distraídamente ya que su vista se hallaba clavada en un anotador que traía consigo. Una vez se sentó en su silla, dejó este en la mesa y levantó su mirada en dirección a Rubius. Al hacerlo, hizo una sonrisa que demostraba cordialidad. Supuso que era la típica sonrisa que ponían todos los doctores en un intento por «hacer que el ambiente sea más cómodo para el paciente». Se preguntaba si alguno realmente sonreía porque estaba feliz o si solo lo hacían para causar algún efecto en la persona que iba a sus sesiones. Se preguntó cuánto le habrá costado a ese psiquiatra lograr tener todos los días, por más malos que fueran, aquella sonrisa amable, cordial, simpática. Aquella que por más que intentaras averiguar si ocultaba algo nunca descubrías el qué.

—Bueno, Rubén, nos volvemos a encontrar un día antes. Perdón por el cambio, es que surgió un inconveniente. Pero una vez esté resuelto volveremos al horario normal.

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora