Capítulo 32

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No veía nada; no sentía nada; no oía nada. Todo era oscuridad y silencio. Ya no sabía dónde estaba, qué día era, si era de noche o no. Navegaba en su propia mente sin ningún rumbo fijo, en un estado de inconsciencia que no recordaba cómo había surgido. No entendía nada; no estaba despierto, pero tampoco completamente inconsciente. Era como si hubiese quedado atrapado en su propia mente. ¿Cómo era eso posible? No lo sabía.

Trataba de mirar a su alrededor para saber qué estaba pasando, pero no podía. Era demasiado raro; estaba despierto pero no en la realidad. Se sumió en un trance mental que ni él entendía cómo lo consiguió.

Se sentía débil, cansado, sin fuerzas para intentar salir de ahí. Quería huir de aquel silencio abrumador, de aquella oscuridad tortuosa, pero no podía. Estaba exhausto de seguir intentando, de levantarse cada vez que caía, de continuar aquella guerra que se convirtió en una lucha contra sí mismo. Ya no podía más; sabía que no resistiría durante mucho tiempo, así que, quizá, lo mejor sería quedarse allí, donde nadie pudiera encontrarlo, donde no pudieran decirle lo que tenía que hacer, donde no fuera el Elegido sino Rubius.

Esa misión que le concedieron los dioses no era para él. Se habían equivocado al elegirlo como defensor de Karmaland. Él era débil a diferencia de Vegetta, que era fuerte ante cualquier tipo de circunstancia. No era determinado como Willy, al contrario, era un completo desastre y muy distraído. No era valiente como Alexby, era sumamente cobarde y lo sabía muy bien. No era inteligente como Luzu, era bastante impulsivo y no sabía hacer planes; generalmente improvisaba. No era optimista como Fargan, era demasiado inseguro y, a veces, muy pesimista. No era un gran luchador como Lolito, era verdaderamente torpe y su coordinación bastante mala. No era audaz como Auron, era muy temeroso y dudaba demasiado antes de hacer las cosas.

Cualquiera de ellos habría hecho un mejor trabajo que él. Tenía más debilidades que ellos, era más vulnerable, fácil de manipular, impulsivo y muy distraído. También se estresaba rápidamente, era torpe y nada ágil. Haría que fallaran en su misión; todo lo que se suponía que debía de ser un buen luchador él no lo era. Todas las virtudes que debería de tener para llevar a sus aliados a la victoria él no las tenía. Si seguían a su lado, confiando en sus pasos, en sus acciones, perderían. Él caería y, por su culpa, sus amigos también lo harían. No podría cargar con esa culpa tan grande; no era tan fuerte para hacerlo.

Por eso era mejor que él se quedara ahí, solo. Sus amigos estarían mejor sin él; tendrían la posibilidad de ganar si lo dejaban ahí. Definitivamente podrían hacer que Karmaland volviera a la normalidad si él no interfería.

Sin embargo, una voz se hizo presente en sus pensamientos.

—Rubius, si te elegimos es por algo. Eres más fuerte de lo que crees y muy capaz de lograr que Karmaland se salve de la oscuridad que se aproxima. Solo debes de confiar en ti y en tus amigos, de esa manera, lograrás conseguir todo lo que te propongas. Si sientes que no puedes ser lo suficientemente fuerte por tu cuenta, te concederé un poder más, el cual guardaré en tu memoria y aparecerá cuando lo veas necesario. Quédate tranquilo, Rubius: tú puedes con esto.

De pronto, vio una luz entre toda esa oscuridad, dejándolo aún más confundido de lo que estaba antes.

—Además, tienes algo que el resto no tiene.—Murmuró el dios, para luego, desaparecer.

—¡Rubiuh! ¿Dónde estás?

Una voz más se hizo presente en toda esa infinidad; la reconocería donde fuera.

—¡Mangel! —contestó, esperanzado.

—¿Rubiuh? ¡Por aquí! ¿Me oyes?

—¡Te escucho, solo que no puedo verte!

—Yo tampoco.

—No creo que pueda encontrarte aquí, es como si solo te escuchara telepáticamente.

—Es una posibilidad.

El silencio reinó durante un rato, pero Mangel lo interrumpió.

—¿Sabes dónde estamos?

—No, o, al menos, no estoy tan seguro. Solo sé que no estamos en la realidad; es como que estamos en un trance mental de inconsciencia.

—¿Como la meditación?

—Supongo.

—¡Ah, me olvidé de decirte! Un dios de Karmaland me dijo que estabas por aquí y que debía buscarte. Estuve un largo rato haciéndolo, casi me rendía, pero, por suerte, te encontré.

—Qué curioso, a mí también me habló uno.

—¿En serio? ¿Qué te dijo? —Preguntó Mangel, eufórico.

—Me dijo que yo liberaría a Karmaland de la oscuridad que se avecinaba junto a ti, pero debía de confiar en mí mismo y en mis amigos. Mangel, yo no creo que pueda hacerlo. No soy fuerte, soy vulnerable, estúpido, torpe y fácil de manipular. Trato de confiar en mí mismo pero no puedo, en serio que no.

Mangel se quedó en shock por la nueva noticia. ¿Rubius el Elegido? ¿Elegido de qué? ¿Y qué tenía que ver él con todo eso?

—Espera, espera. ¿Elegido? ¿A qué te refieres?

Rubius se calló. Se había olvidado que no le dijo nada a Mangel de ello.

—Resulta que ya sé por qué nuestras almas están unidas.

—¿De verdad? ¡Cuéntame entonces! —Insistió Mangel.

—Resulta que yo estoy destinado a salvar a Karmaland de alguien que puede destruirla. Sin embargo, no lo iba a hacer solo, una persona me iba a ayudar. Y esa persona eres tú —dijo, un tanto apenado.

A Mangel le costó procesar aquella información, sin embargo la digirió lo mejor que pudo y, algo anonadado, decidió consolar a Rubius en aquel momento.

—Mira Rubiuh, no eres débil, eres una de las personas más fuertes que he conocido. Tal vez no me creas, pero es verdad. Has podido resistir a este hechizo que tienes durante un largo tiempo y no te has dejado vencer por tus inseguridades. Eres valiente y audaz, solo que no lo quieres ver. Tú puedes hacer esto y, como yo también soy parte, te acompañaré, sea adonde sea que vayamos, iré contigo. Siempre estaré para ti, Rubiuh.

A Rubius se le dibujó una enorme sonrisa en el rostro y, a pesar que Mangel no la pudiera ver, sabía que él ya lo notaba pues sentía su felicidad. Ahora confiaba en él como nunca antes lo había hecho; no importaba lo que pasara, si tenía a Mangel con él todo estaría bien.

Y, de repente, algo hizo clic en su cabeza.

Logró conectarse con Mangel.

Gracias, ahora ya sé lo que tengo que hacer —dijo Rubius, confiado.

—Dime entonces qué paso tenemos que seguir ahora, yo te ayudaré.

Rubius amplió su sonrisa.

—Tenemos que irnos del psiquiátrico, Mangel.

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora