Capítulo 16

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Rubius se encontraba recostado en su cama, actividad que ya era demasiado usual en su rutina diaria. Desde que le diagnosticaron con anemia sus ganas de hacer algo se redujeron más, aunque empezó a comer mejor, ya que Mangel lo regañaba todo el tiempo. Se tomaba muy en serio su papel de guardián espiritual, el cual todavía no sabían qué significaba y por qué lo era.

Su perro, Ricardo, se subió a la cama y se acurrucó junto a él. Rubius sonrió al verlo; le acarició detrás de las orejas y su mascota le lamió la mano.

—¿Vas a estar ahí todo el día, vago? —comentó Mangel repentinamente.

—Dios mío, Mangel, deja de aparecer así, coño —exclamó Rubius.

—¿Ya desayunaste? —Le preguntó, ignorando lo que dijo.

—Sí.

—Muy bien. Puedes comer una galleta ya que has sido un niño bueno —dijo divertido. Rubius rio por aquel comentario—. ¿Qué te parece si salimos? Estás muy pálido; necesitas vitamina D, y eso que yo soy el fantasma.

—No tengo muchas ganas.

Rubiuh, tienes que salir un poco. No es sano que estés aquí encerrado solamente deprimiéndote. Vamos, hazlo por mí.

Rubius dudó, pero sabía que su amigo le insistiría todo el día hasta que finalmente saliera de la casa. Así que, rendido, respondió:

—De acuerdo, saldré un rato.

En el rostro de Mangel se dibujó una amplia sonrisa al oír eso, ocasionando que Rubius también lo hiciera. Se notaba que su mejor amigo estaba bastante preocupado por su estado emocional y su condición física. Siempre lo cuidó y apoyó, así que lo mínimo que podía hacer era realizar lo que quería, de esa manera podría estar satisfecho y se tranquilizaría.

—Bueno, ¿qué hace en la cama todavía? ¡Vamos, cámbiate rápido!

Rubius rio por la orden de su amigo. Se levantó de la cama un tanto perezoso y buscó algo para ponerse en su armario. No se reuniría con nadie ese día, así que simplemente se conformaría con alguna vestimenta cómoda. Una vez que se vistió, le avisó a Mangel que ya podían irse, y ambos salieron de la casa.

Rubius caminaba sin un rumbo fijo mientras su amigo lo seguía a su lado levitando. El fantasma no había quitado su sonrisa en todo el trayecto, acción que se le contagió a Rubius.

Iban charlando animadamente de tonterías; se reían a carcajadas y disfrutaban de la compañía del otro. Se sentían realmente felices; se olvidaban del resto del mundo y, simplemente, disfrutaban del momento. Había instantes en los que Mangel se quedaba observando a Rubius. Contemplaba aquella sonrisa que tenía en la cara y el brillo que irradiaban sus ojos por estar teniendo un día divertido. Lo calmaba saber que se encontraba bien y feliz; lo liberaba de un gran peso. Él sentía con cada minúscula parte de su ser lo que a su amigo le pasaba, por eso, al embargarse con ese sentimiento de alegría y calma repentina, lo relajaba.

—Eh, Mangel, ¿todo bien? —Preguntó Rubius, mirando con curiosidad a su amigo.

—Sí, todo correcto —respondió, regalándole una sonrisa.

—¿Qué te parece si vamos a aquella pradera que encontramos hace unos días? Era un lugar muy bonito.

—Me encanta la idea. Recuerdo el camino; ven, sígueme.

Rubius sonrió y empezó a seguir a su difunto amigo.

Sin embargo, Rubius y Mangel no se percataron que Vegetta, que pasaba casualmente por el lugar, los había oído. Aunque, él solo pudo escuchar al de pelo blanco.

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora