Capítulo 17

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Mangel y Rubius estaban recostados en el césped, mirando al cielo. Ninguno decía nada; solo hacían silencio para que la calma les embargara. Estar en aquella pradera, la cual tenía un acantilado cerca, les producía una enorme tranquilidad. Un hermoso paisaje tenían a su alrededor. Un amplio lugar lleno de flores; no habían tantos árboles, pero sí los suficientes para refugiarse del sol si así lo deseasen. Algún que otro pájaro podías ver en ellos, que cantaban con suma alegría y revoloteaban por ahí. Un profundo y cómodo silencio albergaba en el lugar, produciendo que una gran calma sintieran los visitantes al ir allí.

—Mangel, ¿nos podemos quedar en este lugar por siempre?

El acompañante de Rubius se volteó para mirarlo cara a cara. Luego, respondió:

—Me encantaría, pero no podemos. Nuestros amigos estarían preocupados por ti. No te puedes esfumar de la nada.

Rubius volvió a mirar al cielo.

—Estoy harto de todo, Mangel. Quiero irme..., perderme en el mundo.

Mangel le sonrió.

—Quizás algún día —respondió el fantasma.

—¿Y cuándo será?

—No lo sé.

Se quedaron un rato más en completo silencio. No era incómodo; para nada. De hecho, les gustaba estar un rato callados porque así lograban deducir lo que pensaba el otro. Era lindo saber que a veces no necesitaban palabras para descubrir lo que les sucedía.

De repente, Rubius se apegó más a Mangel y apoyó su cabeza en su hombro.

—Desearía que siempre podamos estar así —murmuró el de pelo blanco.

—Y que solo la calma abunde a nuestro alrededor —respondió el contrario.

Ambos se miraron a los ojos y sonrieron.

—Quizás algún día podamos tener una casa alejada de todo. Que esté ubicada en un lugar bonito, así como este —comentó Rubius.

—Que haya animales. Tal vez podamos tener una pequeña granja con algunos.

—Sí, siempre y cuando me pueda llevar a mis mascotas.

—Trato hecho.

Ampliaron sus sonrisas y se sumergieron en su propia imaginación. Pero, en un momento, Mangel había cambiado su semblante alegre a uno triste. Rubius no tardó mucho en notarlo.

—¿Qué tienes? —le preguntó, preocupado.

—Nada, no te preocupes —mintió.

—Mangel, si quieres ocultarme algo debes hacer una mejor actuación que esa.

Mangel suspiró y se quedó dubitativo durante un rato. Sin embargo, optó por sincerarse.

—Es que me quedé pensando en mis mascotas y... Las extraño.

Los ojos de Mangel se cristalizaron un poco, pero al ser un espíritu, Rubius no se dio cuenta de ello.

El de pelo blanco se enterneció y puso su mano en el hombro del castaño como señal de apoyo.

El silencio perduró durante un rato más. Ninguno de los dos tenía intención de comentar algo. Solo querían que aquel momento se prolongara lo máximo posible. No querían volver; ellos anhelaban permanecer en aquella tranquilidad que tanto habían necesitado durante esos días.

Como si el universo estuviera en su contra, un mensaje recibió Rubius en su intercomunicador. Bufó, sin ganas de saber la razón por la que sus amigos lo estaban solicitando, pero decidió ver el mensaje en caso de que fuera una emergencia.

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora