Capítulo 36

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—¡Rubiuh! ¿Dónde estás?

—¡Afuera!

Mangel se dirigió al patio de aquella enorme casa. Atravesó la puerta que daba a este y, efectivamente, Rubius se encontraba allí, sentado en una silla.

—Aquí estás —dijo Mangel, alegre.

Rubius se dio la vuelta y miró en dirección a Mangel. Esbozó una amplia sonrisa y le hizo una seña para que se acercara a su lado, pedido el cual aceptó.

—¿Qué hacías aquí solo? —preguntó Mangel.

—Nada. Solo quería relajarme un rato. Está muy lindo el clima hoy.

Rubius sonreía, radiante, con sus pequeños hoyuelos marcándose tiernamente en sus mejillas. Mangel lo miró detenidamente durante un rato y a él también se le dibujó una sonrisa.

Desde que se habían mudado, Rubius estaba más tranquilo y relajado. Sonreía más y sus risas risueñas de siempre se escuchaban diariamente. Cada vez tenía mejor aspecto, ya que Mangel lo cuidaba mucho, y eso le hizo bien. Sus ojeras ya ni estaban presentes, y el espíritu sentía en su ser la felicidad que llevaba Rubius en aquellos últimos días. Le aliviaba que después de tanto tiempo por fin pudiera estar bien, tranquilo y feliz. Sabía que seguía preocupándose por «ese día» pero, sinceramente, él no tenía miedo, y veía que Rubius cada vez estaba menos asustado, ya que su confianza iba aumentando de a poquito. Su vieja personalidad tan característica era menos lejana con cada día que pasaba; de hecho, la sentía muy cercana últimamente, y eso le agradaba. Había extrañado mucho al viejo Rubius tan risueño, libre, aventurero e impulsivo. Tenerlo de vuelta le hizo retroceder en el tiempo, como si aquellos días grises que habían pasado nunca existieron; su presencia la sentía solitaria, lejos, como si esos recuerdos se fueran esfumando, dejándolos en paz finalmente. Ahora eran como un espejismo, y a pesar que sabía que esos recuerdos jamás se borrarían de su mente ni de la de Rubius, prefería dejarlos donde pertenecían: al pasado. Ahora debían crear nuevos recuerdos que les llenaran de alegría y paz, que les hicieran ignorar los malos y agradecer los buenos. Era momento de ser felices.

—¿Estás bien, Mangel? Las vibras que siento en mí me dicen que estás pensativo —comentó Rubius repentinamente, concediéndole una mirada inquisitiva.

—Cada día mejoras más con tu conexión para percibir mis emociones; me hace sentir especial. Y sí, estoy bien, quédate tranquilo. Solo pensaba en lo lindo que te veías últimamente —respondió con una sonrisa cariñosa.

Rubius se sonrojó ante tal comentario, pero soltó una risa y contestó:

—Vale, vale, te creo. Y gracias por el cumplido; yo también me noto mejor.

La sonrisa brillante que iluminaba el rostro de Rubius y esos sentimientos de alegría que reinaban en su alma regocijaron la de Mangel, tanto que abrazó a Rubius fuertemente.

—Ay, mi Rubiuh, que lo quiero tanto.

Rubius rio y su sonrojo aumentó. Como había dicho Mangel, percibía muchísimo mejor las emociones de su compañero, y al ver aquellos sentimientos que predominaban en su mente se terminaba ruborizando. Sabía cuánto lo amaba Mangel, y también que él conocía sus sentimientos de amor hacia su persona. Ambos deseaban que el día que llegara la muerte de Rubius se pudieran reencontrar en el Más Allá y, quizá, tener ese tiempo para vivir un romance que no pudieron conseguir en esta vida. Pero, si había algo que tenían claro, era que jamás se abandonarían. Los dos se juntarían en el otro plano de la vida y se acompañarían para siempre ahí de la misma forma que lo hicieron en el mundo físico. Francamente no lo esperaban con muchas ansias; aún había mucho por vivir, incluso para Mangel que estaba muerto, ya que debía seguir cumpliendo su deber como guardián espiritual de su amigo, así que cuando llegara el momento, ambos vivirían aquello que Mangel todavía no experimentó, puesto a que nunca cruzó «el otro lado», y ese paraíso que Rubius aún no había conocido. Ya habría tiempo para todo, por ahora solo tendrían una preocupación, y esa era salvar a Karmaland. Una vez consiguieran esto, el futuro sería un tema que tendrían más presente.

—Ah, por cierto, no me dijiste cómo te fue en tu última sesión con tu psicóloga. ¿Qué tal estuvo? —Preguntó Mangel súbitamente.

Sí, Rubius empezó a ir a una psicóloga hacía unos días. A pesar de su mala experiencia con el psiquiátrico, sabía que esto fue porque no era algo que debía tratar desde la parte de medicina. Necesitaba a alguien con quien conversar y contarle sus problemas y preocupaciones aparte de Mangel, ya que se percató que se sentía bien cuando lo había hecho con su antigua psiquiatra. Afortunadamente, aquella decisión fue muy buena, puesto a que su psicóloga lo ayudó con su autoestima y su confianza, y aquella ansiedad que sentía comúnmente en su interior se iba despejando cada vez más, dejándolo libre de aquellas inseguridades que amaban molestarlo. Además, se dio cuenta que era una gran forma de combatir a la maldición, porque al aumentar su confianza su fuerza mental también lo hacía, así que prefería estar lo mejor preparado posible para cuando ese tan horrible día se avecinara.

—Muy bien a decir verdad. Me está ayudando a controlar mis emociones y mantener a raya mis peores preocupaciones para que estas no se conviertan en inseguridades que me pueden causar ansiedad. Dice que se nota que voy mejorando, ya que me nota más despreocupado últimamente, y debo de admitir que eso también aumenta mi autoestima; me hace sentir más fuerte y capaz. Además cada día tengo más ganas de hacer cosas productivas o salir de aventuras. Mi espíritu aventurero extrañaba salir a la superficie. Quizá cuando acabemos con ese tipo que quiere causar el caos en Karmaland podamos irnos de viaje.

—Lo que más me gustó de todo lo que dijiste es que por fin hayas dicho «acabemos con ese tipo». Se nota que estás más confiado. Me gusta.

Rubius miró fijamente a su acompañante y ambos se sonrieron. Sus miradas se tornaban amorosas y profundas, entendiendo sin necesidad de usar palabras lo que el otro sentía. Se hallaban expectantes, esperando a que alguno decidiera decir algo o sugiriera alguna actividad interesante para realizar. Por fortuna, Rubius quiso ser quien haría esto.

—¿Quieres ir al parque? La tarde está demasiado linda para quedarse aquí en casa.

—Vale, vayamos.

Rubius se levantó de su silla e ingresó de nuevo a la casa. Mangel lo siguió desde atrás, recorriendo con más rapidez los pasillos hasta dar finalmente con la entrada principal. Rubius abrió la puerta y ambos salieron de su hogar, empezando a caminar lado a lado del otro tranquilamente, regocijándose del hermoso panorama que los rodeaba. Había mucha gente caminando por la calle; varias familias, alguna persona con su pareja y niños correteando por ahí. Era un ambiente muy sereno que les transmitía aquella paz que habían estado buscando en aquellos últimos meses. No sabían cuánto la necesitaron hasta ahora, que por fin podían ser libres de hacer lo que quisieran sin tener miedo a que alguien reconociera a Rubius e intentara enviarlo al psiquiátrico otra vez.

Pero, obviamente, sabían que esa paz era efímera hasta que aquel día hiciera su aparición aterradora.

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora