—¡Mangel, ven! Ya encontré una película.
—¡Voy! Espera que estoy terminando las palomitas.
—Vale.
Rubius se hallaba sentado en el sofá, buscando alguna película para ver. Afortunadamente, encontró una que despertó su interés. La película era del género terror según marcaba la televisión. Hacía mucho que no veía una de este estilo ya que se estaba volviendo más difícil impresionar al espectador; así que decidió probar suerte con esa, la cual tenía muy buenas reseñas.
—¿Qué película has encontrado? —Preguntó Mangel viniendo desde la cocina con el tazón de palomitas que había hecho.
—Es una de terror; se llama "La carta". Ha decir verdad es un nombre peculiar, pero se ve interesante según lo que leí, además que tiene buenas reseñas —respondió tomando una palomita del tazón mientras Mangel se sentaba en el sofá.
—De acuerdo, veamos qué tal.
Ambos se acomodaron en el sofá, y una vez hecho esto, Rubius presionó el botón de «reanudar» del control remoto, dando comienzo a la película.
Hasta ahora lo que habían mostrado las escenas era que una señora se mudaba a una casa junto con su esposo. Al principio todo iba genial; la casa era muy bonita y vivían felizmente gracias a que el barrio donde se habían mudado era bastante tranquilo y las personas eran verdaderamente agradables y sociables.
Tanto Rubius como Mangel se encontraban bastante calmados y expectantes. Por el momento todo se veía como una película realmente feliz que mostraba cómo era la hermosa vida de una fabulosa pareja en un barrio fantástico.
Rubius le comentaba a Mangel sobre la película, riéndose que lo de «suspenso» no le encajaba realmente. Mangel se reía de sus comentarios y decía que debían de esperar; que, a lo mejor, lo que la película estaba tratando de hacer era que se sumieran en una confianza falsa para después tomar un giro argumental drástico y a partir de ahí comenzaría el verdadero desarrollo. Rubius le contestaba que se estaban tardando un poco con ello, pero que de todas maneras no se relajaría demasiado.
Efectivamente, después de unos cuarenta y cinco minutos, el suspenso realmente comenzó.
Resultaba que en esa casa anteriormente había vivido una pareja que, al igual que ellos, vivía en tranquilidad y armonía en aquel barrio. Con el pasar de los años, la mujer esperaba un hijo. Lamentablemente, cuando el gran día llegó, la mujer parió a una niña la cual tenía problemas para respirar. Los doctores le dijeron que se calmara, que eso podía pasar y que harían todo lo posible para que el bebé pudiera estar sano y ya se fueran a casa. Por desgracia, esto no fue así. Al principio, los doctores lograron que el bebé pudiera respirar con normalidad, provocando que el pulso y los latidos de su corazón se mantuvieran estables. Sin embargo, al bebé le volvió a fallar la respiración, e intentaron que sus signos vitales volvieran a normalizarse, pero no lo consiguieron.
Después los días para esa pareja fueron oscuros. La esposa se sumió en una terrible depresión y su marido intentó animarla lo mejor que pudo, pero la mujer nunca logró llenar de vuelta aquel vacío que dejó su hija a la que nunca pudo criar. Al ver que nada de lo que hacía surgió algún tipo de efecto, ni siquiera la terapia, el hombre se hartó y la abandonó, dejándola en aquella casa sola y a su suerte. La ida de su marido ocurrió repentinamente en la noche, y en la mañana, al ver que las cosas de su esposo no se hallaban por ningún lugar ni tampoco el auto, dedujo lo que pasó y lloró durante días.
Nadie la fue a visitar. Todos estaban demasiado ocupados en sus hermosas vidas que no se daban cuenta de la solitaria mujer que habitaba en aquella casa. Jamás se percataron que por su profunda depresión dejó de tener ganas de comer y murió de desnutrición. La halló su vecina, María Marta, la cual se preocupó al no haber visto durante días a sus vecinos que acostumbraban a salir diariamente y conversar con sus amigos del barrio. Al ver que todas las ventanas y puertas estaban cerradas y no se hallaba el auto en la cochera, llamó a la policía, quienes entraron a la casa y encontraron el cadáver de la mujer en la sala de estar.
Desde ese entonces la casa se puso en venta y nadie de los de la inmobiliaria decidió hablar del tema porque, si lo hacían, nadie compraría la casa. Sabían que había gente que podía ser muy supersticiosa, así que prefirieron no contarles nada de esto a aquellos que fueron a ver la casa.
Un día la personaje principal recibió una carta que decía cosas incomprensibles. Parecía ser un poema que hablaba de la profunda depresión que alguien podía sentir, narrado desde un punto de vista tan filosófico y oscuro que le dieron escalofríos y malas vibras durante todo el día, provocando que decidiera desechar esa carta. No le habló a su esposo de eso ya que supuso que alguien se había equivocado de dirección al mandarla y, en realidad, se la quería enviar a algún amigo o familiar.
Desde ese entonces las cosas se empezaron a poner raras en la casa. La mujer sentía escalofríos constantes y había ciertos lugares donde se cernía una nube invisible que era tan densa que le asfixiaba. Con el pasar del tiempo el hombre empezó a ver una mujer sentada en el sillón viendo la televisión cada mañana que pasaba por el salón. Se sorprendía cada vez que la veía y llamaba a su esposa, aterrado, pero cuando ella llegaba no veía a nadie allí. La señora empezó a escuchar llantos de una mujer provenientes del sótano, y en su habitación oía sollozos de un bebé. El marido se volvió muy paranoico y la mujer sentía que con cada día que pasaba le costaba más respirar, así que ambos decidieron abandonar la casa y mudarse a otro lado.
Creían que si huían de ahí no volverían a ser atormentados, pero, para su mala suerte, esto no era cierto. Un día el marido se volvió loco y trató de matar a su mujer, la cual, por fortuna, logró detenerlo. Al ver las heridas graves que le había ocasionado, se suicidó. La mujer desde ese entonces quedó traumada, así que la internaron en un psiquiátrico.
Cuando terminó la película, Rubius había quedado realmente tocado. Mangel quedó en shock, pero se recompuso al instante.
Después de un rato de haber estado en silencio, Rubius lo abrazó.
—Rubiuh, ¿estás bien? —le preguntó, preocupado.
—No, estoy bastante acojonado. Quédate, por favor; no me dejes solo.
—Tranquilo, no me iré —respondió, para luego corresponder a su abrazo.
Rubius lo abrazaba con fuerza y ocultaba su cara en su pecho. No pensaba que se iba a asustar tanto.
—Mangel, quiero que me prometas algo.
Mangel se sorprendió por aquel comentario repentino, pero, procedió a decir:
—Vale. ¿Qué cosa?
—Nunca me abandones. No podría soportar que no estuvieras en mi vida. Lamento si a veces soy un pesado de los cojones pero, por favor, no te vayas —contestó mientras sus ojos se aguaban.
—Tranquilo, hombre, jamás me iré. Nunca te abandonaré, lo prometo —declaró, sonriente.
—¿Lo juras? —cuestionó, levantando la cabeza para mirarlo fijamente.
Mangel se conmovió al ver sus ojos cristalizados, y con tono cariñoso, respondió:
—Lo juro.
Rubius sonrió ampliamente y lo volvió a abrazar.
—Gracias, Mangel. Te quiero.
—Yo también, Rubiuh.
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Almas unidas (Rubelangel)
FanfictionDesde la muerte de Mangel en Karmaland, Rubius se deprimió. Andaba desganado todo el tiempo, y a veces en las noches se echaba a llorar durante horas. Pero nadie sabía qué tanto le afectó la muerte de su mejor amigo, ya que él siempre fingía estar b...