Capítulo 31

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¿Cuántos años habían pasado desde que comencé mi búsqueda? ¿Cuántos días de constante sacrificio y esfuerzo pasé esperando a que pudiera encontrarlo? Ya ni lo recordaba. Mi único objetivo era hallar al portador, al «Elegido». No recordaba cuándo fue que mi vida empezó a basarse en encontrar a aquel muchacho. Solo sé que, repentinamente, el deseo de hallarlo fue mucho más grande que cualquier otro sentimiento y, eventualmente, dejé que me consumiera, volviéndose en lo único que me importaba, el único objetivo en mi vida.

Todavía recuerdo el día en que descubrí sobre el Elegido. Apenas era un joven de quince años que ignoraba los grandes misterios que ocultaba este gran pueblo. No tenía una meta en la vida, algo por lo que quisiera luchar hasta el cansancio. Era un chico normal que iba a la escuela y se centraba en sus estudios más que en cualquier otra cosa ya que, si lograba salir de la secundaria, podría valerme por mí mismo y, quizás, a partir de ahí, le encontraría un propósito a mi vida, algo que quisiera lograr a toda costa sin importar el dolor y el sufrimiento por el que tendría que pasar.

No fue hasta el día en que mi abuelo vino de visita en el que descubrí que Karmaland tenía algo por lo cual era especial al resto de aldeas. Ese día fue en el que comenzó mi aventura. Recuerdo haber salido al patio y ver a mi abuelo fumando un cigarrillo sentado en una silla. Miraba a un punto cualquiera, admirando las vistas que se mostraban ante él. Me acerqué a su posición y le pregunté qué miraba.

—El pueblo. Observo las tierras bellas que se muestran ante nosotros —contestó.

—¿Por qué? —Cuestioné, sin entender su fascinación por un simple prado con flores.

—Porque quiero entender si sigue siendo la misma aldea que yo conocí de joven o si, sin que me enterara, cambió.

No le tomé importancia a su comentario. Era un joven ignorante que no sabía lo que sucedía a su alrededor, lo que le estaba pasando a Karmaland. Yo solo me centraba en mi futuro, el cual todavía era incierto. Solo me concentraba en mí mismo y olvidaba de mirar al resto, a la gente; me olvidaba de detenerme a admirar la belleza del lugar o de mi familia; me olvidaba de hacer amigos y compartir con ellos una adolescencia "normal". Yo no tenía amigos porque sentía que eran una distracción para mi camino, y tampoco nadie se esforzó en intentar entablar algún tipo de amistad conmigo, lo cual agradecí enormemente.

—¿A qué te refieres? —recuerdo haber preguntado, sin mucho interés.

—Están sucediendo cosas raras. Tratan de tapar los robos, los secuestros, las cosas turbias que cada día se están volviendo más comunes. Aquel señor, Merlon, oculta cosas, yo lo sé. Intenta que no cunda el pánico e ignora que Karmaland se está convirtiendo en un lugar peligroso. Pero, tarde o temprano, los pueblerinos se percatarán de ello, y recién ahí es cuando el verdadero pánico surgirá —me respondió con rostro impasible, escondiendo su gran preocupación en el fondo de sí mismo.

—No creo que eso sea algo real, abuelo. Karmaland siempre fue un pueblo tranquilo; me es una idea inconcebible que haya esos secuestros y robos que afirmas que hay.

—Es porque todavía eres joven e ignoras el veneno que se está esparciendo a tu alrededor porque tú no viviste ese veneno, hijo. Tú no lo sufriste, por lo cual no puedes saber lo que está infectando a nuestro pueblo. Pero créeme cuando te digo que si algún día llegas a experimentarlo entenderás lo que es el mundo en el que vives.

Yo no comprendí nada de lo que hablaba así que, simplemente, lo ignoré.

—Creo que estás exagerando, abuelo.

El anciano se encorvó y no contestó de inmediato. Su mirada se tornó más perdida, observando con una atención perturbadora hacia la lejanía. Sus ojos celestes se veían cristalizados, más claros de lo normal.

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora