Capítulo 29

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Silencio absoluto. Todo a su alrededor era negro. No había nada. Ni un sonido, ni una voz... Nada; solo la intensa oscuridad que lo empezaba a agobiar.

Se hallaba viajando en un lapso de inconsciencia. No estaba en el mundo real; no tenía ni idea de dónde estaba.

De pronto, una luz hizo su presencia en la lejanía. Se alegró muchísimo de haber encontrado algo en aquella nada tan desesperante. Así que empezó a correr hacia ella. Al principio iba tranquilo, relajado, feliz de poder salir de aquel lugar tan desolado. Pero, por alguna razón, sentía que aquella luz se iba alejando. Por un segundo pensó que estaba alucinando; sin embargo, aquello era cierto. La luz iba alejándose cada vez más, huyendo de él, volviéndolo a hundir en aquella negrura insoportable.

Rubius, al notar esto, empezó a correr más rápido. Pero, a medida que él iba acelerando su paso, la luz se retiraba más velozmente. Esto lo sorprendió, así que su paso se volvió más desesperado, más necesitado. No quería quedarse ahí; no quería estar solo. Lamentablemente, la luz cada vez era más débil, más leve. Ya apenas la veía con claridad.

Sus ojos comenzaron a cristalizarse. Estaba desesperado; aquella luz era lo único que tenía en aquel abismo infinito.

De repente, sintió que algo le agarró del brazo. Un humo negro empezó a nublarle la vista, provocando que ya ni siquiera pudiera ver aquella luz que pensó que era su salvación. El humo negro lo estaba cubriendo casi por completo, y esto lo debilitó. Se le fueron las fuerzas para correr; le temblaban las piernas y su capacidad de razonamiento parecía bloqueada. Así que, desaceleró el paso y, eventualmente, paró de correr, rindiéndose ante el humo y, de esta forma, permitió que se adueñara de él.

Sentía que su inconsciencia ya estaba por ser mayor y que, dentro de poco, ya nada quedaría. Sin embargo, una luz cegadora cubrió todo y quitó aquella oscuridad que lo estaba atacando. Aquella neblina que estaba nublando su vista y su consciencia se fue abruptamente, dejándolo un tanto aturdido.

Abrió los ojos con lentitud y se los refregó, en un intento por averiguar qué era lo que sucedía a su alrededor.

Todo se hallaba repentinamente iluminado. Seguía habiendo un abismo infinito donde no había nadie, pero ahora estaba claro.

Retomó la caminata. Buscaba algo; alguna dirección que le indicara adónde debía ir; alguna señal que le dijera lo que tenía que hacer. Pero nada; solo la extensa infinidad que se alzaba ante sí.

De repente, empezó a oír algo. Eran como unos murmullos, tan débiles que pensaba que se estaba volviendo loco. Pero, a medida que iba avanzando, estos se volvían más claros. Se tornaron en susurros que intentaban con todas sus fuerzas que Rubius los pudiera escuchar.

Hasta que, de la nada, escuchó una voz fuerte, grave, potente. Esta lo llamaba por su nombre.

—¡Rubius!

El mencionado se sorprendió. ¿Quién lo estaba llamando entre toda esa nada misma? No había nadie allí. ¿Cómo era posible?

—¿Quién anda ahí? —Preguntó, con la voz temblorosa. Fue lo único que se le ocurrió decir.

—Debes escucharme, Rubius —insistió.

—Yo te escucho pero, ¿quién eres?

—Soy un dios. Vengo a salvarte de este lugar. No te puedes perder aquí; es peligroso.

—¿Un dios? Espera, ¿eres uno de los dioses de Karmaland? —Cuestionó, realmente desconcertado.

—Sí.

—¿Por qué necesito ser salvado? ¿Qué pasa? ¿Qué es este lugar?

—Es el lugar más profundo de tu mente: la parte que ha sido hechizada.

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora