Él caminaba por los senderos de Karmaland con tranquilidad, pero también apresurado, queriendo llegar lo antes posible a aquel lugar, al que tuvo que haber ido hacía tiempo. La razón por la que no quiso ir era por el dolor que le provocaba ver eso ahí, en la tierra, duro y frío. Ver a aquella persona que tanto amó con su alma en ese lugar tan oscuro y desolado le hacía sentir mal. Pero si debía ser sincero, lo que le ponía de los nervios era que, cuando estaba allí, recordaba. Miles de recuerdos venían a su mente, tanto malos como buenos, y eso no le gustaba. Lo pudo comprobar aquel día.
Aquel día...
Sacudió su cabeza, negándose a sí mismo a acordarse de tan terrible tarde. Se repetía incontables veces que debía olvidar.
«Tienes que hacerlo por tu bien. Pudiste varias veces ya, entonces ¿por qué no podrías de nuevo? Cuando lo hiciste, fue bueno para los dos, ¿verdad? Así dolía menos la cicatriz que él te dejó al herirte de tal manera», pensó.
Fue entonces cuando se le vino a la mente otro recuerdo de aquel otro fatídico día.
«No, no... ¡No! Olvida, Olvida. Es mejor y lo sabes», pensó nuevamente.
Luego recordó ese otro día, cuando fue a pedirle consejo a Auron, desesperado. Él era el único en que confiaba en toda esa aldea. Bueno, además de...
«¡Para! Olvida, joder, no es tan difícil», se repitió.
Pero las lágrimas de Lolito no decían lo mismo. Sin darse cuenta, estas empezaron a resbalarse por sus mejillas. Se obligaba a sí mismo a que pararan, pero estas no parecían ceder a las órdenes que enviaba a su cerebro.
Finalmente dio un suspiro de alivio al ver aquel letrero frente a él.
Cementerio de Karmaland
Comenzó a acercarse lentamente a aquellas rejas grises, un tanto oxidadas y frías y, antes de entrar, inhaló profundamente y exhaló, en un intento por tranquilizarse.
Luego de hacer esto, ingresó a aquel horrible lugar que le producía escalofríos. Allí habitaban almas que descansaban en paz, solitarias y tranquilas, pues ya no tenían nada que perder. En cambio, él era totalmente lo opuesto. No se merecía estar ahí; eso era tierra prohibida, donde solo podían estar aquellos espíritus que debían estar relajados. Era su regalo por haber sobrevivido por mucho tiempo a tan horrible mundo. Pero su alma no la sentía igual a aquellas otras que deambulaban por ahí, y menos sabiendo quién era una de ellas.
Alcanzó a divisar aquella lápida que estuvo buscando por un rato. Caminó lentamente, con un nudo en la garganta, con las ganas de llorar inundándole el pecho, implorando para que les dejara salir, pero él no podía permitirse aquel lujo. Llorar era para gente que debía hacerlo para renovar fuerzas, para descansar un momento de toda la mierda del mundo. Pero él ya la había vivido, y también lloró incontables veces por ello, pero hubo un día en que sus lágrimas dejaron de salir. Tenía el corazón demasiado roto ya como para quebrarse más.
¿Hacía cuánto no lloraba?, fue la pregunta que se cruzó por su mente antes de sentarse en el duro y seco césped que rodeaba a las tumbas. ¿Meses? ¿Años? Sí, debían ser años. ¿Lloró de adulto? No que él recordara. Se bloqueó tanto emocionalmente con el pasar del tiempo que ya no se acordaba cuándo fue el día en que su alma se tornó oscura.
Paró de pensar por un momento y se concentró nuevamente en el lugar en el que estaba.
«Estás en el cementerio, ¿bien? Viniste porque querías perdonarlo y, además, perdonarte a ti mismo. Ya no puedes vivir más con ese rencor y esa tristeza».
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Almas unidas (Rubelangel)
FanfictionDesde la muerte de Mangel en Karmaland, Rubius se deprimió. Andaba desganado todo el tiempo, y a veces en las noches se echaba a llorar durante horas. Pero nadie sabía qué tanto le afectó la muerte de su mejor amigo, ya que él siempre fingía estar b...