Capítulo 24

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Rubius despertó con pereza. Había pasado la mayor parte de la noche en vela, y cuando por fin logró dormir, ya eran las 7:00 a.m. y el desayuno empezaba a las 8:00 a.m.

—Qué buena manera para iniciar el día —murmuró con somnolencia.

Se levantó totalmente atontado de la cama y salió de su habitación. Caminó por los pasillos de una manera torpe. Necesitaba seguir durmiendo, pero no se le era permitido, así que trató de espabilarse, sin embargo se le era imposible.

Al llegar a la cafetería se dirigió al puesto de la cocinera a paso lento. Tomó una bandeja y prácticamente la soltó frente a ella. La cocinera lo miró con extrañeza, pero le restó importancia y le dio su desayuno de todas formas.

Caminó torpemente hacia la mesa del fondo y, de nuevo, soltó su bandeja y se sentó en una silla. Al verlo por allí, Olivia se aproximó hacia él con entusiasmo.

—¡Buenos días, cariño! ¿Qué pasó para que tengas esa cara de bobo?

—Gracias por tu simpatía, Olivia; siempre se aprecia. Y, respondiendo a tu pregunta, dormí pésimo, pero no importa, ya me acostumbré.

—Oh. ¿Por qué?

—No pude conciliar el sueño en toda la noche, y cuando lo conseguí ya era de mañana, así que solo dormí una hora.

—Oh, pobre bebé; no pudo dormir bien en la noche. Pero no te preocupes, mamá Olivia ha llegado a tu rescate.

—¿Qué vas a hacer? —Preguntó, notando la mirada cómplice que tenía su amiga.

—¿Qué tal si por algún «problema» tuvieras que quedarte en tu habitación y yo tenga que llevarte el desayuno ahí? —Propuso sonriente.

—¿En verdad harías eso?

—¿Ves algún indicio en mi cara que te indique que no lo quiero hacer?

—Olivia, eres la mejor, en serio.

—Lo sé, cariño, lo sé.

A Rubius le brillaban los ojos; apreciaba a su amiga muchísimo. Le había tomado un cariño tan grande en tan poco tiempo que le daba miedo. Pero realmente valoraba haber hecho una amiga por ahí; lo llevaba deseando desde hacía mucho.

Olivia tomó la bandeja de Rubius y le pidió que le siguiera la corriente, a lo cual él accedió. Ambos atravesaron la cafetería y se encaminaron a la habitación del peliblanco. Una vez allí, Olivia le dejó la bandeja con el desayuno en una mesita y Rubius se recostó de nuevo en la cama.

Olivia se iba a retirar, pero Rubius la detuvo.

—Olivia, antes de irte te quería agradecer por todo lo que has hecho por mí durante estos últimos días. Me sentía realmente solo y tu amistad me ha ayudado a sobrellevar esta situación mejor. Gracias.—Le dijo con cariño.

Olivia sonrió ampliamente; aquellas palabras le habían conmovido muchísimo. Ese muchacho siempre lograba enternecerla.

—No hay de qué, Rubén. Tú necesitabas a alguien que te apoyara, y yo estaba precisamente ahí para poder ayudarte.

Rubius sonrió. Le tenía un gran afecto a esa enfermera. La quería como a una madre.

—Nos vemos luego, Olivia —dijo como despedida.

—Hasta luego, Rubén. Descansa bien, por favor.

—Lo haré.

Olivia le dedicó otra sonrisa. Esa escena era tan familiar. Se sentía como una mamá dándole el beso de buenas noches a su hijo.

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora