Capítulo 1

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«Siempre nos entreteníamos juntos. Cuandos nos reuníamos, la mayoría del tiempo andábamos riendo y haciendo bromas. Era extraño; nunca pude hablar con nadie tan fluidamente y libremente. Contigo sentía que podía ser completamente sincero y no me ibas a juzgar; y así era. Siempre me apoyabas, siempre estabas a mi lado cuando te necesitaba y, sé que no te lo decía todo el tiempo pero, en verdad te apreciaba por ello».

Eso era lo que estaba pensando Rubius mientras veía el pueblo desde su ventana. Observaba las casas, las personas caminar... Simplemente, miraba. Pero en su mirada se podía ver claramente una tristeza profunda. Sus ojos pardos estaban cristalizados, algo hinchados y rojos. De ellos bajaban unas finas lágrimas, las cuales ni se molestaba en quitar. Era gracioso que justo ese día el clima estuviera horrible. Estaba nublado y hacía mucho frío. Las nubes tenían un color gris muy oscuro y se podía escuchar el fuerte ruido del viento. Pero esto poco le importaba a él; solamente se hundía en su tristeza.

«Contigo no tenía filtros y siempre teníamos tema de conversación. Era muy raro que hubiera un silencio incómodo entre nosotros. Tenía que suceder algo muy vergonzoso para que esto pasara, pero, generalmente, conversábamos por horas sin aburrirnos. ¿Por qué te tuvo que suceder eso? ¿Por qué a ti? Por culpa de un meteorito, mi persona favorita ya no estaba».

Al pensar en esto, Rubius rompió en llanto. Sus sollozos eran sonoros, y sus lágrimas caían sin control y en abundancia. Sus ojos estaban muy hinchados y su cabello era un desastre. Cualquiera que lo viera se sentiría destrozado al instante por el aspecto que tenía en ese momento. Pero ya nada le importaba. Carecía de relevancia para él si estaba comiendo bien o no. No le resultaba relevante si lucía decente. No le importaba si parecía más muerto que vivo; solo quería estar de vuelta con él; poder abrazarlo y pedirle perdón por no haber pasado más tiempo juntos.

—Soy un idiota. ¿Cómo pude haber descuidado nuestra amistad así? Antes éramos inseparables; el dúo dinámico. Y de un día a otro, todo eso se esfumó. Si hubiera sabido que esto te sucedería, hubiese estado a tu lado, haciéndote bromas como hacía antes. Te estaría molestando porque me resultaba divertido verte enojado. Hubiese jugado juegos estúpidos contigo, simplemente porque siempre me terminaba riendo a carcajadas. ¿Por qué, sin darnos cuenta, nos distanciamos? —Murmuró Rubius entre sollozos.

El peliblanco después de la muerte de su mejor amigo no salía casi nada de su casa, y si lo hacía, era solo para ir a alguna tienda del pueblo. Se desconectó completamente del mundo y se sumió en sus tormentos. También empezó a tener insomnio y falta de apetito. Dormía muy poco y le resultaba difícil conciliar el sueño, y si lo lograba, se despertaba a la madrugada y se quedaba viendo el techo o se sentaba a ver las estrellas desde su ventana. El hambre era algo que apenas se le cruzaba por la mente. De desayuno tomaba un chocolate caliente, y de almuerzo o cena usualmente comía lo mismo: mitad de una hamburguesa o unas simples papas fritas.

«Si Mangel me viera en este estado, me regañaría y estaría comportándose como mi niñero hasta que volviera a comer como una persona normal. Y si no puedo dormir, se quedaría acostado a mi lado, acompañándome hasta que me durmiese».

El haber pensado en eso solo logró que llorara aún más. Recordó cuando una vez le pidió que se quedara a dormir con él después de haber visto una película de terror, la cual lo asustó tanto que no podía conciliar el sueño.

Su casa reflejaba a la perfección el estado de ánimo del muchacho. Estaba a oscuras y algo sucia. Todas las cortinas cerradas; la cocina lucía descuidada; tanto la sala de estar como su cuarto estaban desordenados... Pero, esto no le importaba. Ya nada lo hacía.

—Y encima, no hablo con mis amigos desde hace días. Los pobres están sufriendo igual que yo, y ni me digno a preguntarles cómo están sobrellevando la situación —dijo entre lágrimas.

Sus amigos no sabían qué hacer. Al principio, decidieron que era mejor que procesara todo esto por sí solo, pero desde el funeral, todo fue de mal en peor. Ya ni tenían noticias de él. Vegetta trataba de asegurarse que Rubius estuviera sobrellevando esto adecuadamente. Sin embargo, Rubius ni hablaba, y si lo hacía, era para decirles que se vayan al diablo y que lo dejen solo. Vegetta trató de razonar con él y ayudarlo, pero desde su punto de vista, Rubius había puesto un muro impenetrable que nadie podía cruzar o derribar. Era como si se hubiese ido completamente de la realidad. Pero él claramente no sabía cómo actuar ante esto.

La justificación de Rubius para este comportamiento era que si ni se podía cuidar a sí mismo, ¿cómo iba a cuidar a los demás? No podía actuar racionalmente porque su mente estaba bloqueada por aquella negatividad y culpa que lo perseguían desde que fue al funeral. Y es que apenas logró permanecer de pie allí. Cuando estuvo en el cementerio y vio su tumba, todo su ser se rompió. Cuando se enteró, estaba en shock; ni se podía creer aquella noticia. Pero, una vez estando en el velorio, fue como si su mente se hubiese reactivado y, toda esta situación, de repente, se le cayó encima. Fue como si le hubiesen tirado una bolsa enorme llena de rocas a su espalda. Ver a todos sus amigos allí parados, con las cabezas gachas y sus ojos llenos de lágrimas provocó que se agobiara y le entraran náuseas. Quería largarse de allí lo antes posible. De pura suerte no se desmayó. De tan solo recordar aquel día le mareaba. Y es que recordar su tumba era algo que no se podía creer; no quería creerlo.

—Dudo mucho que algún día pueda aceptar que te fuiste, Mangel. Siempre dijiste que soy fuerte y optimista, pero ahora no sé qué hacer. Estoy totalmente perdido —susurró para sus adentros. Fue un susurro inentendible gracias a los sollozos que liberaba Rubius.

«Todos dicen que debes desahogarte. Llorar y llorar hasta que sientas que no puedes más; pero no puedo dejar de llorar. Cuando siento que me calmo, me vuelven a atormentar mis sentimientos y, sin darme cuenta, ya están descendiendo lágrimas por mis mejillas. Y, lo peor de todo, es que me odio a mí mismo por no haberme reunido contigo más seguido. Todos dicen que no hay que pensar en el pasado, y que no hay que sentirse culpable por un evento desafortunado que no pudimos evitar que pasara. Pero es que me es imposible no sentirme mal conmigo mismo».

[...]

Es una tortura tener que escucharlo llorar todos los días. Me parte el alma verlo de esa manera, pero no puedo hacer nada. Quiero hablarle, abrazarle, consolarlo, pero no puedo.

¿Por qué sigo todavía aquí? ¿Por qué puedo escucharlo cada vez que llora? ¿Por qué mi subconsciente puede ver la clara imagen de Rubius completamente destrozado? Era como un muerto viviente, y era insoportable verlo así. Me entraba una profunda tristeza que nunca había sentido antes.

Sabes perfectamente que odio verte así, mi Rubiuh.

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora