Capítulo 30

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—¡Alex! ¿Vas bien?

—Sí, no te preocupes, Fargan.

Alex y Fargan caminaban por las montañas nuevamente. Decidieron adentrarse un poco más para asegurarse que no hubiese nada. Solo habían investigado la parte que estaba relativamente cerca del pueblo, pero no se alejaron más. Así que, esta vez, decidieron aventurarse más adentro de ellas. Iba a ser complicado, ya que les costaría avanzar por los caminos empinados y rocosos, pero todo fuera por el bien de Karmaland.

Fargan se aseguraba cada tanto que Alexby estuviera bien, y el contrario se reía porque se preocupaba muchísimo por él. Fargan no sabía por qué le sucedía esto; simplemente le surgía la necesidad de hacerlo, aunque bien sabía que su amigo podía solo. Pero, aun así, no podía evitar tener aquel sentimiento. Su compañero podía tener esa fachada de gruñón y algo agresivo pero, sin darse cuenta, lograba ser bastante tierno, y Fargan amaba molestarlo por ello. Por eso, a veces, no podía evitar tener la necesidad de protegerlo, como a un hermanito menor.

Cada vez era más difícil caminar por allí. Los riscos se volvían más empinados y rocosos, lo cual provocó que su paso se ralentizara y tuvieran que tener más cuidado al pisar. Fargan procuraba que Alex estuviera siempre a su lado, ya que tenía miedo que se cayera y él no se diera cuenta. Alexby solo reía ante la situación; le resultaba tierno que Fargan estuviera tan preocupado. En realidad, él tendría que ser el que estuviera de ese modo, ya que su compañero era muy distraído. Pero Alex solo se dejaba llevar por aquella sensación; debía admitir que le resultaba lindo sentirse protegido, aunque él era demasiado independiente.

Fargan observaba a su alrededor, preguntándose si había valido la pena ir hasta allí. Lo único que veía eran montañas, rocas, árboles y pájaros. Sabía que por algún lado debían de haber osos, así que también se mantenía en alerta por esto. Alex se empezaba a cansar cada vez más; sus piernas le dolían y el camino se le hacía eterno. Sentía que los riscos se volvían más altos y más difíciles de escalar, y que pronto terminarían cayendo en algún acantilado o perdiéndose. Para distraerse del agotamiento, se quedó viendo al paisaje que los rodeaba. El sol todavía estaba alto, aunque había un par de nubes. Algunas partes de las montañas eran puras rocas, pero en otras notaba mucho césped y algún que otro árbol o arbusto. El panorama era realmente bello a decir verdad, pero quizá lo habría apreciado mejor si no fuera porque ahora estaba trabajando y se sentía muy agotado de tanto caminar.

Se había sumido demasiado en sus pensamientos, provocando que tropezara con una roca y casi cayera cuesta abajo si no hubiese sido porque Fargan lo tomó de la mano y lo jaló hacia él para que no pasara esto, ocasionando que quedaran demasiado cerca; prácticamente sus pechos estaban pegaditos el uno del otro y sus narices no chocaban solo por unos pequeños centímetros.

Sus respiraciones se mezclaron y quedaron viéndose fijamente a los ojos, pero esto no les incomodó. Se sentían sorprendentemente bien en esa posición.

Sin embargo, Alex salió rápidamente de aquel trance y se alejó, ocasionando que Fargan también reaccionara y se separara un poco.

—No sabía que me tenías tantas ganas, Alexby —dijo Fargan, divertido.

—Lo mismo digo yo. ¿Tan desesperado estabas? —comentó, en el mismo tono burlón.

Fargan rio por aquel comentario.

—No te creas —respondió, guiñándole un ojo.

—De todas formas, gracias por salvarme.

—Al final sí necesitabas que te vigilara.

—¡Ja! Veamos cuánto tardas tú en tropezarte con alguna roca.

A pesar de haber bromeado y que se fuera la tensión de aquel momento, ambos seguían muy avergonzados, pero preferían ocultarlo. Quizá podría quedar como una anécdota chistosa que contar en una reunión con sus amigos y ya.

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora