Capítulo 22

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Rubius despertó, alterado. Jadeaba de manera agitada y sudaba muchísimo. Finas lágrimas bajaban de sus mejillas y notó que temblaba. Se las quitó, tanto las que yacían en sus mejillas como las que amenazaban salir de sus ojos, y tomó toda su fuerza de voluntad para levantarse de su cama.

—Solo fue una pesadilla más —susurró para sus adentros.

Sentía sus piernas un tanto débiles pero se esforzaba por mantenerse de pie. Caminó lentamente a su puerta y posó su mano en el pomo. Esta ya estaba abierta puesto a que era hora de desayunar.

Liberó un denso suspiro, para luego, abrir la puerta y salir de su habitación.

El acceso a la cafetería dependía según el estado mental del paciente. Si era muy grave, se le daba la comida en su habitación y, si no, se le permitía comer en la cafetería. Él estaba calificado como «moderadamente estable» así que tenía sus lujos.

Entró a la cafetería con paso nervioso y, cuando lo hizo, miró a su alrededor. Afortunadamente, no habían muchas personas. Agachó la cabeza y se dirigió al puesto de la cocinera. Tomó una bandeja y se acercó a ella, la cual le dio puré medio rancio y un poco de carne que no se veía muy apetitosa. Murmuró un «gracias» casi inaudible y luego se encaminó a una mesa que era la más alejada del resto de los pacientes.

Se sentó en la mesa que estaba más al fondo, cuya ubicación se hallaba relativamente cerca de los basureros, pero a él no le importó. Empezó a revolver el puré con su tenedor y a mirar fijamente a su carne con desinterés; sin embargo, al divisar a un enfermero que lo observaba con una mirada juzgadora, empezó a comer rápidamente. Este enfermero continuó observándolo, pero relajó la mirada cuando notó que estaba comiendo. Le susurró unas cosas a la enfermera que estaba a su lado, la cual asintió.

Rubius al percatarse de esto le entró miedo. Seguramente le avisarían a su psiquiatra de algo que había hecho y tendría que charlar de eso en su próxima sesión.

De repente, aquella enfermera que antes estaba hablando con aquel hombre que lo observaba empezó a acercarse a su mesa. Él sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. ¿Le harían algo malo? ¿Qué había hecho ahora? Había sido muy cauteloso pero, al parecer, no lo suficiente.

La enfermera no le permitió seguir pensando.

—¡Hola! —Exclamó con voz cantarina.

—Hola —respondió con timidez.

—Siempre te veo solo por aquí. ¿No es algo deprimente?

—Mi vida es deprimente, así que yo no le veo nada ya.

A la enfermera se le achicó un poco la sonrisa, pero apareció de nuevo casi al instante.

—¿Tienes amigos? —Preguntó con curiosidad.

—Sí... O, al menos, eso creo.

—¿Nunca te vinieron a visitar? —Cuestionó sorprendida.

—No todavía.

—Pues qué malos amigos. ¿Cómo pueden dejarte tirado así no más? Llega un punto en el que te exaspera estar aquí; no te pueden dejar solo.

—Diles a ellos.

—Cuando vengan lo haré; te lo prometo.

Rubius sonrió. Era una sonrisa tímida, pero allí estaba.

—Me llamo Rubén —dijo presentándose.

—Olivia; mucho gusto.

—¿Quieres sentarte aquí?

Almas unidas (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora