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DRACO RESPIRADA CON DIFICULTAD MIENTRAS SE PASABA LAS MANOS POR EL PELO DE FORMA DESESPERADA.
Los gritos de Venus le estaban rompiendo el alma, sentía que se iba a volver loco.
—Por favor —suplicó entre sollozos a nadie en general—, haz que pare.
Los cuatro adultos en la sala tuvieron diferentes reacciones
Narcissa no fue capaz de mirar a su hijo, y Lucius simplemente prefirió no decir nada.
—Ella estará bien, querido —hablo Bellatrix de forma tranquila.
Parecía que estaba disfrutando de los gritos de la chica, al igual que Ella que sonreía genuinamente.
Draco apretó sus dientes con fuerza, haciendo que rechinaran. Por supuesto que no iba a estar bien; era imposible que alguna vez ella estuviera bien con aquello.
Y todo era su culpa.
Esa era la frase que su subconsciente le repetía una y otra vez en su mente de Draco, no debería haber dejado que Venus interviniera. Si no lo hubiera hecho ella ahora estaría a salvo con Lupin.
La puerta del comedor se abrió de repente y por ella entró Felix Rosier con un semblante serio, demasiado para tratarse de él.
Los meses huyendo se habían hecho notar en el hombre que se veía diez años más viejo de lo que era, con esa poblada barba y esas arrugas alrededor de sus ojos.
—¿Qué le están haciendo a mi sobrina? —espetó mirando hacia Ella Rosier que sonrió de forma brillante hacia su cuñado.
—Está recibiendo la marca, Felix —dijo con emoción tomándolo por los hombros como si le estuviera dando una buena noticia—. Está haciendo honor a su apellido por fin.
—¿Honor? —dijo con recelo Felix dando un paso lejos de ella—. Lo dejé muy claro en la última reunión Ella, Venus no debía recibir la marca.
—Soy su madre, puedo decidir sobre ella.
—¿Con qué derecho te haces llamar nuestra madre? —Draco levantó la vista soltando un jadeo cuando Ares Rosier ingresó a la estancia.
Tan demacrado como su padre, su paso por Azkaban había hecho mucha mella también sobre el joven. Sin embargo, ese porte de familia noble seguía estando en él como algo impreso de nacimiento. Incluso con esas grandes ojeras y tan escuálido que se asemejaba casi a un esqueleto, Ares Rosier continuaba poseyendo ese aire aristócrata y elegante que solía caracterizar a las familias de sangre pura.
—Ares, querido —dijo con una sonrisa.
Ella acercó su mano para tocar la mejilla de Ares. Este se apartó de forma brusca y miró con asco a su progenitora.
