Noche turbulenta

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Layan pasó por varias sensaciones antes de que su ceño se frunciera. Su habitación estaba a oscuras, solo iluminada por la luz de la luna que se filtraba por el balcón, a través de las finas cortinas de su cama de dosel. Aun así podía ver perfectamente, gracias a sus capacidades lobunas, el rostro sonriente y frío de la mujer sentada sobre él.

Los muslos blancos estaban a cada lado de su cadera, haciendo que el simple y holgado camisón corto se corriera hacia arriba dejando demasiada piel a la vista. Si eso fuera lo peor no se molestaría. Priscila tenía todo su torso acostado sobre su pecho recostando su rostro en su mano. La posición hacía que uno de sus hombros estuviera totalmente descubierto y parte del valle de su pecho. Y a ella no parecía incomodarle.

Pero a Layan si porque uno estaba prácticamente desnudo y el otro completamente. Layan nunca le importó dormir sin ropa, como lobo era algo completamente normal, pero por primera vez deseó tener algo más que una delgada sábana que apenas cubría su cadera.

-¿Cómo entraste?- por alguna razón sabía su respuesta. Debía imaginarse que una simple prohibición de su parte no le impediría entrar allí.

Ella inclinó su cabeza en su palma. Su largo cabello ahora en una gruesa trenza de desplazó de su espalda cayendo sobre la cama acariciando los dedos de Layan. Era demasiado suave al tacto. Tuvo ganas de enredar las suaves hebras en sus manos pero fue fugaz.

-Solo hice las preguntas necesarias y ellos solo me dieron la respuesta-

Layan entrecerró los ojos.

-¿Leíste sus mente otra vez?-

Ella asintió.

-Y un poco más. No me querían dejar entrar- sino fuera quien era él podía dejar pasar aquello como un simple comentario inocente. Nada más lejos de la realidad.

Respirando profundo hizo el intento de levantarse pero se quedó sobre sus codos. Ella estaba sentada estratégicamente en un lugar peligroso y era mejor no provocar y más con los últimos acontecimientos. Solo había sido unos pocos movimientos pero algo más que su cadera comenzaba a despertar. Rayos, estaba demasiado sensible.

-Priscila- la llamó con voz grave en un intento de ocultar lo que realmente le estaba ocurriendo.

-Hmm- los ojos plateados de ella brillaron.

-Puedes al menos hacer caso a alguna de mis órdenes y respetar mi espacio- sus dientes se apretaron- Te dije que tenías prohibido entrar a mi habitación. ¿Tan poco me respetas?-

Ahí iban de nuevo.

-No sé por qué está molesto. Hay una parte de ti que no lo está- ella ignoró olímpicamente su pregunta. Como siempre.

El alfa cerró los ojos al sentir que ella se movía ligeramente y llevó una mano a la cadera de ella apretándola con fuerza. Sus dedos se enterraron en la carne suave que se encontró descubierta y tuvo el impulso de soltarla pero sabía que si lo hacía ella seguiría jugando con él.

-Priscila, estoy perdiendo la paciencia- una gota de sudor corría por su espalda.

El olor a lirios de ella se hacía más fuerte, se notaba que lo estaba provocando y él estaba perdiendo terreno. Acaso él no era un alfa, como podía verse tan vulnerable delante de una cachorra. Odiaba lo que podía hacer el vínculo sobre todo en los machos.

-Eso es bueno, lo hace más divertido, ¿no crees?- para ser de noche ella estaba de muy buen humor.

-Vuelve a tu habitación, yo tengo que descansar, a diferencia de ti que solo tiene la intención de jugar y hacerme perder el tiempo, tengo mucho trabajo- casi le gruñó frustrado.

Reina del Alfa #2 Serie: Almas De Lobo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora