Complaciendo al alfa

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Priscila sabía que estaba jugando sucio.

Pero no era su culpa. Layan no acababa de poner de su parte por lo que ella había tenido que usar algunos métodos efectivos para lograr lo que quería. En eso, estaba desorientar al alfa con sus feromonas.

No era normal que un lobo las usara y menos alguien tan joven como ella pero su madre le había enseñado como podía doblegar y dada su fuerte naturaleza eran más fuertes de lo estimado. Además, había un punto que no le había contado ni siquiera a sus padre y menos a Layan.

Su cuerpo estaba rozando los 100 años, al menos lo interno, por lo tanto, su celo podría llegar en cualquier momento. Debido a eso su olor era más dulce y había excitado tanto al alfa que ahora tendría que hacerse cargo de lo que él tenía entre sus piernas.

Y no era como que a ella le molestara. Si Layan no sintiera algo por su persona simplemente la habría rechazado.

-Priscila, levántate, déjame salir- soltó el lobo con la intención de irse y resolver el problema por sus medios pero ella se mantuvo en su lugar.

En cambio, rodeó su cuello y buscó sus labios. Podía jurar que Layan parecía casi borracho. Su rostro estaba un poco más rojo y jadeaba.

-¿Puedo hacerlo yo? Soy la culpable después de todo- le murmuró y él frunció el ceño- Así nos vamos conociendo-

Layan pudo jurar que su erección palpitó ante ese pedido y un escalofrío le recorrió la columna. Si se casualidad se levantaba sabía que se maldeciría a su mismo. Su parte salvaje lo mantenía quieto en su lugar y sus dedos se enterraban cada vez más en la cadera femenina.

Cerró los ojos y respiró profundo. No podía creer que fuera a decir aquello.

-Solo lo permitiré esta vez- se cubrió los ojos con el dorso de la mano.

Una sonrisa cruzó los labios de Priscila que volvió a besarlo cogiéndolo desprevenido. Pero demonios que bien se sentía que hiciera eso. Un ligero ronroneó salió de la garganta del alfa. Qué le estaba haciendo ella. Apenas podía pensar y menos razonar. Sobre todo cuando su lívido sexual era el que mandaba.

Mientras sus labios estaban en una batalla entre ellos una de las manos de Priscila recorrió el pecho musculoso del alfa completamente ajeno de vello pero si muy irregular. Había curvas por todos lados, curvas duras y definidas. Priscila podía jurar que su cuerpo era aún más fibroso que el de su padre.

Eso la hizo removerse sobre el regazo de él y la mano sobre su cadera desapareció para que uno de sus gruesos brazos la apretara contra ese duro cuerpo.

-No pretendas que puedes jugar conmigo- Layan protestó con los dientes apretados y una gota de sudor bajando por su sien. Estaba tan excitado que dolía y ella hacía todo a su paso sobre estimulándolo. Si seguía así daba por sentado que perdería el poco control que le quedaba. Y eso no pronosticaba nada bueno.

Priscila no le hizo mucho caso a sus palabras y besó su mejilla y su mandíbula. Su mano siguió el camino pasando por el abdomen marcado y más abajo, raspando con su uña el ombligo. El cuerpo de Layan tembló bajo su tacto y un gemido salió de sus labios.

Esto la alentó aún más pero cuando su mano llegó hacia su destino la sacó de golpe y sus ojos se abrieron.

-¿Por qué demonios tiene ese tamaño?- inconscientemente imitó el tono que solía usar su hermano Alan.
Layan, sumido en su nebulosa gruñó.
-Gracias preciosa, sé que soy bien dotado, pero es de mala educación dejar a medias lo que empezaste- hizo una mueca y frunció el ceño con dolor. Su cuerpo estaba tenso.

Priscila no podía definir bien por el agua pero de algo estaba segura.

-El de mis hermanos no es así- soltó ella simplemente. Era normal la desnudez entre los lobos y ella no era la excepción, solo que había situaciones y situaciones.

Reina del Alfa #2 Serie: Almas De Lobo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora