Fragmentos de Excalibur

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Si alguien podía odiar a una espada sagrada, ese era Kiba Yūto. No había conocido a sus padres o, al menos, no tenía unos verdaderos recuerdos de ellos, solamente rostros difuminados que nunca parecían aclararse. Lo que recordaba de su infancia, por un tiempo, fue estar bajo la vigilancia de una monja, en un internado de la iglesia cristiana y luego pasar a las manos de Valper Galilei, el desgraciado que terminó con la vida de sus amigos, sus compañeros, aquellos con los que pasó algunos años, participando en aquel proyecto que, en vez de traerlos paz y una mayor cercanía a dios y un reconocimiento por los altos cargos de la iglesia, les trajeron desesperación, un deseo de huir de las manos de aquellos que debían protegerlos...sin un verdadero éxito.

Como muchos antes que él, Yūto participó voluntariamente en el proyecto dirigido por Valper, esperando poder ser un santo, alguien cercano a dios y sus hijos, pudiendo exorcizar a los hijos de Lucifer y Lilith con su propia mano, empuñando una espada. Era un sueño, un deseo que todos los huérfanos dentro de la iglesia compartían. Ningún niño quería ser alejado del proyecto, ser negado a participar. Todos tomarían el riesgo voluntariamente...dejando sus vidas atrás.

Yūto tomó el mismo riesgo que sus compañeros, mostrándose confiado, deseando poder ser un portador de una Espada Sagrada, eliminar del mundo a la oscuridad venida del mismo Inframundo, del Averno dirigido por el diablo, por Belcebú, aquel ser que corrompería a los humanos con sus tratos, sus engaños.

Pero, con el pasar del tiempo, aquel fuego que ardía en representación de su deseo, de su sueño...se fue apagando, menguando lentamente cada vez que fracasaba, cada vez que veía como sus amigos desaparecían y no volvía a verlos.

Como un castillo de naipes, su sueño simplemente se esfumó por la cruel realidad. Jamás podrían ser como los templarios, llevando las espadas sacras y eliminando al mal del mundo, trayendo la paz verdadera.

Y Valper simplemente se aseguró de ello.

No sabía cómo ni porqué, pero logró escapar de la masacre orquestada por el sacerdote y sus seguidores, quienes gasearon a niños con un gas venenoso, él incluido.

Aquel momento, fue el más doloroso para él. Yūto vio morir, delante de él, en sus brazos, a sus amigos, como dieron la vida para que el pudiera escapar del lugar, sobrevivir un poco más.

Recordaba, vagamente, como se había arrastrado hasta un árbol, sintiendo la nieve bajo su cuerpo, crujiendo bajo sus zapatos, empapando su ropa, su piel, congelando su cuerpo. Con el veneno en su sistema, no duraría demasiado.

Pero en un mundo ligado a lo sobrenatural, incluso la muerte podía ser burlada por aquellos que lo desearán, que tuvieran el poder. Y una heredera como Rias Gremory, tenía el poder suficiente.

Yūto estaba agradecido con Rias por darle una segunda vida, poder vivir aquello que Valper le quiso arrebatar. Pero las Excalibur debían ser destruidas. Habían sido la causa de la muerte de cientos de niños, de sus amigos y de inocentes.

Y estaba dispuesto a hacerlo...solo.

―¡Yūto!

El [Caballero] y las exorcistas se volvieron, viendo a Issei corriendo hacia ellos, o más bien pedaleando con fuerza, cargando a Koneko detrás. La niña se agarraba a la cintura del castaño, mientras este jadeaba por el esfuerzo. Habían recorrido Kuoh buscando a su compañero y amigo, encontrándolo con Irina y Xenovia.

―¡Issei-kun!―Irina saludo a su amor platónico y amigo de la infancia con vehemencia, mientras Xenovia solamente bufaba. Había permitido al espadachín acompañarlos...¿pero al pervertido? Realmente prefería al Cazador de Demonios, si le preguntaban.

Naruto: El Cazador de DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora