Los dioses no debían caer en sentimientos mundanos. La ira. El odio. El egoísmo. La envidia. Cualquier sentimiento podía empañar el juicio de cualquier dios, llevando al mismo a tomar una decisión errada sobre cualquier juicio sobre el ser humano y guiando todo hacia el error mismo. Pero incluso los dioses terminaban cayendo de un modo u otro. Si Raijin pecaba de orgullo y arrogancia, así como de una supremacía y del desprecio hacia los demás que no vieron nacer el mundo, Fūjin pecaba de ser una diosa cambiante, como el viento, sin dejar en claro sus intenciones o sus sentimientos para con nadie...salvo con el propio Raijin. Así como Indra y Shiva, Amaterasu y Tsukuyomi, Zeus y Hades, Raijin y Fūjin habían tenido enfrentamientos constantes a lo largo de los años, creando desastres que fueron catalogados como tormentas naturales, como tifones o tornados arrasadores que devastaron ciudades.
Guiado por la arrogancia y el desprecio, Raijin había lidiado con Fūjin incontables veces, teniendo encuentros desastrosos para el mundo sobrenatural. Cada dios del Shintō, sabía que no debían meterse en los enfrentamientos de los dioses, a menos que se quisiera morir o terminar realmente herido. No eran pequeñas peleas lo que el viento y el trueno tenían cada cierto tiempo. Si ellos peleaban, lo harían para ganar sobre el otro, humillándolo delante de sus seguidores y de los ojos del cielo y la tierra. Cualquier dios que observara, vería la derrota humillante del otro, dejando en claro delante de los dioses cual de los dos era el más fuerte del mundo.
Siguiendo aquella competencia tan terrenal, Fūjin y Raijin habían competido y estado en desacuerdo en todo. Si en una reunión uno decía blanco, obligatoriamente el otro decía negro. Jamás estarían desacuerdo en nada, ni siquiera en ver a los dioses menores como simples hormigas que uno podía aplastar. Mientras Raijin los veía como insectos y seres que él podía usar a su antojo, Fūjin los observaba como una madre cariñosa, mostrando amor y protección hacia sus compañeras deidades, aunque fueran de un menor estatus que ella, una diosa que había asistido a la creación del mundo mismo, viendo como este comenzaba a tomar forma y los demás dioses iban cobrando vida. Fue una de las testigos del destierro de Uzumaki Naruto, del asesinato del clan Uchiha y de miles de atropellos mas ocasionados por los dioses de la Primera Generación del Shintō, debilitando la credibilidad en ellos, los dioses del Japón. En pocas décadas más, se parecerían a los griegos como Zeus...
Raijin frunció el ceño, sintiendo el viento bloqueando su golpe. Movió la cabeza, clavando sus ojos eléctricos en una mujer de cabello desordenado, verde claro y piel bronceada. La chica no aparentaba más de unos diecisiete años, con un cuerpo esbelto, de pechos medianos y cubriendo la parte inferior de su cuerpo con una falda de piel de animal, más bien lo que parecía venado. Sus pechos eran ocultados por un sostén de la misma piel animal, dejando el resto de la bronceada piel de la mujer a la vista. Sus ojos, de un chocolate oscuro, parecían brillar salvajemente, como si fuera un animal sobre su presa.
―Fūjin...
Durante miles de años, las personas habían creído que Fūjin era un dios del viento, un ser aterrador como lo era su contraparte Raijin. Más alejado de la verdad, Fūjin era la diosa del viento, una deidad femenina que mantenía un aspecto similar al de una adolescente humana, de una estatura de metro sesenta y cuerpo delgado. Lo único destacable, eran sus dientes afilados.
―Ho~, Raijin.
El dios apretó los dientes, observando la burla en Fūjin, como parecía mirarlo desde arriba. Era un gesto despectivo de la diosa, que realmente no podía soportar. Lo veía con inferioridad, como si él no fuera más que un pequeño insecto en su camino. ¡Él también estuvo en la creación del mundo! Enfurecía solo con ver aquellos ojos observarle, siempre como si ella fuera la superior de los dos. No lo eran. Ninguno había ganado aun sus encuentros.
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Naruto: El Cazador de Demonios
Hayran KurguUzumaki Naruto es un estudiante normal en la academia Kuoh, con unas calificaciones promedias y sin nada demasiado destacable, salvo su enorme y sorprendente habilidad para el kendo. En un mundo donde lo sobrenatural parece haber cobrado vida de un...