Todo empieza a moverse

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Inframundo. El reino de los seres oscuros, de los diablos y demonios, de los pecadores. El infierno tenía distintos nombres, según el panteón que visitaras, la religión que siguieras: en la Biblia era llamado Inframundo o infierno; en el sintoísmo se denominaba Yomi; Naraka era como los hindúes denominaban a aquel lugar donde los malos espíritus eran enviados, donde los seres más oscuros estaban encerrados. Así como el dominio del cielo era compartido por las deidades, el infierno era repartido entre los seres oscuros que servían dentro de cada panteón, sin dejar ninguno sin un lado oscuro, sin una cárcel donde mantener a los oscuros espíritus que no podían enviar el cielo a que compartieran mesa con los ángeles, con los dioses que debían velar por los humanos.

Así como el bien estaba en cada cultura, el mal no estaba alejado por demasiados metros. Bien y mal. Ambos lados pertenecían a una misma moneda, sin poder separarse por más que quisieran. Sin bien, no podía existir el mal. Sin el mal, no podía existir el bien. Era un concepto sencillo que incluso los mismos dioses a veces olvidaban. No todo era blanco o negro. El gris siempre predominaba en el mundo y era usado para enviar a alguien al sufrimiento eterno...o al placer. Nunca alguien era juzgado con razón. Para cada acción había consecuencias o antecedentes para dichas acciones. El otro lado siempre se olvidaba de los antecedentes, del motivo real para que aquella pobre alma hubiera terminado sufriendo, siendo encadenada a una jaula, observada por las huestes de alguna deidad encargada de dar tormento a los incautos.

Cuando aquella deidad era derrocada, jamás el tormento terminaba. Otra siempre ocuparía su lugar, llegando a ser incluso mucho más feroz que la anterior.

Después de miles de años, tras las caídas de miles de dioses y la derrota de los Maō anteriores, el Inframundo cambió, volviéndose ligeramente algo blando, pero dominado por los mismos nobles que una vez sirvieron a aquel que luchó manos a mano contra Elohim: Lucifer, el arcángel caído, aquel que, junto a Lilith, trajo las bestias del averno que las mismas huestes del Heaven tuvieron que encerrar en el Purgatorio, el peor lugar del mismo Inframundo. Si alguien tomaba la llave y abría los cuatro candados de la puerta, la destrucción sería traída al mundo sobrenatural...y humano. Nadie saldría indemne de aquella locura. Miles fueron los caídos que dieron su vida para mantener a aquellos seres encerrados, ocultos de los ojos de deidades locas por el poder.

―Joker-sama realmente llega tarde.

Cuatro figuras se mantenían en una habitación. La que había hablado, una muchacha de diecisiete años estaba mirando a través de la ventana, observando con sus ojos rojos la noche que había caído sobre la ciudad. Era una muchacha bonita, de cabello morado cayendo hasta la mitad de su espalda, mostrando un cuerpo delgado y bien formado, llevando lo que parecía ser un vestido de sirvienta, con tiara incluida.

―Ya sabes como el actúa―exhalando humo, declaró un hombre de cabello blanco, desordenado, vistiendo un traje de mayordomo, con corbata y guantes. Un cigarrillo estaba entre sus labios entreabiertos, dejando que una ligera nube escapara de los mismos―. Deberías mantener tu impaciencia bajo control.

Aquel hombre mantenía sus ojos grises fijos en la baraja en su mano. Moviéndola por los dedos, la carta del As aparecía y volvía a desaparecer, mientras sus dos orbes grises se movían por las demás cartas, analizando si realmente aquel día era bueno para él. Intentaba ver si realmente terminaría muerto con lo que se avecinaba.

―Eres algo pasotista―replicó un segundo hombre, delgado, larguirucho, con una enorme nariz que hubiera calificado para un Pinocho real. Unas gafas negras cubrían sus ojos, mientras su cabello alargado estaba en punta, formando dos cuernos oscuros―. El señor Joker podría haber sufrido algún tipo de altercado al reunirse con nosotros. Eso deberíamos de considerarlo.

Naruto: El Cazador de DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora