Despertar

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Sentía cada una de las cicatrices. Sentía cada hueso destrozado, cada órgano pulverizado por el poder que había liberado. Sin embargo, aquel dolor, aquella sensación hormigueante que lo acompañó cuando cayó en la oscuridad de la inconsciencia, solamente se fue de un momento para otro. ¿Habrían pasado horas o día? ¿Tal verz fueron semanas, meses o años? No pidía dilucidar cuanto tiempo pasó, ni tampoco quería saberlo. Finalmente, tras años, tas siglos él volvió a ser quien era. Mala hierba nunca muerte y él realmente no había muerto por más que Indra u otro dios lo había querido. Viajó por el mundo, pasó mil años cercanos completamente solo, empañando su espada con la sangre de los dioses y los humanos por igual, tomando las vidas de aquellos que se pusieron en su camino. Ni siquiera parpadeó cuando los traspasó con sus manos, con sus armas o incluso sin usar nada absolutamente. No necesitaba un arma para matarlos, para verlos sufrir.

Tras aquel tiempo de oscuridad, finalmente vino para él la luz deseada. Abrió los ojos, o más bien el ojo derecho, parpadeando e intentando poder visualizar completamente el techo que lo estaba cubriendo. Lo reconocía. Aquel techo había estado en su vista muchas veces, más de un centenar incluso. Ya había perdido completamente la cuenta de las veces que lo vio, tanto con el rostro de su esposa como sin él de por medio. Aquel techo era el techo en su habitación dentro del Palacio Uzumaki, dentro de la Ciudadela Uzumaki cuando fue rey, el Décimo dentro de la línea de sucesión y quien fue marcado como un traidor.

Pero él nunca lo fue.

Su abuela había sido la mente maestra detrás de todo aquel plan, obligándole a aceptar su estado de exiliado para poder cazar a los enemigos de ella misma y los suyos propios, fueran o no los asesinos de toda su familia. Y parecía que él mató a su hijo usando su propia arma cuando Indra lo usó en su contra. Pero aquello no le importaba demasiado. Ya no, de todos modoso. Despúes de tomar su espada y despertar aquello que había dormido dentro de él, solamente impulsó aquello que estaba atado con cadenas dentro de su propia alma sacando aquello que había esyado dormido dentro de él desde que Tayuya murió.

Tragó saliva con fuerza. Su boca estaba seca, no solo sus labios, si no la garganta completa, como si estuviera pasando una lija por la misma constantemente. Respiró hondo y, moviendo un poco su cuerpo engarrotado por el tiempo dormido, finalmente quedó sentado en aquella enorme cama propia de un rey. También fue la cama que el tomó con su esposa durante muchos años. Aquel recuerdo no se iba ni se iría de su mente por más que alguien lo intentara.

Flexionó varias veces los dedos de su manoderecha. No estaba totalmente engarrotado. Su mano de la espada al menos estaba completamente operable, y era lo único que necesitaba actualmente.

Sus oídos timbraron. Algo cayó al suelo y se despedazó en mil pedazos que rebotaron en aquel suelo de mármol y, atraído por aquel sonido constante, giró la cabeza. Orbe azul como el mismo océano se clavó en una mujer, en aquella que dejó caer la palangana con la que, seguramente, lo habían estado limpiando.

Era bonita. Cabello rojo como las hebras del hilo del destino. Ojos color lila. Piel blanca. Todo Uzumaki contaba con dos características: cabello rojo y ojos de color lila o de su propia escala de colores, así como el propio cabello. No necesariamente debía ser rojo como tal, si no que, como los ojos, cualquier escala de rojo podría ocupar aquel cabello.

―M-mi señor...

Ella solo parpadeó una vez. El sonido de la tela moviéndose y el viento arremolinándose llegó a sus oídos justo cuando su cabello se agitaba ligeramente. Una sombra apareció sobre su rostro y, de pronto, una mano estaba sobre ella.

Con un sonido hueco y un crujido, aquella mujer terminó con su cabeza golpeando contra la pared detrás de ella. El sonido de crujido siguió al del golpe, primero el crujido de la pared y despúes el del cráneo de la mujer. Una mancha roja quedó en aquella pared mientras el joven se mantenía con la mano presionando el rostro de aquella sirvienta.

Naruto: El Cazador de DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora