Capítulo 36

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-Albert...- murmuró y viejas imágenes comenzaron a desfilar por su memoria.

Podía recordarlo. La indómita cabellera, ahora en libertad, le daba un aspecto algo diferente. La barba adolescente que entonces gustaba portar con orgullo había desaparecido. Por lo demás, no lucía tan distinto del que había conocido años antes, durante su exilio suizo. Los labios exuberantes, la expresión adormilada de sus ojos oscurísimos y su gusto por la buena ropa, seguían allí. Hasta su perfume era el mismo. (1) Aquella colonia que solía tomar del armario paterno y que entonces era tan poco apropiada para su edad hoy parecía sentarle de maravilla. El pequeño bon vivant que exasperaba a los profesores se había convertido en el caballero que siempre había deseado ser.

Apenas regresó a su apartamento, Julian llamó al teléfono que figuraba en la tarjeta. Necesitaba disculparse. Era lo menos que podía hacer por los viejos tiempos en que su condición de únicos estadounidenses del instituto los había acercado.

-¿Albert?

-¿Ahora sí eres Julian?- preguntó entre risas- No recuerdo que en la escuela fueses tan arisco.

-Es que...no te reconocí- explicó tímido.

-Considerando mi apariencia de antaño, lo tomaré como un halago- concedió, poco proclive a alimentar conflictos.

No creyó preciso indagar acerca de por qué prefirió no responder a su nombre. El escándalo de John era muy reciente y supuso que no deseaba mezclarse con el apellido ni los asuntos de su padre.

-¿Qué estás haciendo aquí, Albert? Pensé que estabas en Los Ángeles.

-Fingiendo que tomo un curso en la Escuela de Cine- respondió- eso tranquiliza a mi madre y me garantiza el flujo de dinero. (2)

Julian rió. Algunas cosas no parecían destinadas a cambiar.

Se hizo un silencio breve hasta que volvió a hablar.

-Creo que te debo una disculpa...- ofreció.

-Si leíste mi tarjeta, lo que me debes es una respuesta- dijo con aquel descaro adolescente que tampoco parecía extinto.

Julian volvió a reír.

-Si quieres tu respuesta, tendrás que venir a buscarla a mi apartamento, Albert.


Las cosas en Moretti's funcionaban mejor que nunca. Bajo la conducción de Fabrizio y Nick el lugar lucía renovado. Una pequeña banda de jazz animaba las noches. Transformaron en bodega parte del espacio ocioso, contrataron un sommelier y sumaron a su carta una selección de habanos. Las modificaciones complacían a los clientes habituales al tiempo que atraían un público nuevo y diverso. Incluso llegaron a capturar la atención de un par de gacetillas locales que les dedicaron buenas críticas en sus páginas. Era como si la vida estuviese dispuesta a compensarlos por su injusto paso por la cárcel.

Pero nada de eso parecía suficiente para Nick.

-¿Por qué quieres irte? ¿Acaso estás incómodo?

-Claro que no, Fabrizio. Pero esta es tu casa y ya he permanecido aquí lo suficiente. Es hora de que me vaya.

-No veo por qué. Este lugar es inmenso para mí solo- dijo señalando a su alrededor.

En efecto, aquella casa en la que solía vivir la familia entera era más que suficiente para los dos.

-No es una cuestión de espacio...- insistía Nick.

-Lo sé, lo sé...sé que soy ruidoso- esgrimió ante lo que, según pensaba, sería un posible reproche.

Su amigo se limitó a menear la cabeza. No negaría que Fabrizio podía ser una verdadera fuente de contaminación acústica pero eso no le importaba. Vivía demasiado ensimismado como para oírlo. Sus pensamientos, sus sentidos, sus preocupaciones y su alma, seguían con Julian. El deseo de verlo otra vez, aunque fuera por un momento y a la distancia, parecía absorberlo por completo. Sabía donde encontrarlo y eso era suficiente para obligarlo a luchar de continuo contra el impulso de salir furtivamente a su encuentro.

NémesisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora