Némesis

Capítulo 17

Julian estaba solo cuando alguien tocó a la puerta. Supuso que Nick habría olvidado sus llaves y sin preguntar, se apresuró a abrir. Se sorprendió al ver una mujer alta y rubia de pie frente a él.

-Buenas tardes- dijo ella, que también pareció contrariada.

-Buenas tardes- respondió.

-¿Está Nick en casa? Soy su hermana, Alessandra- explicó.

Julian sonrió de inmediato. Había oído de ella pero nunca la había visto.

-Salió hace un rato- dijo abriendo más la puerta e instándola a entrar con un ademán de su mano- pero no te quedes ahí por favor, pasa.

-Descuida, no quiero molestar- replicó ella dando un paso atrás pero escrutando atentamente el rostro del joven- sólo dile que estuve aquí, por favor.

"Ha de ser Jules", pensó reconociendo en él al hombre del que solía hablarle su hermano.

-No es molestia- insistió- pasa, Alessandra. Seguro que Nick no tardará.

Ella lo miró unos instantes. Algo en Julian se le hacía familiar pero no atinaba a adivinar qué. Rebuscó rápida e infructuosamente en su memoria pero aún así, la certeza de haberlo visto en alguna parte no la abandonaba.

-Tomemos un café- ofreció él con una sonrisa, asiendo su mano por la punta de los dedos en un renovado intento de invitarla a pasar.

Estaba decidido a recibirla como era debido. A fin de cuentas, aunque ella no lo supiera era su cuñada y él disfrutaba representando aquel papel familiar que no había vivido nunca.

Alessandra entró al apartamento. Una mirada rápida bastó para mostrarle un panorama amplio de aquel aspecto desconocido de la vida de su hermano. Hubiese puesto más atención a los detalles de no haber hallado la presencia de Julian tan perturbadora.

-¿Es posible que nos hayamos visto antes?- descerrajó. Era mejor preguntar y evitar así seguir entregándose a estériles esfuerzos mentales.

-No lo creo...- dijo él ladeando la cabeza, pensativo- ¿Alguna vez fuiste al bar en que Nick trabajaba? Si lo viste allí, puede que me hayas visto a mí. Fuimos compañeros por un tiempo.

-No, nunca estuve ahí...

A medida que Julian se movía por el apartamento, Alessandra contemplaba su rostro desde diversos ángulos. Sus facciones suaves, casi adolescentes. El perfil delicado, la cabellera castaña algo revuelta. Todo en él era familiar. Lo negase o no, sabía que se habían visto pero...¿dónde?

Hablaron un rato sobre temas triviales pero la atención de ella estaba muy lejos, revolviendo en sus recuerdos, buscando el preciso momento en que había visto ese rostro.

De pronto lo miró fijo, casi sobresaltada.

-Tu nombre es Jules, ¿verdad?- comenzó a indagar.

-Así es como me llaman todos pero mi nombre es Julian- explicó.

Ella tragó saliva y dejó su taza. Tanteó con cuidado.

-Suena latino, como el mío...- apuntó con una sonrisa.

-Lo es.

-¿Italiano?- preguntó como quién busca más coincidencias entre dos extraños.

-No, español- corrigió.

-¿¡Familia hispana!? Qué interesante...- acotó intentando mostrarse sorprendida y no espantada- Me fascina España, estuve allí un par de veces.

Poco deseoso de hablar acerca de una familia y un país que apenas conocía, se refugió en su ascendencia materna.

-El nombre latino ha sido sólo una extravagancia de mis padres. Mi origen es danés, Christiansen.

La mujer sintió que su sangre se helaba. Comenzaba a comprender...o eso creía. Quizá fuera una ilusión. Quizá...quizá su vida estaba tan absorbida por aquella venganza que comenzaba a ver fantasmas por todas partes. Como fuera, sólo tenía que ir a casa y comprobarlo. Ver esas fotos y saber si...

-Julian- dijo mirando intempestivamente su reloj- creo que se me ha hecho tarde. Gracias por la compañía, ha sido un placer. Por favor, dile a Nick que estuve aquí.

Alessandra subió al taxi. Un sudor frío corría por su espalda. El viaje fue rápido, al menos para los estándares de la ciudad, pero ella sintió que había pasado una eternidad encerrada en aquel cubículo.

Se quitó los tacones y subió las escaleras a toda prisa. Abrió la puerta de su apartamento y corrió a su cuarto. Tomó la caja que guardaba bajo la cama, la caja que por años recogió todas sus investigaciones sobre la familia Casablancas. Teléfonos, direcciones de los sitios que solían frecuentar, recortes de periódico. Todo lo que sus inexpertas averiguaciones pudieron recolectar estaba allí.

Tenía una foto en mente y ahí estaba. Un adolescente ataviado con el uniforme de la prestigiosa Le Rosey sonreía a cámara flanqueado por sus padres. El hombre era John junto a su ex esposa, Jeanette Christiansen. Aquel trofeo que trajo de Dinamarca y que oportunamente abandonó, como a tantas otras. El joven de la foto, por si quedaba alguna duda, se llamaba Julian. Así lo testimoniaban las negras letras de molde en la sección de sociales del Washington Post. No había cambiado tanto desde entonces. Se veía más alto e imponente pero conservaba el rostro de niño y la enorme sonrisa franca.

El muchacho no había tardado en abandonar la luz pública y casi no había rastros de su presencia. Era la oveja negra de la familia, si podría considerársele como tal frente a semejante padre. Poco y nada se sabía de él, parecía casi expulsado o tal vez voluntariamente exiliado del seno de la familia.

Alessandra soltó un hondo suspiro. De no haber sido por esa fotografía, largamente observada en las noches en que la rabia la mantenía en vela, jamás lo hubiese reconocido.

Tomó el teléfono, dispuesta a revelar a Nick su descubrimiento. Pero pronto recordó que su hermano lo amaba, tenía planes a su lado, planes de los que incluso le había hablado. Sería incapaz de dañarlo, al menos conscientemente. De saberlo, no haría más que poner en peligro todos sus esfuerzos.

Dejó el tubo y pensó con cuidado. Debía callar y así lo haría. Entonces sonrió. Ahora John no sólo vería sufrir a su hija. También Julian lo haría. Y Nick sería la piedra de la discordia, amor y némesis compartido por ambos hermanos, la semilla de maldad que como plaga, destruiría a la familia Casablancas.