Capítulo 23

86 13 26
                                    

Nick no comprendía las razones de la presencia de Julian. Pero Alessandra sí. Oculta bajo los lentes y una renegrida peluca contemplaba con deleite la humillación pública que se abatía sobre la familia. Y eso era sólo el principio.

En medio de la confusión y cuidando que su hermano no la viese, abandonó el lugar. Tenía prisa y muchos documentos que entregar al New York Post. No había mejor momento que ese para hacerlo, cuando el enemigo estaba herido.

La presentación judicial le importaba poco. Sabía que algún fiscal actuaría de oficio en cuanto las evidencias se publicasen.

En ese instante, comenzó a sentir que su paciente espera había valido la pena. Su corazón, inflamado por un odio justificado e inextinguible, le impedía ver que ahora su propio hermano era otra víctima del desastre iniciado muchos años atrás. El niño que se había hecho hombre soñando con la revancha era uno más de los que había caído a su paso. Y ella, la única que pudo haberlo evitado, la única que conocía la verdadera identidad de Julian.


Presas de una indefinible sensación de vergüenza, los invitados se dispersaron. Como un rebaño, dejaron la sala en silencio, sin saber qué decir pero con la certeza de que lo acontecido merecía ser discutido y divulgado por todo lo alto. Habían asistido a un compromiso y acabaron presenciando una escena que se comentaría por meses.

Cecile no demoró en comprender lo evidente. Quizá no pudiera figurarse los detalles pero lo que había entre su hermano y su malogrado prometido resultaba dolorosamente obvio.

Quería huir. Refugiarse en alguna de las habitaciones para llorar a gusto, hasta deshacerse del dolor y la vergüenza que la abrazaban como llamas. Pero antes de permitírselo tenía que confrontarlo. Sin dudarlo, se dirigió a Nick.

-¿Tuvieron o tienen algo?- preguntó sin rodeos.

Nick tartamudeó.

-No me hagas repetirlo- rugió- ¿tuviste o tienes algo con mi hermano?

Los ojos de Nick se abrieron con sorpresa mientras su rostro dibujaba una mueca de incredulidad y espanto.

-¿¡Tu hermano!?- respondió sin dar crédito a lo que oía.

-Imagino que no fingirás desconocerlo después de semejante escena.

En medio del estupor de aquel descubrimiento, Nick apenas podía pensar.

-¿Julian...Julian es tu hermano?

Cecile no respondió.

-¿Ustedes...son hijos de la misma madre?- especuló como única hipótesis capaz de explicar la diferencia entre sus apellidos.

-Somos hijos del mismo padre.

-No...no es posible- repetía negándose a aceptarlo- su apellido no es Casablancas...

-Que se niegue a usarlo no significa que no lo lleve.

Nick se acuclilló dejando reposar su cabeza entre las manos. En ese instante, le pareció que todo giraba a su alrededor.

-¡Su nombre es Julian Christiansen!- repetía intentando convencerse a sí mismo.

-¡Ese es el apellido de su madre!- gritó ella impaciente.

-¿Necesitas que yo mismo te confirme que es mi hijo?- intervino John irrumpiendo de repente, con la respiración agitada y el rostro rubicundo.

Su voz hizo que Nick se pusiera de pie, sobresaltado.

-No te entrometas, papá- dijo ella terminante- y tú- agregó señalando a Nick- responde, ¿tuvieron o tienen algo?

Cecile hubiese deseado que, aunque fuese por piedad, él invocara un fugaz romance del pasado. Una aventura terminada que quizá Julian no pudo olvidar. Pero no lo hizo. Sólo dejó el lugar corriendo a toda prisa. John intentó detenerlo pero su hija lo impidió tomándolo por el brazo. Ya no era necesario. El silencio de Nick era ensordecedor. Y tenía todas las respuestas.


Julian dejó la residencia familiar como lo haría un fugitivo pero con una desventaja: aquel dolor que llevaba consigo era su perseguidor. Y no podía huir de él.

Gruesas lágrimas anegaban sus ojos y le nublaban la vista. Cruzó la calle sin atención ni cuidado. Dos autos se detuvieron de golpe para evitar embestirlo. Una andanada de insultos y bocinas se abatió sobre él que sólo atinó a correr aún más rápido, como si la velocidad le permitiese dejar atrás todo aquello.

Pasó junto a un policía. El oficial lo miró con indolencia. De no haber vestido un traje, su conducta se hubiese considerado inmediatamente sospechosa. Pero la ley nunca desconfía de alguien bien vestido.

Corrió tan rápido como pudo hasta que le faltó el aliento. Se detuvo sin saber bien dónde estaba ni adónde iría. Jadeante, dejó que sus manos reposaran en sus rodillas. Apenas podía tenerse en pie. El cabello sudoroso, su semblante demacrado y las lágrimas cruzándole las mejillas alertaron a un par de transeúntes que se ofrecieron a ayudarlo pero él pareció no oírlos.

El sonido de su teléfono lo devolvió a la realidad. El temor ante la perspectiva de que su hermana o su padre estuviesen al otro lado de la línea lo paralizó. No podía negar que abrigaba la esperanza de que fuese Nick. "Soy tan estúpido", se dijo. Si había alguien a quien ya no tenía nada que decir, alguien que ni siquiera merecía oír su voz, ese era él.

Lo engañaba, razonó. Y con su propia hermana. Debió conocerla en Elite. Quizá hasta la amara. O simplemente la utilizaba para asegurar su lugar. ¿Cómo saberlo? A esas alturas, Nick se había vuelto un desconocido. Todo lo que ahora sabía es que había sido objeto de una traición cruel que no sólo le había arrebatado a su amor sino también y muy probablemente, a su hermana.

El teléfono seguía sonando. Juntó valor para averiguar quién era.

-¿Jules?- se oyó una voz animada.

-Nikolai...- balbuceó antes de volver a romper en llanto.

Su amigo se sobresaltó.

-Jules...¿Qué pasó? ¿Qué tienes?

-Es...es Nick...- dijo sollozando.

-¿¡Nick!? ¿Qué le ocurrió?- preguntó pensando en un posible accidente.

-Él...él era...era...el prometido de mi hermana.

-¿¡Qué!?- gritó sin ignorar que ese era el día del compromiso.

-Me engañó, Nikolai...todo este tiempo...con ella...

Dijo más cosas pero su amigo no pudo comprender una sola palabra. Alarmado, preguntó.

-¿Dónde estás, Jules? Iré por ti.

-No lo sé...- dijo lloroso y con los nervios quebrados.

-Jules, escúchame bien- replicó con aplomo- necesito que pongas atención y mires en qué calle estás. ¿Me oyes? Ve a la esquina y dime exactamente dónde te encuentras.

-No...no lo sé...- repetía, incapaz de comprender con claridad.

-¡Haz lo que te digo, Julian!- apremió.

Miró a los costados intentando atinar con aquellas instrucciones tan simples. Del otro lado de la línea, Nikolai seguía hablando.

-Tranquilízate y dime dónde estás, amigo. Iré por ti, ¿sí? Sólo cálmate. Me mantendré al habla hasta reunirme allí contigo.

Pero su voz sonaba cada vez más lejana. Y antes de que pudiese obtener la información que buscaba, la batería del teléfono de Julian se agotó.

NémesisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora