Capítulo 3

146 18 11
                                    

Advertencia: Este capítulo incluye referencias sexuales.

Era ya de noche cuando Julian regresó a su apartamento. Caminó a paso lento las calles que lo separaban de su trabajo. El frío calaba los huesos pero el recuerdo fresco de la riña con su padre le calentaba la sangre. De pronto la ira cesó, dando paso como siempre al hondo desengaño que acompañaba a cada una de aquellas reyertas estériles.

A Julian no le importaba lo que su padre hacía con otros, con sus mujeres o su empresa. Le importaba todo lo que no había hecho con él y por él. Le costaba admitirlo pero aún ardía en su pecho la herida de su abandono, el dolor de su madre, la familia que no fue y ya no sería nunca.

Cuánto había envidiado a Nikolai, aquel amigo de la infancia que conservaba hasta hoy. A simple vista, el muchacho jamás había tenido nada que Julian pudiese desear. Era como él, hijo de inmigrantes. Pero para su familia, el sueño americano no había sido más que una quimera. Pasaban estrecheces, siempre lo habían hecho. También vivían algo hacinados. Pero se amaban y se cuidaban unos a otros. (1)

Él y Julian no parecían destinados a cruzarse y no lo habrían hecho de no mediar la beca que permitió a Nikolai asistir a la misma escuela que su amigo con mejor suerte.

Algo los volvió inseparables desde los seis años. Para muchos era la fuerza de atracción entre los opuestos. Para Julian, la secreta admiración que profesaba por la vida familiar de su compañero de juegos.

Con frecuencia se había sorprendido a sí mismo observando con envidia a la madre de Nikolai mientras acicalaba a su hijo antes de algún acto escolar. Y su padre...él sí le parecía aquel héroe que todo niño ve en su progenitor. Nunca faltaba para vitorear a Nikolai en cada oportunidad en que su hijo se lucía en el escenario. El hombre jamás había vacilado en pedir todos los permisos que fuesen necesarios o trabajar las horas extras que hicieran falta con tal de acompañarlo en cada pequeño gran momento. En cambio su padre, que a nadie debía rendir cuentas, ni siquiera recordaba su cumpleaños.

Julian se echó indolentemente en el sofá. Tomó el teléfono con la intención de llamar a Nikolai y compartir con él su más reciente disgusto. Sabía que lo escucharía con la paciencia de siempre, lo confortaría con la palabra justa y los silencios desperdigados en los momentos precisos. También sabía que en algún momento de la charla no podría evitar sollozar. De rabia, diría. Pero Nikolai sabría que era dolor y le ofrecería pasar la noche en casa, con su familia. Podría quedarse a dormir con él y sus hermanos. Apretados e incómodos pero juntos. No podía negar que la sensación de fingir ser, al menos por un momento, parte de aquel clan, lo reconfortaba. Pero pronto recordó que su amigo tenía dos empleos y a esas horas estaría ya dormido.

Debería buscar otra forma de consolarse. Cerró los ojos y respiró profundamente. Dejó que sus músculos se relajaran despacio. Y entonces, una vez más, los claustros de Le Rosey volvieron a su mente y con ellos, sus residentes.

Conocía a algunos mejor que a otros. De unos sabía sólo su nombre, su procedencia o la influyente familia a la que pertenecían. De otros...de otros sabía un poco más. Conocía el aroma, el tacto de la piel, los secretos rincones que rara vez se conocen antes de que alguien más los explore, los matices de la voz cuando inundada de placer se torna gutural.

Recordó a Baptiste, el primero. El que le había enseñado todo. Aquel ante el que se rindió gustosamente y que más tarde se rendiría a él con igual fervor.

Pensó en Dimitri y el narcótico sabor de su boca después de compartir la hierba que reservaban para ocasiones especiales. Hasan, ese que solía perder la cabeza contemplando su semen gotear entre los labios de Julian. Sus celos de moro casi hacen que los descubran. Siguieron Philip, Stefano, Fritz, Laszlo...el instituto era casi tan cosmopolita como New York y la lista de sus amantes parecía dar la vuelta al mundo.

Entonces recordó a Albert, el último favorito de Le Rosey y el único compatriota. Habían tenido alguna conexión más allá de las sábanas y de los escarceos en los baños. Se preguntó qué sería de él, tantos años después.

El recuerdo de sus antiguas aventuras llevó su mano justo a su entrepierna, bajo la ropa. Volvió a sentir el tacto de aquellos jóvenes que no añoraba pero habían hecho llevadera su insoportable estancia lejos de casa. Su mano dejó la displicencia para prodigarle un masaje rápido y rítmico, suficiente para desatar los gemidos que prefirió sofocar. A fin de cuentas, no había nadie a quien excitar con aquella orgásmica letanía.

Sus caderas se revolvieron como chocando con las de algún invisible amante y pronto sintió su mano bañada por el tibio calor de una renovada tranquilidad.

Lejos de todo pensamiento, ahora podría dormir en paz.

(1) En efecto, Julian y Nikolai se conocieron en la infancia, en edad preescolar. Fraiture, de ascendencia franco-rusa, es el único integrante de la banda que no gozó de una infancia privilegiada o cuando menos, holgada.

NémesisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora