Capítulo 25

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Nick regresó al apartamento rogando que Julian estuviese allí. Meditó durante todo el camino las palabras que le diría, buscando la mejor forma de hacer esa confesión que nunca imaginó tener que hacer. No frente a él.

Había crecido deseando ese momento, viéndolo en su mente una y otra vez. Y ahora, cuando por fin paladeaba el sabor de la venganza, la encontraba repelentemente amarga. "El manjar que se come frío", la llamaban algunos. Nadie le advirtió jamás que podía atragantarse con ella.

No recordaba un instante de su vida en el que no hubiese deseado que John sufriera. En carne propia y en la de sus seres amados. Tal como Celine había padecido en soledad y tal como su familia padeció tras su muerte. Esa era la revancha que se había prometido a sí mismo...y a ella. Había llegado el momento de disfrutar el dulce sabor de los frutos de aquel árbol de raíces tan amargas. El momento en que le tocaba reír y en el que sin embargo, lloraba.

Ahora tenía ante sus ojos la obra casi terminada. Ese hombre y su hija, derrotados en su propio hogar y frente a los suyos. Aquella familia que había plantado en la suya la semilla de un odio infinito. Era justo que hoy cosecharan el fruto de su siembra. Jamás imaginó que de la misma familia llegaría el amor que había dado un nuevo sentido a su vida.

Jules...el otro Casablancas, el que no deseaba serlo. El daño colateral que aquella revancha había causado...el daño que hubiese querido reparar con su propia vida, de ser necesario.

Volvió a su mente el recuerdo del dolor que había visto en sus ojos y con él retornó la desoladora certeza de haber sido el causante. "Cada hombre mata lo que ama", leyó una vez. Perecía cierto. John lo había hecho con Celine y él con Julian.

Sin embargo, se suponía que todo aquello debía darle gusto. Era el hijo de John, el hermano del niño cuya vida se truncó junto a la de Celine. Uno más que debía sufrir para que la balanza se equilibrara y el mundo volviese a ser un sitio justo.

Recordarlo le hubiese bastado para erradicar cualquier atisbo de remordimiento. Pero Julian era más que otro Casablancas. Era la persona que amaba y lo amaba. Aquel para quien sólo deseaba el bien. ¿Cómo podía cambiar eso un apellido?

Comprendió, quizá tarde, que de haberlo sabido a tiempo hubiese renunciado a esa venganza que una vez consumada, sólo lo había dejado con las manos vacías, despojado de lo que más amaba. Ahora, cuando tal vez no había reparación posible para nadie, le resultaba incomprensible cómo había podido descuidar la dicha propia para perseguir el dolor ajeno. Comprendió de pronto que el daño infligido no traería de vuelta la irrecuperable vida de Celine y que en cambio, estaba arrastrando la suya hacia la ruina y la desesperación.

Repasó mentalmente el camino de su vida. Aquel sendero de rabia en donde lo único bueno había sido Julian. El mismo que ahora pagaba por todo su resentimiento. A su lado había comprendido que, en contra de todo cuanto le habían enseñado, el mundo no era un lugar pérfido y hostil. En retribución, era él quien ahora le imponía toda la perfidia y la hostilidad de su propio mundo.

Abrió la puerta del apartamento con la esperanza de encontrarlo pero sólo lo recibió Némesis que, ajeno a todo, jugueteaba a su alrededor celebrando su llegada. Lo alzó para estrecharlo contra su pecho. Se dejó reconfortar por el inocente cariño de aquel cachorro que se había unido a él al mismo tiempo que Julian. Entonces levantó la vista y el espejo le devolvió su imagen. Se contempló a sí mismo, desoladoramente solo en aquella sala que abrigaba sus mejores recuerdos compartidos pero que ahora estaba vacía y en silencio. Ante sus ojos se desplegó el retrato de un hombre que lo había perdido todo...aferrado a su Némesis.


-Paciente masculino, 20 a 25 años, coma etílico, hipotermia, contusiones múltiples, posible evento intra craneano- reportó el paramédico a su llegada al hospital.

La ambulancia dejó a Julian.

-¿Con quién viene?- preguntaron.

-Está solo y sin documentos. Lo recogimos en la calle.

Los enfermeros se encargaron de desvestirlo. Hallaron su teléfono y lo enviaron a la oficina de ingresos, con la esperanza de encontrar en él algún indicio de su identidad y sus contactos. Allí afuera, alguien estaría buscándolo.

El oficial de policía apostado en el hospital tomó el cargo de la búsqueda y apenas recargó la batería indagó el teléfono. Parecía pertenecer a Julian Christiansen. Reportó su nombre para que algún compañero buscase en las listas de personas desparecidas o con pedido de paradero mientras él mismo revisaba, contacto por contacto.

"Mamá", leyó en la lista. Debía ser cuidadoso con la información que suministraba. Podía estar equivocado acerca del nombre del dueño. O el equipo podía ser robado y ni siquiera pertenecer al joven que habían ingresado. Como fuere, no podía perturbar la paz de una familia divulgando información tan delicada sin mayores certezas.

La comunicación con la presunta madre no fue de ayuda. Lo atendió una mucama quien le confirmó que nadie en la familia faltaba y que la señora se encontraba fuera del país.

"Papá", se leía entre los contactos. Se apresuró a llamar. Ofreció los detalles más elementales del cuadro, evitando sobresaltos innecesarios. Pero aquí también, la llamada fue muy breve. "Yo no tengo un hijo", respondió secamente el hombre.

Sus ojos se detuvieron en otra línea: "Nikolai, hermano", decía. Volvió a intentarlo. La voz del joven sonaba inquieta y no tardó en confirmar que en efecto, había estado buscando a su amigo Julian durante toda la noche. Escuchar el nombre lo tranquilizó. Decidido a evitarle un mal rato al muchacho, chequeó los datos. Sin necesidad de mencionarlo, Nikolai identificó el apellido y también uno de sus efectos personales: una cadena de oro blanco con una araña a modo de pendiente.

-¿Qué ocurrió? ¿Qué le ocurrió?

-Tranquilícese, está siendo atendido- dijo obviando la gravedad de su estado- pero necesitamos su presencia.

Nikolai se aprestó en segundos y corrió al hospital.

NémesisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora