Capítulo 4

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El despertador sonó un rato, sin lograr que abriese los ojos. Fueron los golpes de los otros huéspedes, cansados del ruido que se prolongaba, los que acabaron por interrumpir su sueño.

La luz del sol se filtraba entre las cortinas raídas, encandilándolo. Se tomó un momento antes de dejar el lecho y contemplar el ingrato panorama de aquella habitación. Paredes descascaradas, humedad e insectos. Era obvio que el hotel había conocido tiempos mejores. Y también él. Aún así, aquel lugar era más de lo que podía pagar y no tendría más opción que abandonarlo aquel día.

Se lavó la cara y acomodó su cabello. El espejo capturó su imagen y pareció iluminarse con el azul de sus ojos y la blancura de su tez. Comenzó a afeitarse despacio. Tenía que lucir bien si quería el empleo. El puesto no era gran cosa pero siempre había que lucir bien, decente al menos.

La cuchilla se deslizaba con parsimonia sobre su rostro anguloso, casi delineado a cincel. Los pómulos, altos y afilados, parecían iguales o más cortantes que la rasuradora que ahora descendía con cuidado por el contorno de la poderosa mandíbula.

Se vistió con lo mejor que tenía. No necesitaba mucho para verse guapo, extremadamente guapo. Y llamativo. Sin importar lo que llevara puesto, pocos pasaban a su lado sin echar al menos un vistazo a su figura espigada. Más de un metro noventa moviéndose con elegancia felina y una eterna expresión de desinterés que parecía volverlo más atractivo ante los ojos de quienes observaban.

Apenas estuvo listo empacó sus pertenencias en una pequeña maleta. Dejó el cuarto no sin antes despedirse.

-¿Adonde irás muchacho?- preguntó la madre del propietario del improvisado hotel.

-No lo sé, señora. Pero ahora mismo tengo una entrevista de trabajo- respondió dedicándole una sonrisa cortés.

-Querido...- dijo la anciana tomándolo maternalmente por las mejillas- lamento tanto que te vayas. Mi hijo es tan...- "mezquino" pensó sin atreverse a decirlo. Ni ella lograba figurarse como podía cobrar por eso que llamaba habitaciones.

-Pierda cuidado- dijo tranquilizándola- de hecho, si consigo el empleo y quiero pensar que lo haré, me quedaría demasiado lejos. Tendría que irme de todos modos.

-Que tengas suerte, querido. Te voy a extrañar.

-Y yo a usted. Pero vendré a verla, le dejaré saber cómo me ha ido.

La anciana sonrió.

El joven se disponía a marcharse pero ella lo detuvo.

-Espera mi niño...te ves tan delgado. Vamos, llévate esto- dijo ofreciéndole una bolsa con rosquillas horneadas por ella- de seguro no has desayunado.

-Está bien, no es necesario. No se moleste.

-Sí que es necesario- dijo con autoridad- te ves escuálido. Debes comer bien.

-Siempre he sido así, Doris- replicó con cariño.

-Pues no lo hubieses sido si fuera yo quien te alimentase.

El chico rió. A juzgar por el abdomen de su hijo, Doris no mentía.

Se despidieron con un beso y el muchacho dejó el lugar munido de donas tibias que fueron de gran ayuda para soportar el frío de la mañana.

Apenas sintió la brisa helada sobre su rostro se detuvo para encender un cigarrillo y contemplar lo que, estaba seguro, sería el primer día del resto de sus días. Tomó de su bolsillo un pequeño papel con la dirección del bar en que lo esperaban. "The Lemon", leyó y sus ojos centellearon. 

NémesisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora