Cuba Libre (parte 2)

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Akira estaba empalagoso, y Kuroi no se quedaba atrás. Los hermano Sendoh cuando estaban juntos se comportaban como si tuvieran una sola mente. A quien no los conociera tal vez le parecería que se ponían de acuerdo para actuar de una u otra manera, pero Rukawa daba fe que no era así, y esa noche era un ejemplo de la simbiosis entre ambas psiquis, que parecían complotados en cargosearlo por un lado y en tratar de sacar de quicio a Hanamichi por el otro, pese a que Kuroi no conocía de nada a Hana. Esa tarde cuando Akira pasó a buscarlo no tenía en mente pasar la noche en compañía de todo el equipo de básquet - y menos junto a la nueva pareja-, sin embargo se dejó llevar por la insistencia de Ayaco y parte del equipo, las ganas de su amigo de pasar el rato con ese nuevo grupo, y por sus repentinas ansias de bajarle la arrogancia a Hanamichi, que se mostraba desafiante y campante junto a Keiko, mientras él seguía esforzándose en ocultar su dolor. Cuando cambiaron su rumbo para unirse al resto de los adolescentes, mientras caminaban veía a lo lejos las espaldas de Hana, Amiya y Mito que interactuaban olvidados del resto, y empezó a maquinar la manera de bajarle los humos, de humillarlo, opacarlo, de generarle el mismo malestar que a él no lo dejaba respirar en paz . El dulzor de la victoria en los partidos de práctica se sentía lejano, dejándolo otra vez sumergido en la amargura de sentirse dejado y menospreciado por la persona que añoraba. Akira no estaba al tanto de los pormenores de la relación que llevaba con Hanamichi, nunca habían hablado del tema, pero era evidente que intuía demasiado y buscaba hacerlo reaccionar vaya a saber con qué intenciones. Kuroi, tres años mayor y estudiante del primer año de ingeniería en la universidad, esa noche había decidido junto a Akira terminar la velada en compañía de dos de sus más unidas amigas. Ambos hermanos eran sociables y se sentía cómodo con ellos, y para su sorpresa, las dos chicas que lo acompañaban también le cayeron bien, aunque no pudo evitar notar las miradas intensas que lo escanearon al completo cuando Akira realizó las presentaciones de rigor. Habían quedado en la puerta de un bar a unas cuadras de allí, así que en el horario acordado fueron a buscarlos para continuar en el Cuba Libre, cambio que les gustó y sentó bien a todos.

Ahora... Estar sentado compartiendo mesa con Hanamichi y Mito se sentía irreal, y su algo atontado cerebro le decía que era otra de las jugadas sincronizadas de los hermanos Sendoh esa noche, que lo tenían de marioneta de un lado a otro. Akira empezó a actuar raro desde el momento en que se encontraron con todo el grupo en la calle y provocó abiertamente a Hanamichi. Estaba habituado al interés que le provocaba Hana a su amigo, pero nunca había notado hostilidad en las palabras de Akira, si no más bien deseos de interactuar y divertirse a costa del temperamento infantil del número diez. Luego comenzaron las atenciones innecesarias que le prodigó Akira durante la cena, los intentos de acercarse a Keiko en la pista, lo mucho que se le pegaba para bailar a él mismo. Sí, estaba algo alcoholizado, pero no dejaba de notar a su amigo extraño, y sabía que el alcohol no tenía nada que ver con su percepción . No se sentía seducido, pero sí le daba la impresión que intentaba poner celoso a Hanamichi, cosa que le pareció ridícula, innecesaria y por supuesto inútil. Hanamichi estaba pegado a Keiko, y quitando el encontronazo en el pasillo al baño cuando casi se lo lleva puesto y el pelirrojo parecía haber quedado tildado, se sentía más invisible que un fantasma a los ojos de Hana. Tal vez un rato antes hasta le hubiera servido el accionar de Akira, pero ahora todas sus intenciones de revancha se habían desinflado al poco rato de iniciada la cena, cuando Hana y Keiko comenzaron el espectáculo grotesco de besos, y quedaban cada vez más olvidadas, suplantadas por un ánimo gris que lo aplastaba cada vez que los veía, y trataba de tapar con sorbos medidos de alcohol como distracción. Sentía repulsión al verlos besarse como si no hubiera nadie alrededor. ¡Hasta podían verse las lenguas en los voraces besuqueos! Rukawa no sabía lo que se sentía tener una úlcera, pero estaba seguro que ese ardor estomacal que lo carcomía cada vez que los veía pegados debía ser similar. Así y todo, lo llevaba bastante bien si evitaba las escenas acarameladas, y la compañía de Akira lo ayudaba a distraerse de la pareja. Sus ánimos decaían y su grado de ebriedad iba en alza. No solía tomar y sabía que le subía rápido a la cabeza, pero necesitaba realmente sentirse afectado de alguna manera. Y urgente. No pretendía desmayarse por la bebida, pero se dejó llevar por la música y la compañía. Entre el gentío que bailaba descubrió que no se le daba mal el baile, y hasta le gustaba. Al principio se sintió algo reacio a moverse, pero ayudado por un sorbo de cada una de las bebidas de sus amigos -que eran todas diferentes y se las pasaban entre sí para que todos probasen todo- logró agarrarle el sentido a moverse al son de la música que inundaba el lugar. Entre ellos cinco formaron una mini ronda, donde bailaban, reían y hablaban a los gritos de cosas sin sentidos. Las chicas lo alentaban y lo felicitaban, y tanto Akira como Kuroi lo miraban sorprendidísimos y felices de descubrir esa faceta nueva que ni sospechaban pudiera tener. Trataba de imitar los movimientos de Kuroi, que parecía tener un repertorio increíble y variado de pasos, y creía que lo estaba logrando bien. En un abrir y cerrar de ojos sus acompañantes quebraron sus resistencias, y hasta lo empujaron a bailar en solitario en medio de una ronda de mujeres que hacían fila para tener su turno y refregarse en él.
Se dejó llevar.
En esos minutos sólo sentía retumbar la música en sus oídos y a sus ojos llegaban destellos de colores, y debía admitir que se sentía genial; Hanamichi había quedado replegado a alguna parte de su cerebro que estaba apagada, fuera de servicio. Esa gran área dormida se espabiló de golpe compartiendo la mesa con su adorado y aborrecido torpe. ¡Cómo le gustaba! Tenía ganas de quedarse mirando los rasgos duros y varoniles, pero ni todo el alcohol del mundo lograrían que se rebaje a adorarlo tan abiertamente. Un simple vistazo le bastó para guardar la imagen, y cerrando los ojos se apoyó contra el respaldo del asiento y recreó la piel tostada, los cabellos rojos cortos alborotados, la línea recta y amargada de los labios carnosos, las mejillas sonrojadas, sus ojos inquisitivos también nublados por el alcohol. Quería seguir contemplándolo en su mente lo que quedara de noche.

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora