Inesperado

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El aire fresco actuó como un calmante para el dolor que sentía en el pecho Hanamichi. Deseaba con todas las fuerzas que la semana transcurriese veloz y que por fin terminara el año escolar, con todas las escenas amorosas incluidas que tendría la dolorosa tarea de presenciar. Hasta hace unos meses, el sólo pensar en las vacaciones alejado de la escuela, de Haruko y de los partidos lo ponía de mal humor. En comparación,  ahora prefería la soledad de su casa a las escenas románticas devastadoras. Sabía que debía concentrarse en el básquet y en la escuela -  aunque en esta última sólo en función de permitirle jugar sin problemas manteniendo una calificación mínima aceptable,  tanto para las autoridades escolares como para su madre-, pero sus pensamientos giraban y se centraban en Rukawa y sólo en Rukawa. Esperaba desenamorarse pronto, que los dos meses de descanso, alejado del zorro, lo hiciesen olvidarlo. Y juraba por la memoria de su padre que jamás cometería la locura de enamorarse nuevamente, a pesar de que tal determinación era la verdadera locura. ¿Cómo evitar enamorarse nuevamente si no sabía cómo se había enamorado en principio? Y eso siempre y cuando que se de el hipotético caso que se desenamorase, claro.
Sacudió su cabeza rojiza para apartar las ideas estúpidas y profirió un gruñido furioso al cielo celeste de Kanagawa para liberar las frustraciones y encarar el resto del día. También debía enfrentar  a su banda y poner en su lugar al trío de idiotas. Si Rukawa cumplía su palabra quedaban eximidos de culpa ante los directivos, pero eso no los eximía de su rabia.
Ingresó al salón en medio de clase, interrumpiendo a la profesora de Inglés con unas débiles disculpas,  haciendo contacto visual mínimo, tratando de pasar desapercibido y se encaminó rápido  a su puesto al final. Fue interrumpido por la melódica voz de la mujer a medio camino de su preciada ubicación al fondo junto a la ventana.

-Sakuragi, lo buscan en la dirección.  Repórtese de inmediato y vaya pensando la excusa para justificar su ausencia.

Se lo imaginaba. Cerró los ojos y soltó todo el aire, vaciando los pulmones y su humor, y sin mediar palabra se retiró, dejando  a todos sus compañeros expectantes y algo aliviados de no tener que aguantar la sarta de gritos e insultos que esperaban de su explosivo compañero.
La dirección no estaba lejos, y en vez de ensayar sus disculpas – no deseaba ser apercibido, Noriko no lo dejaría en paz por un largo tiempo- su cabeza le imponía flashes recientes que se sucedían uno tras otros a una velocidad bestial: Rukawa en el piso, los hilos de sangre secos, los moretones de sus agarres, el abrazo con Haruko, otra vez en el piso  y así empezaba de nuevo...  La puerta al final del pasillo lo volvió  a la realidad, y tras dar dos golpes en la madera pasó  a la secretaría, dispuesto a escuchar la retahíla de sermones que tantas veces tuvo que soportar en la secundaria baja cuando era un auténtico gamberro y las visitas a dirección eran cada par de días.

Se sintió afortunado. Lo que esperaba fuera un martirio interminable, resultó en  la notificación de un apercibimiento por parte de un profesor que recordaba vagamente haber atropellado en su carrera a la enfermería, y una explicación a su desaparición en la segunda hora escolar, que fue contrarrestada por una felicitación tras haber ayudado  a otro alumno -un compañero de equipo, según palabras del director-. Claro, la enfermera había notificado parte de su ausencia en la dirección, y Hana se sintió agradecido. Firmó el libro de apercibimientos y salió aliviado rumbo a su salón. 
Fue recibido por la mirada curiosa de todos, y una vez acomodado en su silla procuró no perderse en el paisaje tras la ventana, y aunque le resultó imposible prestar atención  a las palabras de la profesora, simuló bastante bien estar concentrado en clases,  pese a las imágenes que seguían inundando sus retinas. La culpa, a pesar de saber que Rukawa estaba bien, no lo abandonaba. Era contradictorio, lo sabía.  Sabía que Rukawa estaba lejos de ser un chico indefenso que necesitara protección de algún tipo, pero…¿cómo explicaba esa sensación de responsabilidad que lo carcomió al verlo malherido?

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora