Tras cada encuentro sexual con Hanamichi, Rukawa siempre se preguntaba de dónde sacaba las energías para continuar como si nada, mientras que él se sentía un trapo de piso viejo, y eso que, generalmente, el que más se esforzaba era el pelirrojo. Iba rumbo a su casa caminando al lado de su bicicleta, incapaz de subirse y pedalear, no tenía energías para tanto; deseaba llegar y zambullirse en un sueño reparador hasta que sonase la alarma a la mañana siguiente. Siquiera sentía deseos de comer… Esa tarde en el vestuario fue inolvidable. Hanamichi, aparte de ser una máquina sexual, era un subibaja de emociones; cambiaba de estados anímicos en fracciones de segundos. Por lo general hallaba esos cambios divertidos e interesantes, y también evidentes las razones que los generaban. Estaba acostumbrado a verlo alegre y exaltado al llegar al gimnasio, y que de repente se volviera una furia maldiciente cuando lo veía. Era infantil, celoso, posesivo, demandante, acaparador, volátil, testarudo, caprichoso. Sus cambios de humor actuales ya no lo divertían tanto, y tampoco los entendía… Lo ponía a mil el lado caliente que dejaba relucir a menudo, siempre buscándolo, acaparando todas sus energías en su estúpido y maligno intento de apartarlo de Haruko, y lo odiaba al mismo tiempo por lo mismo. Hanamichi semejaba un volcán que vibraba en silencio, y ante lo primero que lo estorbaba escupía fuego sin importar qué o a quién arrasara. Un claro ejemplo fue la manera en que lo derribó arrojándole el bolso al rostro, con toda la fuerza animal que poseía, disgustado por su risa. Pasó de acorralarlo en los vestuarios a querer escapar a las corridas; luego explotar con violencia contrariado, y otra vez a los pocos minutos se volvió el chico apasionado e insaciable que tanto le gustaba.
Si tan sólo se hubiera podido mantener firme en su afán de venganza y en su postura indiferete... Quiso lastimarlo y sabía que lo logró, pero en algún momento de su revancha había empezado a ceder en su objetivo y se dejó llevar por el amor y el desenfreno sexual que le generaba. Se engañó a él mismo pensando que podría seguir acostándose con él sin involucrarse más y más. Por más intentos que hiciera, le era imposible hacer de cuenta que no existía, y más cuando su propio cuerpo lo traicionaba deseándolo a toda hora. Al principio, tras enterarse de todo, fue en extremo sencillo sacar a relucir su furia y vengarse de la manera que, sabía, le dolería más al pelirrojo: quitándole a Haruko en sus narices y frente a todos. Conocía el inmenso orgullo que poseía Hanamichi y el saberse burlado delante de todos sería un golpe enorme a su moral. Podía invocar a la perfección la expresión confundida y dolida de su rostro tras el beso que, a propósito, le hizo presenciar en el gimnasio. Haruko se prestó a ser manipulada a su antojo, importándole poco el orgullo de su antiguo novio. Sabía que su propia actitud no era la mejor y estaba lejos de ser una blanca paloma, pero Haruko le parecía aborrecible en todo sentido. Iba más allá de que no le atrajesen las mujeres… nunca le había gustado la hermana de Akagi, y mientras más se había acercado a ella menos le gustaba aún. Sabía que su animadversión provenía de lo loco que trajo siempre a Sakuragi, por supuesto. Era consciente que Hanamichi se había unido al equipo por ella y que en un inicio todo lo que hacía era para lucirse y lograr enamorarla, sabiéndola amante del básquet. También sabía que el odio y el maltrato que le dispensó a él desde la primera vez que lo vio era por ella y el estúpido enamoramiento que él jamás correspondería.
Mentiría si dijese que no le preocuparon los largos días de ausencia del pelirrojo tras su gran actuación. En su mente se repetía la expresión rota de Hanamichi, expresión que en un principio satisfizo sus ansias de venganza, pero pasados los días le preocupaba el haberlo quebrado realmente. Verlo aparecer buscando pelea en su entrenamiento a solas con Akira lo relajó y sorprendió al mismo tiempo, y pensaba aniquilarlo con la indiferencia, pero el ataque físico sin razón lo enfureció y le dio pie para ponerle fin a los maltratos derivados de sus ataques de furia, y no lo pensó dos veces antes de derribarlo, aunque sí se arrepintió tras rematarlo cuando aún no se había repuesto. Verlo tirado y confundido lo bloqueó y desvió de su intención de ignorarlo. Se dio cuenta de que si no volvía a tener a Hanamichi para él, sencillamente enloquecería. Lo necesitaba. Necesitaba su amor en realidad, pero más que su cuerpo no obtendría, lo tenía claro. Su noviazgo y la reciprocidad de sentimientos había sido una gran farsa orquestada por Hanamichi. Necesitaba tapar sus intenciones, tenerlo y a la vez lastimarlo, devolverle todo el dolor que le había ocasionado al burlarse de él. El muy maldito seguía queriendo alejarlo de Haruko, sin importarle nadie más. ¿Cómo no se había dado cuenta desde un principio que lo utilizaba? Moría del dolor cada vez que recordaba las palabras de burla de Mito en la casa del pelirrojo. Esa tarde, sabiendo que Noriko no estaba en la casa quiso darle una sorpresa a su novio, y utilizando la llave nunca devuelta se metió en la silenciosa residencia. Sólo estaban las luces de la cocina prendidas, seguro Hana estaba en su cuarto, y allí se dirigió sigiloso. Al llegar a la puerta se detuvo al escuchar una voz que no era la del pelirrojo. Distinguió la voz de Mito, y las palabras salidas de su boca llegaron a su entendimiento y lo demolieron sin piedad. Por fantástico y absurdo que sonase, sintió el ruido sordo y quebrado de su corazón al ser destruido. Retrocedió sobre sus pasos, y cuando comenzaba a bajar las escaleras le llegaron claras las carcajadas de ambos muchachos, y por primera vez sintió auténtico odio por el número diez. Enterarse que provocaba rechazo en la persona que amaba era terrible, y saber que jugó el papel de enamorado solo para mantenerlo alejado de Haruko le oscurecía los pensamientos. Y mientras descendía la treintena de escalones con sus risas como música de fondo, Rukawa ató todos los cabos: Hanamichi quería a la chica para él, por eso siempre, de alguna u otra manera, la traía a las conversaciones; por eso su renuencia a terminar el noviazgo con ella, por eso el papel de enamorado: todo para apartarlo de Haruko. Usó la estrategia que él mismo también planeó y usó, enamorarlo para apartarlo de su verdadero objetivo, con la diferencia que Hanamichi realmente se esmeró en su papel y no se limitó a encuentros rápidos y besos castos… Odiaba al idiota, la rabia la nublaba la razón, y antes de salir de la casa ya había decidido que se vengaría. Su corazón podía estar partido en mil pedazos, pero lograría que el de Hanamichi terminase igual. No tenía poder para partírselo él mismo, pero podía lograr que Haruko sí lo hiciera.
La casa estaba a oscuras y en silencio, y cada peldaño que tuvo que subir fue una punzada a su cintura y un dolor molesto en las rodillas, resentidas de soportar su propio peso y el del pelirrojo que lo embistió sin piedad contra el duro banco y contra el durísimo piso de cemento pulido de los vestidores. Lo habían hecho de tantas maneras esa tarde, y en cada rincón: contra los casilleros, en el banco, aplastado en la puerta, en las duchas, en otro banco… y para su sorpresa, desde la vez que lo hicieron de espaldas contra en sofá de la sala, al parecer a Hanamichi le gustaba mucho tomarlo así, ya sea de espaldas o en cuatro. Y sus rodillas y cuerpo entero le reclamaban el exceso.
Vestido como estaba se tumbó en la cama y alcanzó a ver como los números fosforescentes indicaban las 12:36. ¿Realmente habían estado alrededor de cinco horas follando ajenos a todo? Necesitaba dormir, descansar, estudiar y rendir en la cancha, no podía seguir el ritmo de Hanamichi; no si quería seguir con sus planes a futuro, pero… ¿cómo hacer para negarse cuando lo veía tan ansioso y necesitado y él se sentía exactamente igual?
A pesar del cansancio no logró dormirse enseguida; como cada noche, escuchaba la voz de Mito amortiguada tras la puerta. Era un disco rayado que se había aprendido de memoria y dolía siempre igual.
..este juego con Rukawa comenzó por proteger a Haruko de ese tipo. Tú dices amar a Haruko y odiar a Rukawa... En algún momento Rukawa te empezó a gustar, a atraerte físicamente... Después de todo, si es tan fácil y caliente como tú dices…
¿Cuántas veces tendría que escuchar esa noche las mismas palabras antes de conciliar el sueño? ¿Cuántas veces más escucharía las carcajadas que revolvían con un cuchillo oxidado en la herida de su pecho?
Por la mañana sería otro día, otro día para odiar y amar con la misma intensidad que el que ya finalizaba. Rememorando lo acontecido las últimas horas, desde el momento en que lo despertó en la terraza, su calvario cesó y pudo dormirse con una sonrisa inconsciente de enamorado en su fatigado rostro.
●●●●●●●●●●●●●●●●●●●●●●
-¡Kaede!
El regaño de su madre le sumó otra cucharada de mal humor a su recién iniciado día. De alguna manera que desconocía había apagado el despertador dormido, y ahora llevaba más de una hora de atraso, un hambre descomunal y un cansancio superior al de la noche anterior.
-¿Por qué no me despertaste mamá?
-No sabía que estuvieras durmiendo aún, y tampoco soy tu empleada jovencito. Te imaginaba en clases.
-Me quedé dormido- se excusó mientras depositaba un beso rápido en la mejilla de Sophy para ir a la cocina por algo rápido para desayunar. Se decidió por un manojo de barras energéticas que desenvolvió y masticó como pudo. En menos de tres minutos estaba montado en la bici, acomodándose las correas de la mochila.
Hasta ese momento no se había acordado de Hanamichi, pero el asiento clavándose en su trasero y las rodillas que chillaban a cada flexión se lo trajeron a la memoria.
Los diez minutos que duró el viaje lo maldijo con todas las palabrotas que se le ocurrieron. Su enojo no hacía más que crecer, achacándole el origen de todos sus males. Ese chico le rompió el corazón, la mente y el cuerpo, y todo para y por nada. Se había perdido el exámen de la primer hora para el que había estudiado bastante, y dudaba que el profesor le diese otra chance. Le urgía aprobar absolutamente todo, no podía quedarle ninguna asignatura pendiente esas vacaciones.
Llegó en medio del receso, sudado, adolorido y más cabreado que cinco minutos atrás. Su temperamento tranquilo en esos días se había disipado, volviéndolo un adolescente irascible como la mayoría. No terminaba de atar la bicicleta cuando un manchón rojo atrajo su atención como el azúcar a las hormigas. Sakuragi pasaba a unos metros de su posición con una golosina en sus manos, riendo junto a sus cuatro amigos, estirando sus brazos al cielo, en un evidente disfrute del sol matutino.
Rukawa lo vio perfecto y enérgico como siempre, y por supuesto que ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor. El único que había reparado en él de inmediato fue Mito, pero su suerte no duró demasiado, ya que el que parecía una bola de cebo lo vio y tironeó de la manga de su gigantón amigo, y con un ademán de cabeza lo señaló con cara de asco.
¿Realmente se daban el lujo de burlarse de él de ese modo y encima señalarlo con cara de oler mierda? ¿Hanamichi compartía no solo con Mito, si no con toda su banda lo sucedido entre ellos? ¿Hablarían de él como si fuera un cualquiera? ¿Un chico fácil y caliente?
Sentía rabia, dolor, vergüenza, injusticia y mucho enojo, más del que podía recordar haber sentido. La situación patética en la que se encontraba lo aplastó con fuerza, la humillación lo recorría por completo. Pensó en apresurar sus manos para huir de aquél lugar, pero sus manos se negaban a finiquitar la automática tarea de cerrar el candado. Se concentró en ese pequeño acto, acuclillado ocultando su rostro, mientras escuchaba como los pasos arrastrados de una persona se acercaban confiados. En cuanto sintió el “click" del candado en sus dedos, su cerebro hizo un segundo “click", dando rienda suelta a todas las emociones guardadas. Su orgullo lo hizo alzarse en una fracción de segundo. Por cansado y fatigado que estuviera, seguía siendo un atleta, y la adrenalina que sentía en ese momento se comparaba a los minutos decisivos de un buen partido.
Se encontró de lleno observando la cabeza rapada del gordo, que sorprendido se hizo hacia atrás para poder enfocarlo. La diferencia de alturas era importante, y éstas era una de las pocas veces en que sintió placer de ser más alto que la mayoría. Lo pasó de largo en una zancada, empujándolo en el trayecto, haciéndole perder el equilibrio. En cinco pasos más llegaría a su verdadero objetivo, y si bien no sabía aún que diría o haría, no tendría problemas en usar sus puños si la rabia que lo recorría así lo exigía. Vio a los cuatro chicos expectantes, la risa había desaparecido del rostro del pelirrojo, y distinguió la mirada malhumorada habitual.
-¿El chico bonito está de mal humor hoy?-lo increpó con burla la voz chillona atrás suyo.
Paró en seco, y estuvo a nada de darse vuelta y arrancarle la maldita cabeza de un puñetazo, pero como pudo se contuvo y enfocó su ira hacia adelante, ignorándolo. Tres pasos más y lo tendría a mano. Dos más y listo… Pero unos dedos regordetes lo capturaron y empujaron con una fuerza inusual hacia atrás, haciéndolo voltearse para recibir de lleno un cabezazo en el abdomen, que logró sacarle el aire de los pulmones, del golpe y la sorpresa.
-¡Takamiya!- gritó Hanamichi a sus espaldas.
-¿Qué? Lo tiene merecido, todos sabemos lo asqueroso que es.
Rukawa tenía la vista nublada, pero escuchaba a la perfección las palabras venenosas mientras trataba de recuperarse. El maldito gordo volvía junto a sus amigos que permanecían en silencio, fuera del campo de visión del pelinegro aún conmocionado.
Tuvo que contar hasta diez para poder volver a sentirse fuerte, y decidido a descargar su rabia corrió hacia el grupito que se alejaba y sin pensarlo tomó la cabeza de Takamiya como si se tratara de un balón, lo levantó y aventó hacia un lado, dejando a todos boquiabiertos, y a Takamiya despatarrado en el suelo. El rubio del jopo alto transformó su rostro risueño en una máscara desencajada y le lanzó un gancho que impactó en su costado izquierdo. Esta vez lo esperaba; tensó sus músculos y resistió el golpe entero, y aprovechando el envión de su atacante, clavó su rodilla en el estómago ajeno, haciendo que el rubio escupiera con violencia y quedara fuera de combate por varios minutos. Rukawa no podía racionalizar la situación. Era más de lo que podía manejar, no podía ni quería dejarse humillar por Hanamichi y su banda. No le importaba estar en medio de la escuela, no le importaba nada más que sacar fuera de su sistema todo el enojo que lo estaba enloqueciendo. Él no había empezado la pelea, sólo reaccionó.
Miraba desde arriba a los dos rivales tendidos, con una fría furia pintada en sus ojos azules rasgados, sin perder de vista a los tres restantes, listo para defenderse.
-¡¿Qué diablos?! Démosle su merecido a este animal- gritó el otro chico del cual desconocía el nombre, animando a Sakuragi y Mito a atacarlo, pero sin moverse un centímetro hacia su posición.
“Cobarde" , pensó. Fijó su atención en Hanamichi, cuyo rostro se veía pálido, y al hacer contacto con sus orbes miel que lo miraban aturdidos, sintió como la adrenalina de repente lo abandonó, y soltó el aire que sin querer venía juntando.
-Basta, estamos en la escuela- dijo Mito mientras interponía su cuerpo entre los dos basquetbolistas- Noma, ayuda a estos tontos a levantarse y vámonos de aquí. Por hoy se terminó, Rukawa. -le dijo sin quitarle los ojos atentos y amenazantes de encima.
-¿Se terminó porque tu lo dices? Les gusta burlarse pero no les gustan las consecuencia. Banda de cobardes resultaron-dijo ácido.
-¡¿Cobardes?!- gritó irritado Noma- ya verás creído…
Y se lanzó a la carga del numero once con todo su cuerpo, logrando tirarlo al piso y colocándose a horcajadas sobre su pecho comenzó a darle puñetazos en el rostro. Unos, dos, tres, cuatro… y hubiera seguido así de no haber sido porque Hanamichi se lo sacó de encima de un tirón, que dejó a Noma tirado en el suelo junto a sus otros dos intempestivos compañeros.
-¿Qué demonios, Hanamichi? ¡Este maldito atacó a nuestros amigos y tu no me dejas darle su merecido!
-¡Basta idiota!- bramó el pelirrojo.
Los golpes mantuvieron aturdido a Rukawa en el piso, mirando el cielo apenas surcado por un par de nubes, y una mano delgada se interpuso en su visión, ofreciéndole ayuda.
-¿Estás bien?
Era Mito. Ni muerto aceptaría ayuda. Con los restos de rabia recorriéndole el cuerpo corrió su mano de un manotazo y se incorporó como pudo, sintiendo como hilos de sangre caliente le caían de una ceja y de los labios. Saboreó su propio gusto metálico y escupió lo acumulado en la boca, echándole la culpa a su cansancio por su lenta reacción. Hanamichi era el líder de una banda de animales. No eran chicos normales, eran unos malditos pandilleros.
Se sentía fatal, y por nada del mundo se quedaría un segundo más allí. Buscó su mochila y echó a andar bajo la atenta mirada de todos, ignorándolos. Se pasó la manga por la mejilla, y toda la tela se empapó en sangre. El corte seguro era peor de lo que pensaba, se vería obligado a pasar por la enfermería y perder más preciadas horas de clases.
“Estúpido Hanamichi”, pensaba mientras arrastraba sus pies con lentitud, cansado y aletargado. Siquiera había sido capaz de darle su merecido, siquiera había podido desquitarse con el verdadero culpable de todos sus problemas. Y encima debía agradecerle el haberle quitado de encima a ese macizo tipo que lo tackleó como un jugador de fútbol americano profesional. ¿Cómo podía sucederle esto a él? Hanamichi era su perdición, Hanamichi era lo…
Y no pudo seguir pensando en nada más, porque su visión se oscureció y cayó con pesadez a los pocos pasos. Rukawa había colapsado.
ESTÁS LEYENDO
Del Odio al Amor
FanfictionContinuación propia de Slam Dunk, fantástico manga de Takehiko Inoue. Intentando mantener la historia y las personalidades extravagantes de los dos novatos adolescentes del equipo de básquet del Shohoku que, rivales desde un inicio, se darán cuenta...