Cuba Libre (parte 1)

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Apresurando el paso habían llegado a lo de Kogure a tiempo, y allí estaban reunidos la mayoría, esperando a los pocos rezagados que no demoraron más de diez minutos en llegar para completar la juntada y partir al Cuba Libre. Reunidos en el jardín delantero de Kogure, Hanamichi era consciente que nadie quitaba los ojos de encima a la pareja que formaba con Keiko. Ella acaparaba las miradas, y todos los chicos deseaban ser él, cosa bastante evidente. Cualquier prenda que usase Keiko seguramente se le vería bien, pero para esa ocasión había escogido un vestido negro sencillo y cortísimo, con un escote importante y una espalda abierta que llegaba hasta el final de su columna, y hasta el Gori que era pura discreción y seriedad-y que les dio una sorpresa a todos queriendo reunirse con su antiguo equipo, también libre de sus últimos exámenes- se le quedó mirando desencajado, y luego de saludarlo lo felicitó por su amor correspondido. Era genial saber que todos deseaban estar en sus zapatos, y Hanamichi no podía estar más alegre y comunicativo, compartiendo risas con Keiko colgada de su brazo, melosa y conversando con todos sin olvidarse ni un instante de él. Seguía descubriendo lo abierta y expresiva que era, y lo mucho que buscaba el contacto físico, lo mucho que lo besaba son importar quien estuviese alrededor o qué estén haciendo, recordándole constantemente su presencia y seducción, como si uno pudiera olvidarlo...
El grupo reunido se componía en la mayoría de hombres, y las mujeres eran solamente cuatro con Keiko y Ayaco a la cabeza y dos chicas algo tímidas, novias otros jugadores. A nadie le había resultado extraño la presencia de la banda de Hanamichi, los tenían incorporados como hinchas infaltables del pelirrojo, y por lo tanto del equipo. Sí les resultó a todos algo triste que Haruko haya decidido no asistir, pero entendían un poco sus razones, y opinaban que era una pena que Rukawa estuviera ausente también, siendo un miembro importante y vital.
Sólo escuchar el nombre de Rukawa lo ponía de un humor raro. Ni pintado quería verlo esa noche, pero sabía que su ausencia se debía a que estaba con alguien más, como había dejado entrever con sus dichos, y eso le pinchaba las entrañas. El constante asedio de Keiko lograba que se despejase y fuese todo más llevadero, pero siempre estaba el recuerdo del pelinegro en él, metido bien dentro de su masoquista cerebro, impidiéndole disfrutar al cien.
Terminados los saludos, los halagos y las presentaciones de rigor, por fin decidieron emprender la marcha para dar inicio a la noche. Cuando salió a la vereda de Kogure, agarrando posesivo la cintura de Keiko mientras ésta pasaba sus dedos por su cuero cabelludo en una caricia placentera y le sonreía, Hanamichi presintió que sería una noche genial. Su estado anímico iba en alza, y a cada caricia, cada arrumaco, cada palabra, iba creciendo más. La sensación de saberse valorado y deseado lo embriagaba más que cualquier bebida alcohólica. Más que caminando por las calles céntricas de Kanagawa, sintió que caminaba por las nubes.

El lugar resultó genial: comida abundante y a buen precio, música a un volumen agradable, luces tenues y empleados profesionales. La compañía no podía ser mejor: la chica más hermosa a su lado, sus mejores amigos y compañeros de equipo reunidos en un ambiente alegre y descontracturado. Lo que tenía que ser una velada perfecta se estaba convirtiendo en una pesadilla para el pelirrojo, y todo por la simple presencia de dos personas que a su entender no tenían nada que hacer ahí.
El Cuba Libre estaba ubicado en una esquina y era bastante amplio. El lado derecho estaba ocupado por boxes de madera lustrosa fijas que daban a la calle a través de amplios ventanales de madera y cristal, y era el espacio más íntimo y reservado del lugar. En el lado izquierdo había para la ocasión una mesa alargada formada por la unión de una decena de mesas individuales. Kogure se había tomado la molestia de reservar telefónicamente para que pudieran estar todos juntos y no desperdigados por todo el sitio. El centro del resto-bar estaba ocupado por una barra semicircular, también de madera lustrosa con apliques verdes, que rebosaba de botellas de líquidos de variados colores, atendida por una cajera y dos barman. Tras uno de los lados de la barra se accedía a un corto pasillo que llevaba a los baños, y por el otro lado Hanamichi dedujo que se accedía a la cocina , puesto que de allí salieron los meseros que trajeron sus órdenes. Hanamichi había pedido una hamburguesa triple, acompañada de papas y un refresco, y había invitado a Keiko, que gustosa eligió lo mismo que él. Por todos los medios había tratado de mantener el ánimo y el semblante que portaba cuando salieron del jardín de Kogure, y creía haberlo logrado, pero eso no quitaba el hecho de que no se sentía realmente así, y le inquietaba no poder mantener esa fachada lo que restaba de noche. ¿Por qué estaban ahí? No era justo, o eso pensaba él mientras recordaba el momento en que su suerte se había truncado media hora atrás.

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora