Sendoh

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Sí, ahora estaba seguro de que entre Kaede y Sakuragi pasaba algo. Siempre le pareció gracioso el modo en que esos dos se trataban, pero daba por sentado que el tipo de relación tan problemática que tenían era por la envidia del pelirrojo hacia su compañero de equipo. Pero cuando comenzó a tratar a Kaede personalmente, se dio cuenta de que éste no tenía nada en contra del número diez, y que hasta no le molestaba admitir que tenía grandes chances de ser un excelente jugador; otra cosa de la que se dio cuenta, es de que, a pesar de no tener motivos para enfrentarlo, lo hacía continuamente. Buscaba el enfrentamiento y parecía disfrutarlo. Llevaban ya un largo rato tratándose, pero si había un tema que a Kaede no le gustaba tocar demasiado era el referente al sexo opuesto, y más tarde descubrió que tampoco le gustaba hablar mucho del torpe, como lo llamaba él. No había que tener más de dos dedos de frente para encastrar correctamente los dos temas evadidos...
Hacía más de tres meses que sabía que su amigo -sí, era su amigo, aunque a muchos le costase creer que se había formado una amistad entre un chico tan alegre como él y otro tan aparentemente amargado como Kaede Rukawa- sentía algo más que simplemente compañerismo por el pelirrojo. Y justamente esa tarde, tuvo la plena conciencia de que a Sakuragi le pasaba lo mismo. Lo sospechó desde el momento en que tuvieron el primer encontronazo en la cancha callejera, cuando se encontraron los cuatro: Kaede, Sakuragi con la novia, y él mismo. La reacción del pelirrojo ante su comentario inocente le dio mucho que pensar por unos días. Y con el último encuentro que había tenido hacía un par de minutos confirmó toda sospecha: ningún chico palidecía por enterarse que su compañero -supuestamente más odiado- pasaba la noche en casa de un amigo. El pelirrojo había perdido todo rastro de burla y cinismo de sus facciones, para apretar los labios en una fiera mueca dirigida hacia él. Con eso le bastaba para saber que esos dos algo se traían.
Y ahora, estaba contra la puerta del gimnasio esperando a que saliesen todos los del equipo. Si tenía un poco de suerte, Kaede accedería a que entrenasen un rato allí mismo, en lugar de ir a la cancha en la que siempre practicaban. El aire libre era bueno, pero le gustaba sentir el suelo encerado bajo sus pies cuando jugaba contra el ya no tan novato número once.
Mientras esperaba pacientemente, sus pensamientos giraron en lo referente a la dupla del Shohoku. A Sendoh le encantaba exaltar a los demás con sus comentarios, y en particular le encantaba molestar a Sakuragi. Era una delicia ver como empezaba a elevar temperatura por tonteras y como caía en todas y cada una de sus provocaciones. El pelirrojo le había quitado el sueño durante más de una noche; pasaba horas pensando en las expresiones de furia infantil que le cruzaban el rostro cuando él lo superaba jugando, y también en la sonrisa gigante que ponía cuando recibía el más mínimo elogio. Sakuragi era adorable, y no encontraba una palabra más acertada para describirlo. Pero por suerte, esos días de confusión habían quedado atrás, y hoy día ya no pensaba en el chico de la misma manera. Es verdad que, si a Kaede le resultara indiferente, ya le habría tratado de poner la mano encima, pero como no era así, prefería dejar de lado los pensamientos libidinosos y conformarse con hacerle brotar tantas expresiones inimaginables con sus jugarretas.

El equipo comenzó a salir por la gran puerta verde, pero por supuesto que con ellos no estaba la estrella. Varios se pararon a estrechar las manos con él, que fiel a su temperamento amigable, conversó cortamente con todos y cada uno de ellos.
Cuando dio por sentado que ya no quedaría nadie más que el pelinegro, se animo a entrar al gran recinto.
Estaba vacío, y supuso que Kaede estaría en los vestuarios. Se sorprendió, pues esperaba encontrarlo practicando un poco más, como era su costumbre. Miró el lugar, y se dijo que ese gimnasio no tenía comparación con el de su colegio que poseía mejores instalaciones, pero se notaba un aura que en el suyo no había: un aura de verdadero equipo. Desde que Uzumi había entrado a la universidad, el equipo se iba desmembrando de a poco. Eso no significaba que su nivel de juego fuera bajo, pero cada vez existían más roces entre los jugadores, que él como capitán no podía aplacar. Fukuda era cada vez más egoísta con la pelota, y Koshino estaba insoportable, realmente insoportable. El resto no contaba, eran demasiado blandos de carácter y no se apasionaban por lo que hacían; no sabía que es lo que le molestaba más, si el exceso de confianza de Fukuda y Koshino, o la falta del resto.
Tratando de hacer a un lado sus preocupaciones como capitán, se dirigió a los vestuarios para buscar a Kaede y lograr convencerlo de que jueguen allí mismo.
Lo que vio ante sus ojos apenas cruzó la puerta lo dejó tonto: Kaede estaba de espaldas, completamente desnudo, a punto de entrar en las regaderas. El corazón se le aceleró. Recordó que el chico no le era indiferente -nunca le había sido indiferente, si tenía que ser honesto-, pero en momentos como éste, es que lo recordaba con toda la fuerza.
En un principio, aprovechó la cercanía que se dio entre ellos como una oportunidad para tratar de llegar a algo más carnal, pero ante los constantes rechazos y golpes, se había dado por vencido; y no estaba arrepentido, por que resultó ser una excelente compañía, además de un buen aliciente a la hora de entrenar.
Caminó con sigilo y rapidez hasta quedar tras su cuerpo, y vio como el otro estiraba su brazo para comprobar la temperatura del agua.
Le sopló la nuca, cuando lo que le hubiese gustado en realidad, era pasarle la lengua por toda la espalda.
Lo que siguió, jamás fue lo esperado. Al pelinegro lo sacudió un escalofrío poderoso, y cuando éste hubo cesado, y sin voltearse, con un brazo pálido lo atrajo por el cuello, logrando que los labios de Sendoh quedaran pegados a su piel, mientras él mismo echaba su cabeza hacia atrás entrecerrando sus ojos.
Ni lento ni perezoso, Sendoh no lo pensó dos veces; con voracidad comenzó a besarle el cuello mientras encerraba con sus brazos la estrecha cintura del pelinegro.
No podía dar crédito a lo que estaba pasando; creía estar soñando. Mas su sueño no le duró mucho, de refilón vio una mancha rojiza hacer aparición por donde segundos antes entró él. Abandonó la piel que besaba para mirar a Hanamichi, que presentaba el rostro desencajado. La visión no le duró más de medio segundo, la cabellera rojiza desapareció en una fracción imposible de tiempo.
Se quedó pensando en lo que debía hacer, pero la voz de Kaede lo sacó de su sorpresa.

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora