Una Noche que no se acaba (Parte 1)

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Parado frente a la ducha, con la mano sobre el grifo de agua fría, Hanamichi Sakuragi no se decidía entre el agua helada para apaciguar, o el agua caliente  para relajar su cuerpo tensionado. ¿Por qué  razón una noche que debía ser ideal y terminar  en una  experiencia nueva  había  terminado  con él debatiéndose a solas en el baño entre el frío o el calor? En esos mismos instantes en su cuerpo  no había ni un mínimo  rastro de  excitación, a pesar de los estímulos constantes y los deseos insatisfechos desde el primer beso en la mesa con Keiko hasta el violento arrebato en el cubículo de los aseos con Kaede. Se decantó por el agua caliente; sí  o sí necesitaba quitarse  todo el coraje que lo tenía  aún vibrando de la rabia contra sí mismo y contra el universo que se empeñaba en ponerse en su contra. Eran demasiadas las cosas que tenía en mente, pero la rabia y la culpa se peleaban por dominarlo. Mientras el jabón y el agua caliente arrasaban con el sudor de su cuerpo cerró los ojos y se siguió maldiciendo con los improperios más bestiales que conocía, castigándose. Rukawa era la piedra en su camino con la que tropezaba una y otra vez y contra la que no se cansaba de golpearse y salir malherido, y al que paradójicamente  no podía evitar malherir en el tropiezo. Estaba casi seguro de haber arruinado las cosas con Keiko por absolutamente nada, y no sabía con qué cara volvería  a verla, si es que ella quería volver  a topárselo, claro está. Pero Keiko estaba lejos de sus preocupaciones reales, e intuía  que su psiquis utilizaba a Keiko -y lo que ella representaba- como un escape a sus responsabilidades,  de la misma manera en que la había utilizado para parchar su lastimado ego; más allá de atraerlo físicamente y congeniar bastante bien, lo que le generaba la chica no podía compararse en nada a lo que le generaba Kaede con solo posar sus impasibles orbes en él. Sabía que por ella no sentía más que una atracción lógica. Como había mencionado Yohei esa misma noche: a todos les gustaba Keiko.
Su cerebro estaba obstinado en castigarlo con la imagen de Kaede en el piso quejándose con su mano ensangrentada, probando el movimiento de su puño con una expresión de preocupación y dolor que nunca le había visto. Recordaba  cada uno de los golpes que en el pasado le propinó y en cómo estoicamente los aguantó, incluida la paliza de su banda hacía nada. Tampoco podía quitarse  de encima las palabras de Sendoh, acusándolo de sádico y golpeador. De solo recordar al maldito levantaba temperatura, y lo que más le molestaba era tener que darle internamente la razón. ¿Cuántas  marcas llevaba  en el cuerpo el pelinegro en ese mismo momento de su autoría o responsabilidad? Y ahora le sumaba una mano destrozada a su historial… Luego de meter en un taxi a una alcoholizada, insistente y perpleja Keiko tras una acalorada discusión,  caminó los tres kilómetros y medio hasta su casa pateando lo que se  encontraba  en el camino, furibundo consigo mismo,  con su impulsividad  a flor de piel que siempre terminaba en el mismo resultado: con el pelinegro lastimado y con él sintiéndose  miserable por perder otra vez el control. No dejaba de preguntarse cómo es que perdía la razón tan rápido,  siendo que en un momento  estaba tranquilo, resuelto a no dejarse mosquear por nada que hiciese o dejase de hacer, y de repente su propio cuerpo actuaba por sí solo olvidado de todas las promesas auto hechas. Se lamentaba el no haberse percatado que las cosas se saldría de control en el mismo momento en que se los toparon a Sendoh Y Kaede y casi se tira  al cuello del primero por una provocación estúpida, pero… había estado Yohei ahí para frenarlo, y también Keiko. Sin nadie que lo detuviese era tan o más imprevisible que  toro herido y furioso en un rodeo.
Hasta cierto punto de la noche sintió orgullo por su autocontrol y por cómo se iban dando las cosas. Los celos y el anhelo que sentía cada vez que divisaba la figura del zorro bailando, hablando -interactuando  con cualquiera- los mantuvo bien aplacados -o eso creía-, y  pudo olvidarse un rato del causante de sus males pegado al cuerpo candente de Keiko, que lo sorprendió cuando salía de los aseos, empujándolo  de nuevo dentro y encerrándose en ese pequeño cubículo donde dieron rienda suelta a lo inevitable que se venía cociendo a fuego lento; si bien una hora atrás no se sentía capaz de llegar hasta el final de inmediato, en ese momento, ya más alcoholizado, en la penumbra y con el cuerpo de la chica refregándose sin reparos en él, se creí capaz de todo y más. Recordaba las manos de Keiko meterse bajo su camisa -curiosas y decididas- mientras una de sus piernas se alzaba contra sus caderas, acercando el sexo a su  entrepierna que empezaba a despertar por el roce. Sentía el calor, recordaba las curvas del cuerpo, su desenvolvimiento sensual, la blandura de los pechos ¡los primeros que tocaba! y el sabor salado y seco cuando probó uno con sus labios. También  recordó haber pensado que era tan diferente  al cuerpo duro y fibroso de Kaede, donde lo único  blando era su boca o su interior… y al instante de evocarlo en la comparación – y como si fuera un castigo - golpearon con violencia la puerta. Se arreglaron como pudieron para romper la  burbuja de excitación,  pero no esperaba salir y encontrarse con los ojos indescifrables, alcoholizados, perdidos y ¿acusatorios? que tanto lo atormentaban. ¿Justo él tenía que ser? Recordaba haberlo visto en la pista minutos atrás bailando y bebiendo ¿lo estaba siguiendo? encima se daba el lujo de ignorarlo y meterse al cubículo,  como si el otro no estuviese vacío y su golpe hubiera sido casual. Se quedó esperándolo, en busca de alguna explicación,  de cualquier  cosa, y también preocupado por su bienestar, por su mirada demasiado perdida. Cosa vana, porque de su boca solo salieron porquerías y provocaciones cuando le ofreció  ayuda. Provocaciones en las que se moría por caer… solo verlo insinuante y dispuesto, empapado con la remera pegada a cada pedazo del torso era demasiado, y no supo cómo, pero la misma decisión que lo mantuvo alejado de su embrujo aquella tarde en el cuarto del pelinegro cuando tuvo el tino de rechazarlo y confesarse por última  vez sin querer -para ser menospreciado, por supuesto-, lo hizo darse la vuelta e ignorarlo en pos de su salud mental, pero no pudo ignorar el dolor del puñal que le clavó solicitando a “Akira" como respuesta a su rechazo. Era de esperarse que si no satisfacía su cuerpo buscaría  otro que lo hiciese. El dolor se agudizó en la siguiente media hora hasta límites insospechables luego de toparse a Sendoh encaminándose a los aseos, y a partir de ese momento no pudo despegar los ojos de ese pasillo, preocupado, esperando inquieto verlos salir pronto. Se limitó a esconderse  en la muchedumbre con un trago  en la mano, tratando de hacerse invisible a los ojos de cualquiera para no tener que disimular su vigilancia, atento a que  saliesen, ajeno a todo lo que sucedía alrededor y mortificándose con su imaginación  desbocada, indignado por la falta  de decencia de los dos,  por el descaro de Kaede de ofrecérsele a él y luego a otro, como si le diera lo mismo quien fuera su pareja sexual.
Jamás pasó por la mente de Hanamichi la posibilidad que Sendoh estuviese ayudando a Rukawa a recomponerse  un poco  de la borrachera. Su imaginación  los veía  encerrados en ese uno por uno, haciendo  todo lo que él moría por hacer y rechazó estúpidamente, dándole lugar al imbécil  de Sendoh. El descaro  del zorro no tenía nombre… tener sexo en el baño de un bar, con todos sus compañeros presentes… deseaba meterse y separarlos a los golpes, pero tenía tanto miedo de verlos en el acto y nunca más  poder olvidarlos, que estaba paralizado. Hasta que al fin salieron y siguieron como si nada, bailando y bebiendo, enfrascados en su diversión,  cuando  él  sentía un hervidero su interior que no lograba controlar.
Keiko lo había vuelto a encontrar en la pista, y agradecía la independencia de la chica que no le exigía estar al pendiente de su presencia. Se divertía sola, con quien quisiese bailar cerca. Su extroversión  natural estaba magnificada por el alcohol y la alegría de la noche, y Hana  había notado que la tenían identificada como  “ocupada" y eran pocos los que se le arrimaban demasiado, supuso  que respetuosos  de su vínculo o temerosos de su tamaño, daba igual. Había perdido  de vista a Kaede, y cuando lo vio frente  a Keiko con la sonrisa en la cara, no lo soportó y su cuerpo actuó por su cuenta, lanzándolo con la mayor violencia posible, como si al alejarlo pudiera disminuir la rabia que llevaba dentro. Se sentía burlado. Odió la pronta intervención  de Sendoh, pero mientras su cuerpo se relajaba en la ducha se dijo que de no haberse interpuesto el idiota puercoespín para defender a su amante, y Keiko no hubiese estado para frenarlo de irse a las manos con Sendoh también, hubiera hecho un desastre con esa cara blanca y perfecta. Habiéndose  quitado a todos  de encima, y aún rabioso por las maneras protectora del jugador del Ryonan, esperó paciente a que lo dejase solo en un box, y sin tener nada en mente lo arrastró de nuevo por ese tan transitado pasillo, aún indeciso sobre castigarlo con los puños o tener sexo salvaje y furioso. La docilidad con la que se dejó conducir inflamó su deseo y lo decantó por la segunda opción, deseoso de comerlo entero, celoso de ese cuerpo que se había entregado a otro en sus narices. Deseaba sus labios a pesar de estar seguro que ya habían sido besados, tocar su cuerpo, comer su carne, afirmar su dominio sobre él, y poco le importó donde estaba. Y volvió a perder el control cuando entre caricias furibundas lo escuchó  nombrar a Akira en sus oídos… Su ego estalló y él,  consecuente, estalló el cuerpo del pelinegro sin reparos. Lo vio herido, sangrante,  y ante el dolor ajeno lo primero que se le ocurrió  fue ir por ayuda a la barra, donde un muchacho presuroso le proporcionó vendas y desinfectante. A su vuelta Sendoh no lo dejó pasar y allí mismo lo acusó sin tapujos.  Se lo merecía,  realmente  se lo merecía, pero estaba tan cabreado con ese tipo y con sí mismo que, sabiéndose derrotado y sobrante, los dejó a solas y dio por terminada la velada luego de buscar a Keiko y convencerla de volverse a su casa a solas.
El agua comenzaba a enfriarse ¿cuánto  tiempo  pasó perdido en sus recuerdos? Por el tragaluz  del baño aún se veía la oscuridad  de la noche.
Las preocupaciones no le iba a permitir dormir, y ya planeaba cómo iba a hacer para disculparse con Kaede -porque debía disculparse- y también cómo diablos iba a hacer para controlar su mal genio de una vez y para siempre. Tal vez para disculparse podría pasar al día siguiente o el lunes a lo sumo por la casa, y lo del autocontrol bueno… eso no sabía  cómo, pero era imperativo lograrlo, y si evitarlo al zorro era la manera, rehuiría del pelinegro como si fuese la peste. Adiós  orgullo, adiós todo. Podía soportar la humillación,  el dolor, los celos, sus deseos frustrados,  pero no quería sentirse culpable de herirlo nunca más.

Salió del baño con la toalla amarrada a las caderas. Seguía paralizado con la cabeza trabajando a mil, sin saber cómo continuar; la cama no era opción, y el gruñido de su estómago le dio la respuesta y lo llevó hasta la cocina, donde arrasó con las sobras del día anterior y con cualquier cosa que no necesitara cocción. Satisfecho y sintiéndose abismalmente mejor consultó la hora, y faltaban un par de minutos para las cuatro y media. El sueño brillaba por su ausencia, pero sentía el cansancio en los huesos. Pensó en ese mismo momento ir hasta la casa de la familia Rukawa, pero era un total  absurdo. No podía tocar el timbre  en la madrugada, y si lo pensaba,  tal  vez siquiera  estuviera allí, y si estaba ¿Escucharía sus disculpas? ¿Lo eximiría de culpas?  ¿Qué  debía hacer? ¿Cuándo? Ya no tenía posibilidades de verlo en el instituto hasta pasado el receso escolar, y aún no decidía si eso era bueno o malo.

Entre dilemas y preguntas sin respuestas subió  hasta su cuarto, se colocó un boxer y se echó en la cama tendida, dispuesto  a contar hasta cien mil con tal de alcanzar el sueño que lo hiciera olvidar de todo por unas horas. Cuando logró la concentración para empezar a contar  el reloj había avanzado media hora, y él aún perdido en preguntas ridículas… Minutos  después empezó el conteo. Iba perdiendo  la cuenta y la inconsciencia ganaba terreno, o lo hacía  hasta el que timbre de la casa retumbó en el silencio de la noche como un disparo al medio de su cerebro, alarmándolo. O eso creyó escuchar, y ya estaba dudando del sonido cuando volvió  a sonar, más largo esta vez, y con una seguidilla de tres toques cortos  más. ¿Quién  podía ser a esta hora? Se incorporó y se puso lo primero que encontró: unos jogging negros gastados. Imaginaba a alguno de sus amigos alborotadores pidiendo asilo para no llegar destruidos a sus propios hogares. Ookus y Taka tenían padres controladores, por lo cual usaban al resto de sus amigos  y sus casas como coartadas de diferentes índoles. ¡Justo ahora que recién  se dormía! Si se contentaban con el sillón de la sala los dejaría quedarse, pero no necesitaba más ruido  que el de su propia cabeza cerca. Con desgano y con el dedo del visitante fijo en el timbre, bajó las escaleras a las corridas gritando insultos contra  quien o quienes estuviesen molestando a esa hora.
Tras la puerta no lo esperaba ninguno de sus amigos. Keiko se lanzó a sus brazos  luego de hacerle señas al chofer del taxi en el que llegó para que se marchara.

-¿Qué  haces aquí? – le preguntó sorprendido de verla otra vez,  a lo que la chica le contestó alzándose en puntas de pie para mordisquearle la oreja, sorprendiéndolo  aún más con un escalofrío que lo recorrió  entero.

-¿Tú que crees? Cerrando la noche  como corresponde, bombón – y continuó con pequeños mordisquitos que descendían despacio hasta sus hombros – me gustas demasiado, Hanamichi, y sin camisa tanto pero tanto más.

Hana no esperaba volver a verla pronto, y menos que esté tan dispuesta a pasar por alto el corte que le dio a la salida del Cuba Libre. No entendía nada, y sujetándola con cuidado de las caderas, la apartó lo más que pudo sin ser rudo. Vestía igual  que hace unas horas, y en la luz que se filtraba del exterior por la puerta abierta vio que su maquillaje antes perfecto estaba ahora corrido, dándole un aspecto salvaje de lo más excitante. Qué  afortunado era, y a la vez qué idiota se sentía de no poder corresponderle a un mujerón así. No es que su cuerpo no reaccionase, pero… no podía mantener nada formal o informal con nadie teniendo impregnado a Kaede en todas sus células, porque el desenlace siempre sería similar al de esa noche.

-¿No te gusto? ¿Pensé que ya habíamos superado esa etapa en la que te era indiferente? -le reprochó.

-Eres hermosa,  la chica más hermosa que haya visto, lo juro, pero realmente no puedo hacer esto contigo. Perdón – y la soltó, retrocediendo él mismo un paso, dándole fuerza a sus palabras, o intentándolo, y dispuesto a recibir un cachetazo o  insulto.

-¿Puedo pasar por lo menos? Está refrescando aquí fuera – pidió  sin perder el ánimo y abrazándose a sí misma, sorprendiéndolo  con su ecuanimidad,  como si en lugar de rechazarla le hubiera dicho que no le prestaba un lápiz.

La hizo pasar dudoso y cerró  la puerta al tiempo que encendía  la luz de la sala. Era la primera vez que una chica pisaba su casa, y se sentía algo torpe con  las reglas de etiqueta. Keiko deambulaba por la habitación, mirando los pocos adornos y fotos.

-¡Tu mamá tiene el mismo color de cabello que tú! Increíble. ¿Me muestras tu habitación? – pidió sonriente con la picardía pintada en la cara.

-No creo que sea buena idea. Si quieres te preparo un café y lo tomas mientras llamo un taxi para que vuelvas a tu casa.

-No quiero volver a mi casa, pero no me vendría mal un café para quitarme el alcohol de encima, me siento bastante chispa aún.

No quería ser descortés, pero tampoco pensaba ceder a los deseos de Keiko. En la cocina prendió la cafetera, y mientras colocaba unas cucharadas de grano en la máquina escuchó los tacones que avanzaban hasta su posición, y en seguida dos brazos largos lo abrazaban por la espalda, y tuvo que tragar largo cuando deliberadamente  apoyó los pechos en su espalda desnuda. Mierda, mierda mierda, pensó. Pero se limitó a quitársela  de encima con delicadeza y ponerse a una distancia prudente.

-No puedo creer que después de tanto juego previo realmente me digas que no, Hanamichi.  Nunca tuve que insinuarme más de una vez. ¿Tienes a alguien más? -preguntó de súbito seria, cruzada de brazos, logrando que su escote se viera más rebalsado aún. 

Negándose a responderle tomo dos tazas de la encimera y esperó que la luz roja se apagase y preparó una bandeja con las bebidas y la azucarera. No quería un café, quería que Keiko volviera por donde vino y él mismo volver a su cama y retomar  el sueño. Se sentaron el sillones  opuestos y bebieron en silencio. En cuanto terminara la bebida llamaría un taxi y le exigiría amablemente  que se fuera, y cruzaba los dedos porque Keiko no se lo pusiera difícil, porque no pensaba ceder. ¿Acaso la noche no se terminaría más?














Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora