Culpa

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Hanamichi no dejaba de escuchar el ruido apagado que hizo el cuerpo de Rukawa al impactar en el suelo enlosado del patio escolar. Tardó en reaccionar una milésima de segundo, en donde su cuerpo entero se congeló de la sorpresa y el miedo, y al siguiente instante sus piernas veloces lo llevaban hasta donde yacía el pelinegro. Por la manera en que había caído no podía verle el rostro, y en el tiempo que tardó en llegar a su posición no se movió en lo más mínimo,  incrementando la sensación de miedo de Hanamichi, que no pudo evitar rememorar la muerte de su padre años atrás en sus propios brazos. Otra vez.
Rukawa no era nada ligero, pero no resultó trabajoso para Hanamichi alzarlo sobre su hombro y correr por los pasillos abarrotados hacia la enfermería. No perdió tiempo en revisarle los signos vitales ni en preocuparse por la reacción de su banda… la adrenalina del momento sólo lo empujaba a llevarlo con alguien competente que pudiera tratarlo con urgencia.  Más adelante, pasado el miedo, se reiría de su propio terror, pero en el momento, ignorante de la condición física de Kaede, y quemado por su traumática experiencia junto a su papá, no veía por ningún lado la gracia.
Los estudiantes que se cruzaban eran atropellados y quitados del medio por el gigante pelirrojo que imponía su cuerpo y fuerza. No aminoró el paso tampoco cuando un profesor salió alarmado de un salón por el alboroto y se le paró en frente tratando de frenarlo, exigiendo una explicación que Hanamichi siquiera pensó en dar. Le dio semejante empujón  que dejó al hombre con el trasero en el piso y lanzando improperios,  que más tarde le costarían  una sanción.
En los cuatro minutos que duró el trayecto a la enfermería, la cabeza de Hanamichi estaba en blanco, o casi. Destellos de desesperación ante la inmovilidad del cuerpo en su hombro lo aquejaban y angustiaban más.  Llegó por fin  a su objetivo, y de un patadón abrió la puerta, siendo recibido por una mujer en bata médica sorprendida, que a la vista del cuerpo inerte que cargaba, enseguida le indicó una camilla, donde Sakuragi lo depositó lo más delicadamente posible  y se dejó alejar unos pasos por la enérgica mujer que de inmediato procedió  a tomarle los signos vitales. La maniobra duró medio minuto, pero al pelirrojo se le hizo eterno mientras miraba el rostro más pálido de lo habitual donde la sangre oscura resaltaba bajo los tubos fluorescentes de la habitación. Al llevarlo sobre su hombro, con la cabeza hacia abajo, la sangre había formado surcos rojizos hacia la frente y cuero cabelludo,  dándole al Rukawa un aspecto más ensangrentado y deplorable. Los puños de Noma habían hecho un desastre en la cara de Kaede. En cuanto pudiera lo mataría, por más amigos que fueran, pensaba incoherente.
-Joven, parece ser sólo un desmayo, pero necesito realizarle un reconocimiento completo. Necesito espacio-dijo la mujer recalcando la última palabra ante la posición de centinela de Hanamichi a su lado, que seguía estático observado los rasgos ensangrentados.
-No me voy a ningún lado- dijo firme sin mirar a la mujer.
-No necesito que salgas, sólo que me des espacio para trabajar, jovencito- replicó mientras sacaba de un gabinete un frasco de alcohol y pompones de algodón con la celeridad y serenidad propia de alguien experimentado.
Disgustado y a regañadientes Hanamichi dio unos pasos atrás  mientras no quitaba de vista nada de lo que sucedía. La enfermera, luego de empapar los algodones los acercó a la nariz de Rukawa, que pasados unos segundos se quejó y apartó el rostro del vaho de alcohol.
-Bienvenido. Limpiaremos estas heridas del rostro y haremos una revisión completa. ¿Sabes tu nombre?
-Kaede Rukawa, 1° B.
El corazón de Hana por fin se relajó al escucharlo hablar, sus peores miedos se habían esfumado.
-Tengo clases, no me puedo quedar en la enfermería.  Son heridas superficiales, doctora- continuó el jugador tratando de incorporarse de la camilla.
-De eso nada, o daré parte a las autoridades y te retendremos por la fuerza. Es necesario una revisión completa y que estés bajo observación un par de horas.  Un desmayo no es poca cosa, y menos en un joven de aparente buen estado físico.  Si te golpeaste la cabeza al caer es peligroso. Sin contar los múltiples golpes en el rostro…
Hanamichi no podía ver al zorro, la enfermera le tapaba la visión, pero notó que hizo caso de su petición y se quedó en su lugar.
La puerta de la enfermería había quedado abierta, y ante los rostros curiosos que se apiñaban la mujer fue a cerrar la puerta, dejando que ambos muchachos chocaran sus miradas por unos segundos. Los ojos azules reflejaban sorpresa, y los miel un profundo alivio salpicado de culpa. Así y todo ninguno emitió sonido.
Mientras Suka -que era el nombre que rezaba la identificación en el pecho de la mujer- limpiaba el corte de la ceja y quitaba los restos de sangre, la culpa comenzó a invadir a Hanamichi. Sentía que debía haber cortado desde el inicio la situación, pero realmente no esperaba que el idiota de Takamiya lo provocara de esa manera, y menos que Rukawa reaccionara así.  El espanto que le causó verlo bajo Noma recibiendo puñetazo tras puñetazo lo hizo por fin reaccionar, aunque era evidente que tarde. ¿Y si el desmayo se debió  a los golpes que él mismo pudo haber evitado? No era tonto, sabía que un golpe desafortunado podía lastimar con gravedad,  y Rukawa, empezando por el brutal cabezazo de Takamiya, había recibido varios.
Perdido en sus pensamientos no escuchaba que Suka le hablaba, hasta que la mujer alzó el tono, alarmándolo.
-Lo siento,  no estaba escuchando-se disculpó.
-Te preguntaba si sabes lo que le ocurrió  a tu amigo. Ya que el joven Kaede no quiere hablar, tal vez puedas aclararme las cosas antes de dar aviso  a las autoridades escolares.
-Él no es mi amigo, y no hay nada que contar. Me  peleé con unos tipos camino a la escuela, por eso llegué tarde y no sé,  supongo que me desmayé en el camino, no hay necesidad de dar aviso a las autoridades- apuró Rukawa mientras se sentaba en la camilla, con un claro aspecto agotado. 
-Tienes suerte que esa ceja no necesite puntos, pero de todos modos como te desmayaste dentro del recinto escolar debo dar aviso. Quítate la chaqueta, por favor- ordenó.
Hanamichi observó la cara nula de Kaede y como con una parsimonia exasperante se quitaba la chaqueta. Siquiera en una situación como aquella perdía el control de sus emociones. ¿Qué fue ese ataque en el patio?, ése no era el Rukawa que todos conocemos, pensó el pelirrojo que no dejaba de estudiar la situación.
-La remera también.  Si estuviste en una pelea puedes tener heridas no visibles.
Resoplando, el pelinegro acató el pedido y quedó con el torso desnudo, bajo observación de dos pares de ojos que lo examinaban con atención.
-¡Niño! ¿Realmente tienes 16 años?- exclamó sorprendida Suka tras lanzar un silbido bajo- Tengo un sobrino de tu edad y al lado tuyo parece un niño en edad escolar… No entiendo qué es lo que comen hoy día los jóvenes para tener estos cuerpos tan trabajados. Y me imagino que tú estás en las mismas condiciones, ¿no? – dijo mientras se giraba para observar a Hanamichi con una mirada crítica y divertida.
-Jugamos básquet- fue la respuesta seca del número once mientras se levantaba, dispuesto a volver a vestirse, en claro disgusto.
-¡Quieto quieto! Sólo era una observación y aún no terminamos el chequeo.
Suka auscultó sus pulmones y pecho, y cuando terminó la revisión y fue otra vez al gabinete a tomar medicinas, nuevamente ambas miradas quedaron enfrentadas y Hanamichi no pudo sostenerla, y se dedicó  a observar la mancha rojiza en el abdomen de Rukawa para evitar sus ojos. Seguro le quedaba un moretón gigante, pensó. Él,  de primera mano conocía lo brutal de los cabezazos de Takamiya, y era sorprendente que hubiese recobrado el aire pronto. Los colores subieron al rostro de Hanamichi cuando se percató que los costados de Kaede estaban decorados con unas particulares manchas violáceas,  que, sabía,  coincidían con sus propios dedos. Eran claros moretones, y Hana sabía que su agarre había dejado esa huella dolorosa. Se acercó unos pasos sin querer, para poder verlo más de cerca, y se percató que junto a las marcas de sus dedos habían otras amarillentas: moretones más viejos.  Se sentía un animal descontrolado. Estaba convencido del aguante de su amante - que jamás se quejaba por nada a la hora del sexo- y no reparaba en la fuerza que usaba. Recordaba a la perfección enterrar los dedos con furia en la firme y tensa carne, evitando cualquier alejamiento de los cuerpos acoplados. Estaba seguro que las piernas, y en especial las caderas, estaban en las mismas condiciones. O peor. En cada encuentro,  se sumía en las sensaciones que experimentaba y tenía los sentidos puestos en las reacciones de su amante, principalmente en su rostro y en los sonidos de placer que lanzaba. Observaba y se excitaba con el conjunto, nunca reparó en las marcas  hasta ahora.
Culpa era lo que se apoderó del número diez, obligándolo  a retroceder los dos pasos que había avanzado, y otros dos más. Quería decir algo, disculparse tal vez, o lo que sea, pero no reunía el valor, y se quedó mirando el piso en silencio, un silencio que sólo era roto por el ruido plástico de un blister de pastillas siendo abierto.
-Toma estos analgésicos cada ocho horas o te aseguro que entre la cara y el estómago querrás estar en cama por un par de días- dijo Suka mientras le alcanzaba una pastilla blanca y un botellín de agua mineral, que Rukawa bajo de unos pocos sorbos.
-¿Ya me puedo retirar?
-Por supuesto que no, te desmayaste luego de recibir golpes en la cabeza . Mínimo tienes para dos horas en observación, y es vital que no te duermas en ese lapso, ¿entiendes?
-Si está todo bien creo que me retiro, señora- apuró Hanamichi. Sentíaque estaba de más allí dentro una vez pasado el susto inicial.
-Momento jovencito- lo detuvo-. Hazme el favor de quedarte unos minutos más mientras voy a la dirección  a dar el informe de lo ocurrido. Por lo que vi armaste bastante escándalo hasta llegar aquí y necesito reportar todo. Y atención, a tu compañero se lo nota cansado, pero es importante que no se  duerma.  ¿Cuánto contigo?
Hanamichi afirmó, era lo menos que podía hacer, aunque le costase quedarse allí  a solas con el pelinegro.
-Bien, enseguida vuelvo. Puedes vestirte ya, y descansa-le dijo a Rukawa antes de tomar un cuaderno y desaparecer por la puerta.
Hana  observaba la punta de sus zapatillas y los segundos pasaban. En su visión periférica notó que Rukawa se vestía con lentitud y luego quedaba quieto, sentado en la camilla. Estaba seguro que lo observaba, podía sentir la mirada zorruna que lo perforaba, y en su cobardía era incapaz de alzar la suya para hacerle frente. ¿Qué le podía decir? ¿Disculparse en nombre de su banda? Le parecía absurdo, pero… tal vez era lo correcto.
-Ey, Rukawa- murmuró aún sin animarse a mirarlo.
-Sea lo que sea no me interesa, puedes guardártelo- lo cortó rápido y neutral. -y también puedes irte, no te necesito de niñera aquí.  No diré nada acerca de tu banda de matones.
-¡No es eso!- se defendió, esta vez mirándolo a los ojos con un dejo de desesperación.
-Vete. No me interesa.
A Hanamichi en cualquier otra oportunidad le hubiera molestado sobremanera la acusación del zorro, pero no ahora. En ningún momento pensó en defender a ninguno de sus amigos, pero en cierta manera pensaba que Rukawa tenía derecho a pensar mal de él: se había ganado una golpiza por nada. Era consciente que Takamiya había buscado pelea y que él no hizo nada para detenerla a tiempo. En parte era su responsabilidad.
Volvió sus ojos a sus pies, cabizbajo, sopesando qué hacer.  La enfermera le pidió quedarse, y le gustase o no al otro, decidió que se quedaría.
Pasaban los minutos y no había novedades de la mujer. Rukawa se había vuelto a echar en la camilla y observaba el techo bajo la supervisión del pelirrojo, que le daba vistazos cada pocos segundos, vigilando que no cerrara lo ojos. La fama de dormilón le precedía, y eso lo tenía intranquilo.
No tenía reloj, pero calculaba unos veinte minutos ya, y seguían allí esperando. Hacia ratos se había oído el timbre del fin del receso. Impaciente Hana comenzó  a dar vueltas por la reducida habitación, el silencio era insoportable.
La puerta se abrió con brusquedad,  y lo que fue alivio inmediato para Hanamichi se transformó en tensión cuando identificó  a quién entró  a trompicones: Haruko.
El rostro normalmente sonrosado de la chica se veía pálido y preocupado. Sus ojos se fijaron primero en el chico en la camilla,  y una exclamación salió de su garganta. Corriendo fue hasta Rukawa, al que apenas dio tiempo de reaccionar antes de abrazarlo trémula de emoción. 

-Recién me enteré y vine lo más rápido que pude. ¿Qué sucedió? ¿Cómo te encuentras?
Hana se sintió mal tercio, y antes que la chica reparara en él y de que la presión que se formó en su pecho al verlos juntos lo asfixiara, se dio la vuelta y salió apresurado, sin rumbo fijo. Sus pies, autómatas,  lo llevaron a la terraza. Serenarse era lo que necesitaba. No podía sentirse morir cada vez que los veía juntos. Era patético.

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora