Descubrimiento

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Se estaban acabando el desayuno, y Hanamichi aún no sabía qué conversar con Rukawa. Estaba superado por la situación; amaneció  confundido por un sueño que tuvo, y en la confusión, su olfato alterado había sentido el olor al cuero cabelludo del zorro impregnado en su almohada. Todo lo atribuyó a la mala noche que había pasado; era consciente de que estaba enfermo y de que había soñado y, hasta por ahí, delirado con Rukawa. En su alucinación, Rukawa lo cuidaba, lo abrazaba, le decía palabras suaves pero ininteligibles al oído. La sorpresa fue cuando al bajar a la cocina por un analgésico-que no pudo hallar en el botiquín de su cuarto de baño-para mitigar el taladrante dolor de cabeza del que era dueño, se encontró con la espalda de Rukawa que batía una taza de cacao caliente, como si estuviera en su propia casa. Por un momento pensó que seguía delirando, que no  despertó, pero una nueva punzada le demostró que ésa era la realidad, y que efectivamente, Rukawa sí estaba allí, en su cocina. Y ahora resulta que ambos estaban desayunando sobre la cama de Hanamichi, enfrentados como indios mientras devoraban las magdalenas que Rukawa se había encargado de rebautizar como "bizcochos raros" para enojo del pelirrojo. En pocas palabras, Rukawa le comunicó que lo estuvo cuidando desde la tarde del día anterior, que fue cuando se enteró  que estaba enfermo, y que no pensaba asistir a clases hasta que se recupere del todo. Lo que más mudo dejó a Hana, fue enterarse que había estado todo un día sumido en la inconsciencia debido a la fiebre y de que haya sido precisamente el zorro quien lo haya cuidado con tanto esmero... y es que hasta el desayuno a la cama le había llevado, y encima lo regañó por andar desabrigado y descalzo por la casa. Hanamichi no podía rebatirle nada, y tampoco tenía las fuerzas necesarias para enojarse porque Rukawa ingresase a su casa sin ser invitado, ya que aún sentía el cuerpo débil y la cabeza algo embotada. Se había tomado solícito el analgésico entre dos sorbos del  dulce chocolate, ante la mirada aprobatoria de Rukawa, que lo intimidaba y descolocaba con tanto ¿mimo?
Se había perdido dos días de clase, y contando la práctica suspendida, ahora serían tres los días desperdiciados. Ese día estaba claro que no se sentiría en condiciones de afrontar ejercicio intenso, y la mañana estaba bastante entrada como para sacar provecho de alguna clase; siquiera sería útil para dormir una pequeña siesta. El cuerpo se le hacía leve, muy liviano, sentía como si fuese de goma, una goma que de pura elástica no lo mantendría erguido a voluntad; lo había comprobado por los pequeños mareos que había sufrido cuando iba camino  a la cocina.
El cacao se había agotado, en su boca tenía aún un poco de la bebida, y trataba de saborearla lo más posible. Ese era su desayuno predilecto: chocolatada caliente con magdalenas rellenas con dulce de leche. Sabía que ése no era un típico desayuno japonés, pero le valía. El chocolate era delicioso, y desde la vez que había probado el dulce de leche en una tienda de platos exóticos, se decidió a probar cualquier cosa que lo llevase como ingrediente. Y así se topó con esos suaves y ricos bizcochos importados que sólo conseguía en una tienda en particular, y que llamaban magdalenas. Se había sonreído disimuladamente cuando los "bizcochos raros" parecieron ser de sumo agrado para el zorro pretencioso, porque había ido a por más cuando vio que la ración que traía disminuía con rapidez. Con el último trago pasando por su garganta, se preguntaba si debía de recriminarle y exigirle al chico que le devolviese sus llaves. No es que las necesitara, ya que hacia un tiempo había obtenido otra copia, pero lo ponía bastante nervioso saber que Rukawa podía aparecerse por su casa cuando le viniese en ganas.
El pelinegro estaba terminando de quitar el papel a la  última magdalena con una prisa que causó gracia a Hanamichi. Se lo veía realmente emocionado comiéndolas. Tal vez debería llevar algunas para futuros entrenamientos, pensó.
El silenció comenzó a reinar, y ambos estaban quietos; Hana recostado contra el respaldo de la cama sobándose con lentitud el estómago, satisfecho;  Rukawa, observando por la ventana la claridad del día, aparentemente perdido en alguna divagación mental.

-Oye, zorro... no deberías de irte ya-le dijo Hanamichi, dudando de si estaba bien pedirle que lo dejara luego de que el otro se había portado tan bien con él-yo puedo cuidarme ahora, la fiebre bajó y me quedaré en cama por las dudas, si eso es lo que te preocupa...-agregó al ver que Rukawa ponía cara reprobatoria ante sus palabras.
-No, me quedaré hasta que sea hora del entrenamiento por lo menos-le dijo volviendo su vista a la ventana.
-En serio que no es necesario, puedo solo...
-Dije que no, torpe.
-No ganas nada perdiendo el día aquí. Podrías aprovechar e ir practicar, o tal vez dormir un poco en tu casa...

Rukawa arrugó el ceño, y de inmediato se paró, como recordando algo importante.

-Necesito el teléfono un momento-le anunció el pelinegro-olvidé avisar en mi casa en dónde pasaría la noche.

Hanamichi lo vio desaparecer del dormitorio. Había un teléfono en la cocina y otro en el pasillo que conducía a los dormitorios, que eran los lugares más asequibles y menos molestos. Hubo un tiempo en que Hana lo tenía en su cuarto, pero despertar de una siesta por el ruido del aparato lo sacaba de sí, así que prefería oírlo a lo lejos y no taladrándole los tímpanos a un lado de su cama. Con cuidado colocó la bandeja vacía sobre la mesa de luz, y con una sensación de alegría por su estómago repleto, se recostó y decidió relajarse un poco. El sol le pegaba de lleno en un costado, y se sentía tan acogedor que no tenía ganas de moverse ni un milímetro.
Los minutos pasaron, y le pareció raro que Rukawa no volviese. Tal vez había tenido dificultades con sus padres por no haberse aparecido a dormir , y esto no le preocupaba en lo más mínimo; de hecho lograba sacarle una sonrisa torcida el imaginar que a ese arrogante zorro alguien le pusiese los puntos sobre las íes. Sería una escena digna de filmar para ver una y otra vez en caso de sentirse deprimido en alguna oportunidad. No es que en ese momento se sintiese en particular mal o necesitado de alegrarse, pero la tentación de  ver las expresiones del  zorro al recibir una reprimenda era fuerte. Sin pensárselo dos veces saltó de la cama y encaró al pasillo, entornando con sigilo la puerta para no ser visto u oído. El teléfono estaba a unos pocos metros de su posición, y por un espejo pequeño que colgaba de la pared opuesta podía ver a Rukawa recargado contra la pared, mientras marcaba un número. Por lo visto tenía más de una llamada por hacer. Curioso por naturaleza, Hana agudizó el oído, ya que la cara de Rukawa no decía nada de nada, para decepción propia.

-Hola ¿Kuroi?... habla Kaede ¿podría hablar con tu hermano un momento?... gracias.

Hana se preguntaba quién era Kuroi, y la intriga lo aplastaba mientras esperaba que el "hermano de Kuroi" se pusiera al teléfono. Cuando por fin Rukawa volvió a hablar, nada de lo que salió de su boca fue agradable para Hanamichi.

-Dijeron mis padres que estuviste llamando a casa toda la tarde, Akira. ¿Sucedió algo?... Tenía algo importante que hacer, nada más... fue un imprevisto, por eso no te avisé... sí...sí, madre me dijo que habías faltado al colegio...exageras... no, en serio que nada importante, deja de preguntar... si, iré a  las prácticas y más tarde nos vemos a la hora de siempre... sí, no habrá problemas...

Hanamichi no quería seguir escuchando. Se sentía el idiota numero uno de Kanagawa. Su cuerpo era una mezcla de sensaciones: rabia, tristeza, decepción... Había algo más, algo muy similar-demasiado- a  lo que lo carcomía cada vez que veía a Haruko junto a ese tipo... sólo que esta vez la niña no estaba de por medio, dejando muchas dudas en su cabeza. Sintió un estremecimiento en todo su ser; sabía que eran celos. Sí, estaba celando a Rukawa, y no se lo podía seguir negando, su necedad no era infinita, por más que le pesase. Si no llegaba a discernir la gravedad de su sentir, la sensación de que toda la sangre le caía a los pies, fue lo que hizo que se diese la cabeza contra la realidad: le gustaba Rukawa.
Sintió pánico por este nuevo descubrimiento, y necesitaba huir de ese sitio de inmediato. Rukawa volvería en cualquier momento, y lo último que deseaba era encontrarse en ese estado con los ojos fríos del número once. Vio como comenzaba a girar el picaporte, y sin dudarlo se encaminó al  baño casi corriendo y se encerró allí. Le urgía pensar con calma, necesitaba entender qué es lo que le pasaba. Nada de lo que sentía le gustaba,  sabía que eso era un juego que duraría lo que durasen las ganas del pelinegro. Las cosas estaban claras desde el viaje del fin de semana anterior, pero si bien esto no modificaba las reglas para Rukawa, sí las cambiaba para Hanamichi.
Aún sentía el cuerpo lánguido, y la sensación de pesadez en sus piernas no cedía, y con esto estaba logrando marearse; el torbellino de pensamientos estaba logrando alterarle el equilibrio mucho más que las faltas de energía por la reciente enfermedad. Apoyándose contra la blanca puerta, se dejó deslizar con cuidado hasta quedar sentado sujetándose la cabeza con ambas manos. Le dolía pensar de ese modo, le dolía sentir de ese modo.

-¿Hana? Estás bien-escuchó como le preguntaba el chico del otro lado de la puerta luego de dar dos pequeños golpes en la madera.
-Sí, sólo necesito un baño-dijo. Fue lo primero que se le ocurrió. Luego se dio cuenta de que no era mentira, lo necesitaba. Después de todo, se había pasado una jornada entera en un estado febril sudando en la cama.
Se incorporó, dispuesto a tomar el tan merecido baño. Trabaría con cerrojo la puerta para poder darse un buen baño de inmersión, sin interrupciones zorrunas. Necesitaba reflexionar un poco sobre su nuevo sentir, y el agua le era buena consejera.



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Al final, Hanamichi comenzaba a dormitarse en el agua cuando los golpes que pegaba Rukawa en la puerta lo sobresaltaron; hacía rato que lo llamaba, y Hana no lo escuchaba.

Rukawa se había mostrado molesto cuando Hana le pidió que se saliese del cuarto para que él se pudiera cambiar tranquilo, pero insistiendo un poco, logró que el zorro lo dejara en paz por un rato. Le había dicho que se apresurase, que en cuanto lavara los utensilios que habían usado para el desayuno volvía, y no le importaba si estaba a mitad de la tarea.
Y ahora estaba buscando qué ponerse, no deseaba que Rukawa lo encontrase semidesnudo.  Cuando salió del baño se había encontrado con un zorro que mostraba verdadera preocupación en el rostro. No pudo evitar sonrojarse al verlo de ese modo por él. Si antes se sonrojaba con facilidad, el saber que estaba algo así como enamorado de Rukawa, lo tenía con la sangre y el nervio a flor de piel, y pudo sentir como los colores le subían con furia hasta la cara. La poca relajación que ganó sumergido en el agua aromatizada con esencia de vainilla, la perdió en cuanto escuchó que Rukawa lo llamaba a gritos cuando se estaba quedando dormido.
¿Que qué había reflexionado? La verdad es que no mucho... Sólo hizo un intento por aceptar más tranquilamente lo que ya sabía: que había caído, como una colegiala, en el jueguito de Rukawa.
Haruko era el verdadero problema en lo que sentía, puesto que Rukawa en realidad a quién quería-muy a su manera, por supuesto-era a ella, y no a él. Llegar hasta esa conclusión no le había sido complicado, pero la cosa no quedaba en un triángulo conformado por ellos tres... no, era un precioso cuadrado, pensaba Hana mientras sonreía con un dejo amargo en la mirada. Estaba Sendoh... Akira para los más allegados, se dijo con rabia. Esa misma tarde se encontraría con él, y por lo que había escuchado, también el día anterior debía de verse con el puercoespín, aunque lo dejó plantado por lo que, dedujo Hana, fue su culpa. Esto último le traía un poco de tranquilidad a su reciente torturada alma de ¿enamorado? Por lo menos esta actitud protectora del pelinegro lo hacía un tanto más humano a sus ojos, aunque sabía que eso no quería decir que sentía preferencia por él; después de todo, a Sendoh, por lo que podía adivinar lo veía a diario... si conocía al hermano de Sendoh seguro que era un habitué a su hogar. No podía evitar realizar comparaciones que eran absurdas para la razón, pero para su corazón eran demoledoras... su casa sólo la había pisado en dos ocasiones, y ni hablar de que alguna vez lo haya telefoneado.
Se decidió por ponerse un pijama, pensaba seguir en cama el resto de la tarde. La tensión mental lo tenía cansado, deseaba dormir una larga siesta, sin preocupaciones, sin tener que exprimir a su cerebro tratando de entender algo de lo que vivía. No pretendía entender  a Rukawa, pero por lo menos sí entender cómo serían las cosas de ahora en adelante. Mientras estaba relajándose en al agua se le vino una idea a la cabeza: terminar con esa tonta relación carnal que llevaban adelante, para evitar que los sentimientos se afirmaran. Ahora sentía un enamoramiento por ese tipo, le gustaba horrores. Ahora entendía el porqué deseaba retenerlo entre sus brazos cuando lo tenía para sí... Si así se sentía al saberse enamorado, no quería saber lo que le dolería si llegaba a amarlo por completo. Para el pelirrojo, los enamoramientos eran fuertes pero momentáneos; para él, el amor era otra cosa, algo que se iba forjando de a poco, y que si no funcionaba, podía destruirte.  Hanamichi se había enamorado en cincuenta y unas oportunidades, pero el amor jamás le había tocado la puerta con firmeza. Era cierto que por Haruko había experimentado lo más intenso hasta el momento, pero hace un tiempo que el enamoramiento había dado lugar al cariño casi fraternal. Con Rukawa era por completo distinto, con él tuvo sus primeras incursiones en el sexo. Las únicas, y eso marcaba una diferencia.
A pesar de tener esta gran razón de peso para terminar todo allí, no pudo tomar esa decisión, más le pesaba la idea de que ese zorro volviese tras la pista de Haruko, y ahí si que no sería capaz de hallar paz. De tan sólo imaginarlos el estómago le daba un vuelco y sentía como la mandíbula se le tensaba ajena a su voluntad. Seguiría con él, pero trataría de no acrecentar el sentimiento que llevaba dentro.



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Tanta reflexión para nada, porque ahora estaba sólo en su cama, odiándose por imbécil, y odiándolo a Rukawa también, por mentiroso. Había caído tan bajo que hasta había fingido que se sentía un poco afiebrado cuando la hora de partir de Rukawa se acercaba. Habían dormido juntos un rato largo, y el pelinegro fue el que propuso que lo hiciesen. Era sabido que ese chico amaba dormir, y por estar con Hana no resignaría ese placer. No quería indagar acerca de las actividades para luego del entrenamiento en el Shohoku-su orgullo se lo impedía-, pero cuando vio que Rukawa no le daba mucha importancia a su supuesta "recaída" y se alistaba para irse, tuvo que dejar de morderse la lengua y preguntarle si volvería, o si lo vería mañana en la preparatoria. Sin pensarlo demasiado, Rukawa le había respondido que hoy no podría volver porque tenía asuntos que resolver y se le haría muy tarde.
Hanamichi esperaba una respuesta así, pero lamentable no estaba preparado para asumirla. ¿Asuntos que resolver? Sí claro... si revolcarse con Sendoh era un asunto por resolver, le hubiese gustado que el asunto lo resolviese con él y no con el bobo de la sonrisa pintada.
Se seguía odiando por esperar algo de Rukawa, cuando sabía que el otro no le daría nada de lo que él buscaba.
Secretamente, cuando Rukawa se había recostado a su lado para descansar, deseo que el zorro empezara con alguno de sus jueguitos... a fin de cuentas, desde el día de la partida del hotel que tenían algo pendiente. Sus energías no eran las óptimas, pero el tenerlo tan cerca hacía que sus reservas se prestaran a ser usadas. Todo para nada, por que a los escasos minutos de estar recostados juntos notó como la respiración del chico de los ojos azules se acompasaba. Se había quedado dormido mientras Hana luchaba por que su erección bajase, totalmente acobardado de iniciar él el primer movimiento.

Miraba el techo, y cuando se quiso dar cuenta ya casi anochecía. Por la ventana se colaban los rayos oblicuos y naranjas del sol, dándole al cuarto una tonalidad irreal. No había  comido más que el desayuno y luego otra taza más de cacao a media tarde, pero la verdad es que no tenía hambre. No podía dejar de pensar en que podría estar haciendo Rukawa con ese tipo.
Perdido en lúgubres pensamientos se volvió a sumergir en el mundo de los sueños, no sin antes colocar su despertador para levantarse temprano en la mañana.


No supo cuando el sueño se convirtió en realidad. En un momento se encontraba en la playa, tirado sobre la arena mojada enredado entre los brazos y piernas de Rukawa, y al otro estaba en  su propia cama sintiendo el peso del pelinegro sobre su cuerpo mientras su boca era asfixiada por besos apasionados. Tardó un rato en darse cuenta de que no seguía durmiendo y de que, efectivamente, el zorro estaba de vuelta en su casa y en su cama. Y eso le llenó el corazón y le apaciguó el alma.

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora