A corazón abierto (parte uno)

602 40 18
                                    


Los minutos pasaban, y la seguridad que había mostrado abajo cuando besó a Hanamichi frente a la geisha iba dando lugar a la impaciencia. Había hecho gala de su frialdad y desinterés tan característicos, pero la sola visión de la chica vestida con ropa del pelirrojo y el maquillaje totalmente corrido le carcomía las entrañas, y ansiaba tener la certeza de que su estadía a esas horas y en esas fachas era la parte final de ese gigante -colosal- malentendido. Conocía al dedillo la playera azul marino que llevaba puesta Keiko, que tan bien le sentaba a Hana y tanto asco le produjo ver puesta en ella. Odió la naturalidad y soltura con la que pretendía quedarse en casa de Hana como si fuera su derecho, y odiaba cada segundo que pasaba y no la veía salir y tomar el taxi que había llegado hace unos instantes y esperaba aparcado en la acera. A través de la ventana del cuarto de Hana el sol apenas había salido y le daba una visión perfecta de la cuadra y de los visitantes atípicos apostados junto al buzón, en la vereda, dándole la espalda a la casa. Akira y Kuroi eran muy similares por detrás, pero la pseudo cresta de su amigo era inconfundible. Se dio cuenta del error de haberlo dejado acompañarlo hasta allí; la animosidad de Akira había ido creciendo a lo largo de la noche, y de no haber sido por el dolor que lo atravesó y cegó al ver aparecer a la chica, nunca hubiera permitido que se acercara y entrometiera en la situación, por más destrozado que se sintiese. Una cosa era que tratase de ayudarlo estando tomado y algo vulnerable, y otra meterse en sus asuntos personales con esa violencia estando en sus cinco sentidos y sin entender del todo la situación. No le gustaba ser tratado de esa manera por nadie, y en gran parte entendía el recelo animal que sentía Hanamichi por su amigo. En nada ayudó ni ayudaba la actitud burlesca de Akira para con Hana desde que se conocieron, ni la veta sobreprotectora que jugaba con él en los últimos tiempos, siendo las de las horas precedentes la cúspide. Cuando regresara de las vacaciones debía aclarar esos temas con Akira, aunque ya daba por sentado que de ahora en adelante todo iría sobre ruedas, y que si bien tal vez fuese difícil que esos dos congenien, no era imposible teniéndolo a él mismo como punto común.


Mientras subía la escalera, la careta de frialdad se le había ido descomponiendo. Recordaba perfecto la vez que pisó esos escalones semanas atrás pero en sentido contrario, roto por lo que creía haber escuchado y atosigado por las risas de Hana Y Mito. Un escalofrío le recorrió la espina, recordándole sus dudas pese a la aclaración del malentendido. Abrió la puerta dispuesto a no comerse más la cabeza, y lo impecable de la habitación -donde solo estaba la cama abierta- le dio la seguridad de que allí no había ocurrido ningún encuentro sexual. No lo hizo del todo consciente, pero en un milisegundo checó con la vista el piso en busca de prendas o zapatos femeninos, y hasta olisqueó el aire pendiente del olor dulzón del perfume de Amiya flotando, pero nada... Se sonrió para sí al recordar el desmadre que dejaban en el cuarto cada vez que compartían lecho.


Tres minutos más y la escena fuera era la misma. Su impaciencia seguía creciendo. Escuchó pasos en el pasillo y su corazón se aceleró, pero pasaron de largo el cuarto. Estaba seguro que era el caminar descalzo, pesado y a la vez ágil del pelirrojo, y lo escuchó abrir el cuarto contiguo, hacer algunos ruidos dentro y en medio minuto volver a salir y pasar veloz rumbo a la planta baja ignorando su puerta otra vez. Suspiró y apoyó la frente contra la ventana, resignándose a esperar. Había esperado tanto el momento de tener a Hana exacto en el punto que creía estar, que unos minutos más no podían perturbar la felicidad que ya saboreaba, se dijo. Conocía, sin siquiera haberla tratado, lo insistente, intensa y voluntariosa de Amiya, y hasta un poco de lástima sintió por cualquier tipo que tuviera que sacársela de encima gentilmente en pocos minutos.


Otros diez minutos pasaron y por fin la triada compuesta por la geisha, Yohei e Iori hicieron acto de aparición en la escena y se metieron en el taxi, no sin antes Yohei cruzar palabras con los hermanos Sedoh y Amiya darse la vuelta y mirar hacia la ventana con la seguridad de que estaría allí espiando, y de paso develando su posición a los demás. Quiso reírse en la cara de la chica, pero se concentró en los ojos de Akira, que lo interrogaban, para darle la seguridad de que todo estaría bien y se podía ir a su casa. No esperó que la mirada azulina cortara el contacto, decidió que lo mejor estaba por venir y no dejaría que nadie que no sea su amado pelirrojo ocupara sus pensamientos por las siguientes horas. Corrió las cortinas y lo esperó sentado en el borde de la cama.

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora