Mañanero

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Recostado boca arriba en la cama, con los ojos cerrados, no sabía si sentirse aliviado o decepcionado. Al final, no había tenido que satisfacer la lujuria de su compañero, que apenas cayó en la cama sucumbió al efecto inhibidor del alcohol sobre su sistema nervioso y se durmió. No había tenido mas remedio que sacarle la ropa y arroparlo, y luego de eso le pareció tonto volver  donde los demás. Se había  comunicado con Ayaco-que era la única que tenía   celular-y luego de convencerla de que no le había hecho ninguna atrocidad a la estrella del equipo que dirigía, le comunicó que se quedaría, que estaba cansado.
Por supuesto que no fue una mentira, la verdad es que estaba muy cansado. Venía durmiendo poco y ejercitándose demasiado.
No sabía que hora podría ser, no traía reloj pulsera y era tonto pensar que en una habitación tan austera habría algún reloj de pared; apenas si había un velador como único detalle aparte de los muebles básicos.
Despertó hacía rato, y al abrir los ojos lo primero que vio fue el cuerpo enroscado en las sábanas de la cama de al lado. Estaba dándole la espalda, y la sábana parecía darle vueltas apretadamente sobre su cintura. La cama estaba deshecha por completo, dejando observar todo el largo del muchacho que allí estaba extendido, cubierto por la tela contorsionada, lo más escasamente posible. Digno de una foto comercial, la tela blanca parecía  estar estratégicamente colocada a modo de taparle sólo las partes pudendas, librando mucho a la imaginación. Igual Hanamichi bien sabía que llevaba ropa interior puesta...un boxer muy ajustado y negro, que había visto y admirado la noche anterior. Al recordarlo le subieron los colores a la cara, y por tratar de calmarse estaba como estaba ahora: con los ojos cerrados frente al techo.
Hana ya se había resignado a que tendría otro revolcón con Rukawa, y para ser sincero consigo mismo, le molestó que el otro se haya dormido luego de tanto proponer. Cuando le estaba quitando la camiseta que llevaba, no se pudo resistir a tocarlo muy suavemente por unos instantes, deseoso de probar con la boca lo que veía. De echo hasta había  llegado a depositarle un par de besos castos en uno de sus pectorales, pero al ver que el pelinegro no mostraba ni la más remota reacción, lo dejó. Fue cuando le quitó los jeans que la vista de la prenda íntima, tan pegada a su cuerpo, lo desestabilizó. Se había excitado, y cuando se dio cuenta de tal cosa se alejó furioso. Ahora no podía echarle la culpa al otro, él solito estaba buscando algo más. La idea de buscar el cuerpo de Rukawa para su propia satisfacción, y por iniciativa propia, le parecía detestable. Una cosa era que dejase que Rukawa se saciara de él, pero una muy distinta era que él se saciase de Rukawa. El dar el primer paso lo hacía sentirse un traidor; sentía que traicionaba la confianza de Haruko, y no por serle fiel, sino más bien por disfrutar de algo que no debía. Suficientemente malo era que se acostase obligado con alguien teniendo una novia-por más que lo hiciese para resguardarla a ella-, y más malo aún era acostarse con alguien del mismo sexo como para agregarle que lo hacía por interés e iniciativa propia.

Una vez calmo de sus recuerdos, la mente de Hana divagó por lo que había sucedido más anteriormente; divagaba en la conversación que habían mantenido en plena vía pública. Era bastante irreal lo que había sucedido, pero a Hana todo se le antojaba atípico desde el día que Rukawa lo sedujo en el vestidor del gimnasio, y él, como presa fácil e inexperta, cayó.
Ayer el chico de cabellos negros había sido una continua sorpresa para Hana, que ahora viendo todo desde un ángulo menos peligroso, le daba mucho que pensar. Mostró tantas expresiones que le parecía extraño que la cara no se le cayese a pedazos en cuanto despertara, siendo la máscara que siempre traía tan rígida. De sólo pensarlo, Hana emitía una pequeña risa que apenas si se extendía por el escueto cuarto. Imaginar la cara de Rukawa ir deshaciéndose por partes era demasiado tentador para él. Había  sonreído, gritado, mostrado dolor, enfado, celos. Claro que todo había sido producido por Haruko... Hana no explicaba como un amor tan poco loable pudiera sacar de ese ser tan frío tanto sentimiento. ¿Qué quedaba entonces para las personas que amaban en serio, con el corazón?
Lejanas le parecía la época en que se creía enamorado de Haruko, la dulce hermanita del Gori. Siempre le había sacado sonrisas, tonteras, se había encelado él mismo y había odiado por tal motivo a cualquiera que se le acercase. Pero estaba seguro que ninguna de sus emociones llegó a traslucir la pasión  que mostraban los ojos de Rukawa; siquiera las más acérrimas peleas con el número once al poco tiempo del que se conocieran igualaban la expresión  de esos ojos azules.

Sintió el ruido de como Rukawa se movía  entre las sábanas, algo apagado. Pensó que tal vez habría sido mejor haberse levantado antes y no estar allí  para cuando despertara, pero ahora ya era tarde para lamentaciones de ese tipo. Por ahí la suerte lo acompañara y sólo estuviera remoloneando de dormido, pero un chirrido ínfimo por parte de los resortes de la otra cama le indicó que el otro se había incorporado.
Lo ignoraría; dejaría que se levantase y se marchase, y se ahorraría el verle la cara tan temprano. No necesitaba de vivencias traumáticas a esas horas de la mañana, y si eso significaba fingir estar dormido, pues bien, lo haría.
Trataba de conciliar nuevamente el sueño-para darle veracidad al asunto-y se volteó  despreocupadamente fingiendo un suspiro somnoliento, para quedar dándole la espalda.
Ya creía haber cumplido su cometido cuando sintió que su propia sábana era levantada y que un peso invadía  su cama, para luego sentir como Rukawa se acostaba a su lado, devolviendo la sábana a su sitio mientras lo abrazaba por la cintura.
Hanamichi estaba a punto de reaccionar dándole de patadas, pero cuando sintió que el otro estaba inmóvil, sin intenciones de ir "más allá", se quedó estático en su posición; tanto que tuvo que concentrarse en respirar para que el otro no notase que el movimiento de su cuerpo "dormido" había cesado.
¿Qué hacía en su cama? ¿Por qué no trataba de iniciar algo? ¿Qué pasaba por la cabeza del zorro?
Se preguntaba miles de cosas, cuando la frente de Rukawa se apoyó  en su espalda, impactando el cálido aliento contra su piel desnuda. Pero allí se quedó, no hubo ni un movimiento más; y al rato, el pelirrojo se dio cuenta de que se Rukawa dormía otra vez. Como pudo normalizó su respiración, y de a poco fue cayendo él también en el mundo de los sueños, siendo abrazado por un muchacho pálido de cabellos negros.
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Lo primero que vio al abrir los ojos fueron dos bolas azules que lo miraban fijamente a escasos centímetros.

-Buenos días-le susurró Rukawa-pensé que dormirías toda una eternidad.
-B...buenos días...

Hana no sabía qué decir, y respondió por instinto. Estaba completamente entrelazado con el cuerpo de Rukawa. Un brazo del pelinegro estaba bajo su cuello; una de sus piernas se enlazaba con la suya propia; el brazo libre de Rukawa se posaba en su cintura, y sus dos brazos-sus propios brazos, para su sorpresa-estaban enredados en el torso blanco del otro. La calidez era infinita, y en una milésima de segundo recordó que Rukawa se había pasado a su cama más temprano, y que él también se había  quedado dormido, y en otra milésima le llegaron mil sensaciones agradables: el calor y la suavidad de las pieles contactando; el subir y bajar de la respiración encerrada en ese otro pecho; el peso de esa mano tan cerca de sus caderas que se hacía por demás  perturbadora; esos ojos tan azules encuadrados en el negro de las tupidas pestañas; las vibraciones pulsátiles del brazo que pasaba  cerca de su oído dejándole sentir la sangre que fluía por ese miembro; el aliento estrellándose en su rostro...
No pudo evitarlo y se ruborizó. Jamás pensó que compartiría tal intimidad con ese chico que ahora lo miraba tan de cerca, que había amanecido junto a él.

-El color de tus cachetes hace juego con tu cabello-le decía con una media sonrisa dibujada, mientras ejercía presión con la mano que tenía en su cintura para acercarlo-ya me estaba impacientando por que despertaras...pensaba en hacerte alguna travesura mientras dormías...

Hanamichi estaba extasiado por su voz, que apenas era un ronroneo. Por escasos segundos quiso apartarse, romper ese entrecruzamiento de brazos y piernas, pero de inmediato cedió al deleite de esa sedosa voz y de su respiración que le hacía cosquillas en la nariz, y lo besó con la mayor delicadeza de la que estaba provisto. Era un beso lento, suave, rítmico, poco profundo. Deseaba cargarlo de calidez, retribuirle por la maravillosa sensación de amanecer acompañado. Sus brazos seguían inmóviles; Rukawa estaba quieto, y solo Hana movía apenas su cabeza para tratar de morderle los labios. El zorro cerró  los ojos y se dejó besar, dejó que los otros dos labios lo atrapasen, lo lamiesen en una lenta agonía. Hanamichi besaba cada pedazo de piel rosada, succionando y mordiendo las partes más carnosas, despegando sus labios de a ratos para depositar besos tan ligeros como caricias. Observaba los gestos de Rukawa que no respondía, que solo mantenía los labios apenas entreabiertos para dejarlo actuar, dedicándose a disfrutar.
Cuando Hanamichi succionó con un poco más de rudeza el labio inferior ya rojizo, al pelinegro se le escapó un gemido inesperado; parte dolor, parte sorpresa y parte placer. Ese gemido casi imperceptible fue el fósforo que prendió el fuego del pelirrojo, que de inmediato ahondó en el beso, dejando que su lengua recorriese toda la profundidad de esa boca, degustándola y recorriéndola con frenesí, mientras asía con fuerza el torso que tenía entre sus brazos, deseoso de estrujarlo contra su propio cuerpo.
Su boca sabía a gloria, y se encontraba reacio a abandonarla, pero las ansias por probar su piel eran mayores. Deshizo a medias el abrazo, y con una mano lo tomó  de los cabellos echándole la cabeza para atrás facilitando el acceso a su cuello. Cuando vio la porción de piel que se le presentaba, Hanamichi se detuvo por la sorpresa: toda la zona estaba cubierta por marcas rojizas, gigantes moretones circulares que seguían un patrón a lo largo del cuello, siguiendo la línea de sus hombros. No recordaba haberlo marcado de ese modo, pero por lo visto así había  sido. Sintió  culpa, pero fue disipada en el acto por un bufido de protesta por parte del chico que  mantenía sus párpados cerrados. Se dedicó a besar todas y cada una de esas grotescas y pasionales marcas, tratando de no morder o aplicar demasiada presión. Subió hasta el hueco tras su oreja y lo lamió fugazmente, desatando gemidos intensos y desesperados. Rukawa lo sujetaba de los cabellos, enredando sus largos dedos en las hebras rojas de Hanamichi, presa de las sensaciones que experimentaba.
De a poco, Hana se fue posicionando sobre el cuerpo del otro. Ya con el cuello no le alcanzaba, así que siguió descendiendo por su pecho, probando todo a su paso y prestando especial atención a esas dos protuberancias que al momento se erigieron y colorearon de un rosado más fuerte con cada lamida. El pelinegro se retorcía bajo su cuerpo, y Hana podía sentir como sus miembros completamente henchidos se rozaba entre sí con dolor. Se le vino a la cabeza la imagen nocturna de los bóxers ajustados de Rukawa, y no pudo con sí mismo y tuvo que apartarse a observarlo con detenimiento. La luz se colaba por la única ventana de la habitación, y le permitía notar el contraste entre lo blanco de la piel y el negro de la tela. Se le adhería deliciosamente a las caderas y a las piernas, y apenas si podía contener la excitación del muchacho. Lo masajeó por encima de la tela mientras volvía por sus labios para ahogar cualquier gemido que se le pudiese escapar y poder tocarlo a sus anchas -no se olvidaba que estaban en un cuarto de hotel y que tenía compañía  tras esas delgadas paredes-. Rukawa no podía  emitir más que gemidos entrecortados, no podía responderle el beso, y Hanamichi estaba encantado de hacerle sentir de ese modo. Siguió rozando la tela hasta que sintió que se humedecía por las gotitas que se escapaban del miembro de Rukawa.

-Ya estás al límite y todavía no te toqué verdaderamente-le dijo al oído mientras le mordisqueaba el cartílago de la oreja.
-¿Cómo quieres que esté si me estás tocando de este modo?-le decía con esfuerzo y entrecortadamente- Maldición Hanamichi, me vas a volver loco-le dijo cuando sintió la lengua del otro recorrer las circunvoluciones de su oreja.
-El que me vuelve loco eres tú...
Hana se expresó con una excesiva seriedad. No era tan sólo el hecho de que se moría por tomarlo, la actitud incomprensible de Rukawa era lo que lo enloquecía. Por supuesto Rukawa jamás le dio ese significado a sus palabras.

-Házmelo rápido...No creo poder aguantarme mucho más-le suplicó el pelinegro.
-¿Ahora te piensas que me puedes dar órdenes?-se burló al ver la premura del chico que elevaba sus caderas en busca de mayor contacto.
-Por favor, Hanamichi...
-Así me gusta más, que pidas bien las cosas...-le dijo mientras le bajaba los boxers con lentitud exasperante y se los sacaba. Luego procedió a quitarse su propia ropa de cama, dejando su cuerpo al desnudo, exhibiendo la gran excitación de la cual el pelinegro era la causa.
La verdad es que no sabía cómo había logrado tomarse el tiempo para hacerlo rogar. Su propio cuerpo le pedía a gritos que lo hiciera suyo de una vez por todas, con la mayor celeridad posible. La erección era dolorosa, pero la certeza de que el otro lo deseaba hasta el punto de la súplica, era suficiente freno para sus propios impulsos. Llevó dos dedos a su propia boca, embadurnándolos con saliva para lubricar la zona y facilitar la penetración, pero Rukawa, al ver la maniobra, lo aparta. Él mismo ensaliva sus dedos, y con apuro y algo de rudeza, desparrama el líquido tibio y viscoso sobre la cabeza del miembro del colorado.

-Así es más que suficiente...-y al ver que Hana se le quedaba mirando entre el asombro y la risa, se desesperó- ¡Diablos! ¡Métemela de una buena vez!
Hanamichi reaccionó , y de una sola embestida se metió  dentro de la cavidad estrecha donde se abría paso a la fuerza. Escuchó un grito bajo de dolor, y temió haberlo lastimado, pero al notar que el zorro buscaba de acercársele más, dejando que se enterrase más profundo, siguió con el movimiento.
Rukawa gemía salvajemente, reprimiendo el volumen de sus sonidos, pero no su intensidad. Eran roncos, al punto de parecer de algún animal, y a Hanamichi eso lo excitó más, si es que eso era posible. Al cabo de unas pocas embestidas, sintió como el anillo que aprisionaba su miembro se contraía con espasmos, estrujándolo y enviándole más placer del que podía resistir. Rukawa se había corrido sin que siquiera él haya estimulado su pene. Vio su semen salpicándole el abdomen; las manos de dedos largos retorciendo la almohada que estaba bajo su cabeza; sus ojos semiabiertos mostrando apenas pedazos de orbe blanca; su boca deteniéndose en un último jadeo sostenido; y sintió como los espasmos se convertían en pulsaciones más fuertes y rítmicas... No lo pudo evitar y cerrando los ojos, Hanamichi también acabó, con sólo una imagen y un nombre en la mente.
-¡Kaede!
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-No se si te has dado cuenta, pero hace un rato me llamaste por mi nombre...-le dijo el zorro a Hana. Hacía escasos minutos que sus respiraciones se habían normalizado, y ahora Rukawa descansaba su cabeza sobre un brazo del pelirrojo que lo envolvía en un abrazo.
-¿Y eso qué?
-Que es la primera vez que oigo mi nombre en tu boca...y me gusta-le retrucó, sin dejarse ver la cara.
-Mmmmm...supongo...

Si bien Hana ya había normalizado sus funciones vitales, aún estaba en estado de shock por lo ocurrido momentos antes. Ese orgasmo tan repentino lo había trasladado a la luna, y no hallaba modo de volver. Era consciente de que seguía abrazado a Rukawa, de que él abrazaba al zorro, y no le disgustaba. El placer de tener en brazos a ese tipo era indescriptible. El que hayan gozado de ese modo tan bajo le parecía sublime, le daban ganas de repetirlo hoy y siempre, hasta el cansancio.

Ante tales pensamientos, Hana sabía que debía asustarse, pero no lo veía posible, no por el momento. Se encontraba perdido en la sensación de satisfacción que tenía al sentir cabello lacio del otro rozándole los labios, de el aliento que emanaba al hablar y chocaba contra su pecho, de esa calidez que le transmitía.

Sabía que se estaba metiendo en apuros; que estaba explorando aguas pantanosas de las cuales podía salir herido. Pero otra vez se dijo que no le importaba. No por ahora.







Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora