Calientes (parte 2)

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Sin quitar la vista de la nuca del pelinegro cerró la puerta con el talón,  y echándole un vistazo al trasero que sabía era tan acogedor, se entregó nuevamente a sus instintos y lo abrazó,  apoyando su semidespierta entrepierna en él, olvidado ya de su pesadez estomacal. Sintió como Rukawa se relajaba en sus brazos y arqueaba el cuello hacia atrás,  dándole pase libre a su boca para recorrerlo.
-Mmmm… por fin volverás a entrenar- escuchó que le dijo entre suspiros. 
-Shhh -lo calló sin despegar los labios de la caliente piel- no creo que hayas venido a hablar.
-Tienes razón- contestó el pelinegro luego de unos segundos de silencio,  y por el tono, Hanamichi sabía que tenía una sonrisa zorruna en los labios.
Tomó el bajo del buzo gris que traía puesto Kaede y se lo subió con remera y todo, sacándole ambas prendas de un tirón y dejándolas caer al piso.  Se apartó apenas para mirar la columna tonificada que terminaba justo en la cintura del pantalón deportivo que traía puesto. Amaba como lucía su trasero en vaqueros, pero la facilidad de las cinturas elásticas no las cambiaba por nada. No tardó nada en deslizar una mano por la curva de sus glúteos redondos y perfectos, y un dedo, travieso, apenas rozó la parte más profunda, haciendo que el chico entre sus brazos acercase instintivamente sus caderas contra él,  buscando más contacto. Con la mano libre viajó lento hasta la delantera, maravillado por lo duro que estaba con unos pocos roces. Tan caliente, volvió  a pensar.
Rukawa giró el rostro para buscar su boca, y sin dejar de estimularlo lo besó lento, usando sólo los labios. Sentía la impaciencia del número once que buscaba acelerarlo con el vaivén de sus caderas,  pero Hanamichi dominaba, y sería  a su ritmo. No elegía la relación que llevaban, no mandaba sobre sus sentimientos y acciones, no escogía los momentos para estar juntos, pero en el sexo Rukawa le cedía el control casi por completo, y el pelirrojo sacaba el jugo al máximo de esa actitud sumisa y a la vez provocadora. Lo volvía loco sentir el cuerpo deseoso y receptivo a todos sus toques y caricias. Ya fuera que lo rozara apenas con los dedos o que estuviera metido profundamente en él,  el semblante de Rukawa reflejaba satisfacción. Cuando logró que bajara las revoluciones, con saña metió el dedo que mantenía en su entrada de un solo empujón,  y al mismo tiempo le metió la lengua hasta la garganta y apretó el miembro entre sus dedos, sorprendiendo a Rukawa con el cambio brusco de sensaciones.  Con pasos rápidos lo fue empujando con su propio cuerpo contra la superficie más cercana mientras seguía moviendo su dedo, sacando y metiendo, rápido y profundo, agitando más y más la respiración del zorro que con dificultad lograba mantenerse de pie. Dos pasos más y chocaron contra el respaldo del sillón,  y sin miramientos, despegando sus bocas que siguieron unidas un instante más por hilos de saliva , lo acomodó, inclinándolo sobre el respaldo, y sin dejar de penetrarlo le bajó los pantalones y ropa interior hasta  las rodillas. La faceta avasalladora del pelirrojo se desplegó en todo su esplendor.
Rukawa dejó caer su torso resoplando, sacando su trasero para atrás,  haciéndole saber que lo quería más dentro aún si era posible. La visión ante sí hipnotizó a Hanamichi, y se agachó para morder la carne dura que tanto le gustaba. Se preguntó por qué razón nunca lo habían hecho de esa manera. Metió dos dedos más mientras que con sus dientes arañaba la cintura y los costados, contento con los espasmos que sacudían constantemente a la estrella bajo suyo. Rukawa contenía los gemidos y a ciegas buscaba sujetarlo de los cabellos cuando su cabeza se ponía al alcance de alguno de sus brazos, pero siempre se escapaba, buscando otro sitio para besar y morder, esquivo. Sabía que lo estaba volviendo loco, y el punto álgido llegó cuando flexionó sus falanges, dando de lleno en la próstata de su amante sin saberlo.
Rukawa se corrió de improviso y ruidosamente. Los quejidos entrecortados y graves de su garganta fueron nuevos para Hanamichi, que los archivó en su memoria dispuesto a recurrir  a ellos cuando estuviese a solas recordándolo. Se sonrió satisfecho y quitó los dedos, deseoso de poner algo más grande donde antes estaban éstos.
Se quitó la remera y abrió el cierre de sus pantalones, liberando su erección, solitaria y abandonada hasta el momento. Colocó saliva en la punta de su miembro, y sin dilaciones buscó el agujero rosado de Rukawa, se metió en él y se dejó llevar. Alternó momentos de frenesí desesperado con suaves vaivenes profundos bien sujeto  a sus caderas. El sudor los perlaba, podía ver la nuca húmeda  y los cabellos negros de Rukawa pegados a sus sienes mientras éste gemía y resoplaba mientras se sostenía con esfuerzo con  ambos brazos del respaldo del sofá. Las venas en sus brazos resaltaban, y cada músculo de su espalda se delineaba demostrando una vez más la perfección de ese ser tan misterioso a los ojos  de Hanamichi. La fuerza de las embestidas movían milímetro a milímetro el pesado mueble de su sitio, y Hanamichi ya no podía contenerse más. Con la mano izquierda apretujó con rudeza un glúteo, y con la derecha buscó la cabeza de Rukawa, y jalando con algo de crueldad sus cabellos lo atrajo hacia sí, arqueándolo para que recibiera su semilla en chorros fuertes  mientras se perdía en sus mares azules.
No lo soltó hasta desagotar  la última gota y sentirse blando por completo. Se salió, y con algo de dificultad giró al zorruno chico entre sus brazos y atrapó sus labios en un beso tierno, incapaz de reprimir el amor que sentía. Verlo sudado, agitado y agotado por su causa lo enternecía. No era su intención ser rudo, sólo le ganaba la pasión en ciertos momentos, y Rukawa parecía no resentirlo en lo absoluto, de hecho comprobó que aún estaba duro por más cansancio que demostrara su cara.
-¿Vamos al cuarto y te ayudo con esto?- susurró sobre sus labios mientras cerraba sus dedos sobre el pene húmedo de su amor y rival, y bajaba más para masajearle los testículos eróticamente.
-No. Hazlo aquí.  Si voy a tu habitación en cuanto toque la cama me duermo, y quiero dormir en mi cama, no contigo- dijo Rukawa.
A Hanamichi  no le gustó la respuesta, lo lastimó el corroborar una y otra vez que ese chico no quería con él más que sexo. Ahora siquiera quería compartir la cama para descansar. La noche anterior había sido igual recordó, haciendo gala a su apodo el zorro había desaparecido en silencio a mitad de la madrugada.
Lo hirió,  pero se repuso rápido dispuesto a encargarse con su boca del problema de Rukawa.  Se arrodilló en el cálido piso de madera de la sala y con glotonería se deleitó con el sabor y la textura que tan bien conocía ya mientras los dedos largos de Kaede se enredaban y jugueteaban con sus cabellos. Al poco rato sintió  como le marcó un ritmo intenso con ambas manos, y tras pocas arremetidas recibió el semen dulce, tragándolo sin más mientras escuchaba los jadeos bajos que Rukawa dejaba escapar.
Lo intentó,  pero no pudo evitar excitarse nuevamente. El olor y los jadeos de Rukawa lo habían puesto casi tan caliente como al inicio. Se paró tocándose él mismo, volviendo a ensalivar su miembro ante la atenta mirada de Rukawa. Pensó que tal vez se negaría, y encantado vio como se volvía  a girar dejando su trasero arriba nuevamente, invitándolo.
-Un día de estos me matarás,  Hanamichi. ¿No tienes suficiente nunca?- preguntó Rukawa entregado a sus caprichos.
-Vamos zorro, no morirás por ser follado una vez más.  Te gusta y eres tan o  más insaciable que yo- retrucó confiado en sí mismo.
Esta vez, ya más consciente del cansancio de su compañero fue más lento y se preocupó por masturbarlo mientras lo embestía, procurando que ambos alcanzasen el clímax juntos. Bendita juventud.

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora