Trampa descubierta ( parte 1)

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Se sentía mal, realmente mal. Desde el principio no se sentía pleno ni contento con nada de lo que hacía; su conciencia le mordía como perro rabioso, y su lado heroico le dictaminaba proteger a los débiles -y para él, ese papel siempre había sido el de Haruko- ante toda circunstancia... pero ahora dolía. Dolía saberse enamorado perdidamente de un tipo que rayaba en lo perverso, que le importaba poco y nada los sentimientos de los demás. Dolía saberse atado a sus juegos y caprichos, pero más dolía el saber que podía oponer resistencia verdadera y no lo hacía... Aparte de la inseguridad casi patológica que presentaba -según su psicóloga- ante la vida, ahora era un masoquista técnicamente declarado. Si se decidía por retomar las terapias, de seguro el diagnóstico sería ése, y seguro estaría escrito en rotulador rojo y con mayúsculas. Es como si casi lo pudiera ver....
Detestaba y temía todo lo que pudiera venir de Rukawa, pero a la vez lo anhelaba con unas fuerzas titánicas e incontrolables.
Luego de haberlo visto en las duchas junto a Sendoh estaba terriblemente frustrado y amargado. No eran celos lo que sintió en ese momento, ni odio por el número once, si no odio hacia sí mismo por ser tan idiota de enamorarse de un tipo al que le gustaba joder con el primero que se presente y esté dispuesto. Y Sendoh... Bueno, el sentimiento hacia Sendoh era bastante menos complejo, pero no por eso menos potente: lo odiaba con el alma, a tal punto de desearle una muerte dolorosa y lenta. Cuando lo vio besar el cuello de Rukawa, tuvo que aplacar las ansias de golpearlo hasta que los nudillos le sangrasen, y por eso se fue tan rápido como llegó. Lo peor es que el muy maldito lo había visto.
Pero con eso no le alcanzó, y para dar más sustento a su nuevo autodiagnóstico psicológico, tuvo que cerciorarse de que lo que le había dicho el puercoespín era verdad, y no se resistió a devolver una de las tantas llamadas del número que tantos mensajes había dejado tiempo atrás cuando deliraba de fiebre en su cama. Rukawa no estaba en la casa, o eso fue lo que le informó una mujer de voz apática, confirmando sus sospechas. Esta vez ya no sintió su mundo derrumbarse, era tener la certeza de que Rukawa estaba con Sendoh... Nada nuevo, se decía. Lo peor vino cuando al rato recibió una llamada del zorro -que no esperaba- que le decía que había estado fuera entrenando. Le mintió, y Hanamichi lo sabía bien; la voz de Rukawa tenía el mismo matiz de siempre, aunque por teléfono daba la impresión de sonar más apagada. Luego de escuchar las mentiras innecesarias del número once y hacerse el que se las creía, colgó en un estado de semi-shock, sentándose como un indio en el suelo bajo suyo.
Desde hacía un tiempo atrás que sentía que cada vez que pensaba en el zorro las entrañas se le removían; a veces con dolor, otras con ansias. Ésta, era una de las oportunidades en que sentía lo primero, y sin poder evitarlo sintió como un temblor involuntario en el pecho -que refrenó con un esfuerzo de los mil demonios-, le hacía empañar los ojos. Deseaba tanto descargar toda la rabia y la tristeza que sentía, que creía que un par de lágrimas lo ayudarían a quitarse las penas de ese amor tan pero tan raro y no correspondido. Cuando una salada gota iba a condensarse en sus ojos, el sonido del teléfono lo volvió a sacar de su ensimismamiento. Era Yohei, le avisaba que iba de salida a su casa, y llamaba para saber si estaba en ella.
Después del pequeño cruce de palabras con su mejor amigo, las lágrimas habían abandonado su pensamiento. Con un resoplido se levantó y fue a ordenar un poco la sala para la pronta visita. No es que Yohei le fuera a criticar nada, pero bueno, a pesar de las creencias populares, Hanamichi era un muchacho bastante ordenado en lo referido a las cosas del hogar, y no le gustaba que su madre llegase intempestivamente y se encontrara con la casa patas para arriba.
No pasaron ni diez minutos, y allí sonó el timbre.

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Otra vez lo mismo... Había algo que le impedía sincerarse con sus sentimientos y contarle a Yohei lo que le pasaba con Rukawa. Pero no por algo eran los mejores amigos, y él sabía que Yohei era un ser excepcionalmente perceptivo, y más en cuanto a él se tratase. Nunca la mirada negruzca lo había hecho sentir tan incómodo como en esos momentos.

-¿Qué me dices, Hana?-volvió a preguntar con cautela el chico delante suyo.
-No es lo que piensas... Nunca podría sentir algo verdadero por Rukawa-dijo atajándose de las acusaciones que sabía pronto saldrían de esa boca capciosa. La conversación se estaba yendo por rumbos insospechados, y necesitaba poner un freno a las palabras que confirmaban todos sus miedos-ya te dije que es otra cosa lo que hay entre nosotros.
-Y yo también te dije que pienso que pasa algo más... Es demasiado raro todo, Hanamichi... tienes que admitirlo. Dejando de lado tu comportamiento, el de Rukawa es tremendamente sospechoso...
-Dirás perverso, manipulador, humillante, zorruno...-dijo con un dejo de rencor en la voz al pensar que las actitudes de Rukawa eran de todo menos sospechosas. El fin y los motivos estaban bastante claros, o por lo menos para él así lo era. La sospecha no tenía cabida en su razonamiento.
-No... Sigo pensando que hay más... es verdaderamente sospechoso todo lo que hace-dijo el pelinegro haciendo énfasis en las últimas palabras.
Hana levantó su rostro para mirar los ojos que segundos antes estuvo evitando. Pensaba en sus palabras, pero algo le impedía llegar a algún tipo de lógica. Para él, Rukawa jugaba, y no entendía como Yohei no aceptaba ese sencillo comportamiento e insistía en buscarle la quinta pata al gato.

-Vamos, no me mires así. Piensa un poco-dijo el pelinegro mientras se le iluminaba la cara por todo lo que tenía planeado decir.
-Con ese zorro no pasa por pensar, ya te lo dije. No trates de buscar algún tipo de "sentimiento" tras las cosas que hace, porque si los hay, son falsos. Al final, yo no entiendo de quién eres amigo-acusó el pelirrojo que comenzaba a cabrearse por la insistencia- ya que te la pasas defendiendo a ese imbécil.
-No es defenderlo, pero Hanamichi... ¡Abre esa cabezota hueca tuya por unos segundos y escúchame! Sólo escúchame ¿sí?-pidió suplicante ante la actitud exasperada de Hana.
-¡No quiero ni tengo que escuchar!-exclamó Hanamichi cruzándose de brazos y sacudiendo la cabeza en una clara negativa-las cosas son más que claras. ¿De qué me tratas de convencer, Yohei? ¿De que a Rukawa le pasa algo más conmigo? No me trates de idiota y no trates de convencerme de cosas que ni tú mismo crees...
-Eres imposible, Hana...-dijo el pelinegro en un suspiro resignado.
-Y tú eres demasiado molesto, insistiendo siempre con lo mismo.

Hanamichi se sentía un traidor por no revelar a su amigo sus verdaderos sentimientos, pero estaba aterrado de las palabras que podía pronunciar una vez que admitiera en voz alta todo lo que sentía. No era ningún idiota, y sabía que Yohei tenía un mínimo de razón en las cosas que decía. Rukawa actuaba por demás raro... Todo el tiempo parecía tener en mente a Haruko, pero a la vez parecía pensar todo el tiempo en sexo... sea con quien sea. Y si eso fuera poco, luego trataba de darle explicaciones de su infidelidad -por llamarlo de algún modo- como si fuesen novios. Si hasta parecía haber auténtico arrepentimiento en sus ojos, y su voz sonaba real y sincera cuando le decía que el puercoespín y él solo eran amigos. Era demasiado sospechoso, pero la "sugerencia" de que  Rukawa tuviese algún tipo de sentimiento hacia él le parecía loca, poco probable: no quería pensar en ella, y allí estaba Yohei anudando más y más sus ideas ya revueltas.
-Por hoy lo dejamos, ¿vale?-dijo conciliador Yohei, que daba por perdida la batalla, pero no la guerra.
-Bueno, por fin damos por zanjado el asunto...-dijo en un resoplido de alivio. No quería tener que seguir discutiendo con la persona que más le conocía, y menos aún seguir mintiéndole y mintiéndose.
Ingenuo Hana al creer que ahí terminaría su dolor de cabeza, porque si bien Yohei dejó de atormentarlo con su supuesto archienemigo, siguió interrogándolo con respecto a su ahora ex-novia Haruko. Cuando le contó que habían terminado así porque sí, y por las buenas -eso significaba sin berrinches de su parte ni odio hacia el supuesto causante de tal ruptura- Hanamichi pudo ver el claro desconcierto en la cara de su amigo, y también la evidente curiosidad por preguntar más referente a Rukawa, pero él, en ningún momento le permitió volver a abordar el tema que tanto le había costado que deje.
Si Yohei supiera que lo que menos me preocupa en este momento es Haruko, creo que daría por certeras todas y cada una de sus ideas, pensaba con lástima hacia sí mismo el pelirrojo mientras veía que el otro seguía sin entender sus respuestas evasivas y confusas.
Luego de un prolongado e incomodísimo silencio, Hanamichi observó con terror como la pequeña boca de Yohei se abría para preguntar algo que de seguro lo haría tambalear. Lo podía saber por el brillo de los ojos negros que tan bien conocía... Pero para su buena fortuna, las palabras quedaron suspendidas en el aire, a un tris de ser dichas, porque el tintineo de llaves en la cerradura de la entrada les indicó que Noriko había vuelto por fin de su último viaje.
Por un breve instante, el número diez temió que el que abriese la puerta fuera Rukawa, pero descartó de inmediato tal idea al notar el estruendo característico de su madre a su paso. Era tanto o más ruidosa que él al andar, y el abrir una puerta implicaba mucho. Se sintió tan feliz de tener a su madre de vuelta en casa que se olvidó por completo de la tensión que invadía el ambiente y salió a recibirla con un enorme abrazo que casi deja a la pobre mujer sin aliento de lo fuerte y desesperado que era. La había extrañado tanto en el último tiempo, pero recién ahora notaba la ausencia de la persona más preciada para él.

Al final, Yohei cenó en la casa junto a ellos, y la presencia de Noriko se hizo notar en los ánimos de ambos estudiantes. Uno estaba que rebosaba de alegría, y el otro se sentía inmensamente satisfecho de ver a su mejor amigo contento, y se había decidido a dejar de lado todo tema escabroso que le trajera pesar. Por lo menos por ese día.
Ya contentos y con el estómago lleno de una sabrosa comida casera, Noriko insistió en que Yohei -al que casi sentía como el segundo hijo que no tuvo- pasase la noche en la casa, ya que después de todo el día siguiente estaban exentos de ir a la preparatoria. No lo dejó negarse, y ella misma fue la que telefoneó para avisar a los padres que se quedaría.
-Vamos yendo para el cuarto, que nadie la va a despegar del tubo ahora que se puso a hablar con tu madre... -dijo Hanamichi con un falso fastidio, instando a que Yohei abandonara el sillón donde había hecho la digestión mientras hablaban de los últimos acontecimientos estudiantiles.
Solícito, Yohei se fue junto a él. Sabía muy bien que esas dos mujeres una vez que se ponían al habla no paraban hasta enterarse el color de uñas que habían llevado durante el tiempo que no se vieron.

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Ya en la cama, luego de una trivial charla con Yohei que estaba recostado en un futón a su lado, a Hanamichi lo volvieron a atacar sus preocupaciones. El sueño no quería llegar, y se atormentaba insistentemente en pensar en lo que podría estar haciendo el zorro junto a Sendoh. Nada -pero nada- de lo que acudía a su mente era agradable. Imaginaba las mil y unas situaciones, todas de índole sexual, y se amargaba con fuerzas por lo pesado que sentía el pecho ante las imágenes que su retorcida imaginación le presentaba. Se imaginaba a Rukawa en las mismas situaciones en las que ya había estado con él, y se reprochaba el ser tan idiota de no poder dejar de pensar en cosas que le hacían daño... Pero de nada servía.
La congoja en la que se iba metiendo era profunda, y por segunda vez en el día, sentía como los ojos se le humedecían queriendo exorcizar todos sus males. Esta vez no habría interrupción de ningún tipo que controlara su llanto, lo sabía. Yohei estaba a su lado ya dormido, pero evitando cualquier tipo de situación penosa, se levantó con presteza de la cama y llegó conteniendo la respiración hasta el baño, donde una vez dentro y habiendo abierto al máximo el grifo del lavabo, dejó que los sollozos lo estremecieran y las lágrimas contenidas se derramaran, camufladas por el sonido del agua impactando sobre la blanca loza.
No supo cuanto tiempo estuvo dejándose llevar por la tristeza y la amargura, pero cuando pudo aquietar su pecho y sintió que no había más agua salada que derramar, pudo notar su reflejo en el espejo que le devolvía una imagen bastante alejada de lo que él consideraba la suya; estaba pálido a pesar del tostado adquirido hacia poco, y lo único que daba color a su rostro -aparte del rojizo intenso de sus cabellos rebeldes- eran sus ojos que se veían irritados e hinchados. Sus manos estaban blancas del esfuerzo de mantenerse en pie apretando el borde del lavabo con fuerzas para no entrar a golpear cosas... Se sentía mal, pero el alivio estaba llegando a su ser. Las lágrimas habían cumplido parte de su cometido, porque si bien las imágenes desastrosas que seguían llegándole le herían, ya no le causaban esa opresión que poco más no lo dejaba respirar. Sólo quedaba lugar para la tristeza y el cansancio.
Se lavó la cara, logrando un mínimo refresco para su vista adolorida, y con cansados suspiros volvió a su anhelada cama, asegurándose de que su amigo aún seguía durmiendo. Al poco rato de apoyar su cabeza en la mullida almohada de plumas se durmió.

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Por lo visto, a su madre la mañana le había parecido magnífica, porque a las ocho en punto los estaba levantando para que disfrutasen del día. A regañadientes Hanamichi bajó a desayunar, algo intrigado por el parco comportamiento de su amigo que no había pronunciado palabra desde el momento que abríó los ojos. Yohei no era un gran conversador, pero cuando pasaban la noche juntos, siempre por las mañanas bromeaba sobre los sueños que tenía y también muchas veces sobre los supuestos ronquidos que no lo dejaban dormir, manteniéndolo en vela. Cuando había salido del baño luego de cepillarse los dientes y haberse lavado el rostro, Yohei ya no estaba en la habitación.
El aroma que inundaba la pequeña cocina abrió el feroz apetito del pelirrojo. Ya ni recordaba cuando fue la última vez que alguien le preparó el desayuno. Se arrepintió de su pensamiento, ya que sin remedio le trajo el recuerdo de la vez que Rukawa le llevó el cacao caliente al cuarto junto a las deliciosas magdalenas que tanto le gustaron al zorrito también. Sin querer arrugó el seño, en una mueca de claro disgusto por evocar tan tontamente el recuerdo de Rukawa desde tan temprano.

-¿A qué viene esa cara tan fea?-lo increpó la voz de su madre que lo había visto cambiar la expresión.
-¿Ehhhh?-preguntó confundido.
-Pobre Hana... hasta su madre le recuerda lo "lindo" que es-intervino Yohei que ya estaba sentado a la mesa con un gran tazón de cereal con leche entre las manos.

Noriko rió con ganas ante la cara de entendimiento y semi enojo que le puso su hijo al pelinegro.
-Veo que es muy divertido reírse de la lotería natural, ¿no?-dijo Hanamichi- a fin de cuentas no soy más que parte de tus genes-le reprochó alegremente a su madre para que no se bufaran más de él.
-Cariño, eres precioso a mis ojos-lo alentó la mujer acercándosele para plantarle un beso en un cachete a modo de saludo. – Buen día.

Hana se sonrió. Ella era la única persona que lo llamaba precioso y le decía semejantes mentiras, pero él se contentaba con ser hermoso ante los ojos de la mujer más importante de su vida. La abrazó con cuidado de no machacarla demasiado, aunque teniendo en cuenta la corpulencia de ambos, era innecesario.

-Pero en serio, Hanita ¿qué es esa cara?-insistió.
-¿Qué tiene mi cara?
-¿Estuviste llorando o es mi imaginación?-dijo con un semblante preocupado.
Hanamichi esperaba que ese hecho pasara desapercibido, ya que luego del lavado de cara le pareció que no quedaba rastro de la hinchazón de la noche, pero a su madre no la podía engañar tan fácilmente.
-Los genios no lloran, mamá... Debe ser que dormí poco, estaba muy cansado ayer y me mantuvieron despierto hasta tarde entre ustedes dos y sus charlas. Recuerden que soy un deportista y el día me exige mucho-dijo resaltando la palabra deportista.
Noriko se le quedó mirando sopesando sus palabras, y Hana sintió el intenso escrutinio de esos ojos tan parecidos a los suyos. Sintió que su madre descubriría sus intentos de aparentar de un momento a otro, cuando Yohei salió a su rescate.
-Yo pensé que ser un deportista no era un gran esfuerzo para un genio tan impresionante como tú...
Hanamichi entró a reír desmesuradamente en una de sus poses típicas, tan enternecedoras en un punto y desquiciantes en otros.

-Por supuesto que no lo es ¿Te crees que soy un flojo como tú?-dijo riéndose aún más, de puro nerviosismo-Soy un genio, que no se les olvide. Podría entrenar todo un día completo y eso no sería un gran esfuerzo para un cuerpo tan resistente como el mío... Ya saben que soy de acero.
-Ya, déjate de tonteras y siéntate de una vez que los panqueques no se comen solos-lo calló Noriko con una sonrisa mientras depositaba en la mesa una fuente repleta de uno de los manjares preferidos de su hijo.

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Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora