La duela era infinita. No brillaba como solía hacerlo antes de los entrenamientos ni estaba pisoteada del constante ir y venir de los jugadores... la duela era sencillamente infinita, inmensa, sin cualidades palpables -o eso es lo que pensaba Hanamichi-, y era lo único que en ese momento ocupaba su mente desquiciada. Estaba solo en el gimnasio, y ya era noche cerrada en todo el distrito de Kanagawa, pero para el pelirrojo no existía algo como la hora, solo estaba la duela. No sabía si era de día o de noche, ni era consciente de su agotamiento físico y mental. Picaba el balón, y éste producía un sonido sordo y único que invadía por completo el recinto y parecía hacerle competencia a los latidos acelerados del muchacho que no hacía más que picar y picar la pelota sin quitar la vista del suelo, corriendo en círculos sin una meta clara. Todo se había ido al demonio. Era incapaz de ponerse a pensar en nada de lo sucedido sin sentir que la ira y el dolor lo dominaban. Rukawa confirmó todos y cada uno de sus miedos... terminó siendo la persona que él sospechaba desde un principio: era un zorro... y él era un torpe sin remedio que terminó atrapado en la red enferma y depravada de un muchacho de dieciséis años que disfrutaba jugando con la gente como títeres. Por décima cuarta vez en el día la ira lo volvió a aplastar mandando oleadas de un dolor insoportable al centro de su cabeza, y enceguecidos todos sus sentidos, dejándose llevar por su instinto de basquetbolista encaró al aro más cercano y pegó un salto logrando un Slam Dunk violento y contundente, que de haber sido realizado en un partido, además de memorable, sería una clara falta muy típica de sus accidentados comienzos. Se sostuvo con ambas manos del aro, y tras unos segundos se dejó caer con pesadez resollando por el esfuerzo. Su cuerpo podría haber aguantado varias horas más de esa cuasi-práctica agotadora, pero su cerebro se negaba a seguir adormecido, y Hana sabía que lo único que lo "apagaría" sería el sueño. Agotarse hasta la médula era un remedio más que efectivo para caer en la cama desmayado y olvidar toda la mierda por la que estaba pasando.
Cuando llegó a su casa aterido por el frío de la noche dio gracias a las circunstancias adversas de la vida que hacían que su madre no estuviese por allí esa semana; lo último que necesitaba era a Noriko preocupada por él. No se había duchado en los vestuarios, y poco le importaba que las sábanas a la mañana siguiente apestasen. Sin pensarlo se metió vestido en la estrecha cama y se cobijó anhelante de calor y olvido entre las mantas. Necesitaba olvidar, y el tan ansiado sueño llegó como una bendición.
Nunca escuchó el despertador ni tampoco el sol matutino hizo mella en su descanso. Cuando Hanamichi abrió los ojos era casi mediodía. Al diablo con las clases en lo que restaba de la semana. Si de él dependiera, al diablo con las clases por el resto del año. Sólo restaba menos de un mes para el receso final, y si bien serían los días más complicados en materia de exámenes, agradecía que pronto se terminase la tortura de tener que encontrarse con Rukawa, Haruko, o cualquiera que supiese de su desgraciada situación. El sueño lo había sosegado, y se quedó mirando el blanco techo de su habitación, sin saber muy bien cómo actuar de ahora en adelante. Cuando el día anterior entró buscando ansioso y enamorado a Rukawa, nunca pensó que se toparía con la escena del pelinegro devorando a Haruko. En un principio quedó estático con la expresión congelada en su rostro. No sabía si su cabeza se había tomado un descanso mortal o trabajaba a miles de revoluciones por segundo. Empezaba a pensar que sus ojos lo engañaban, que se trataría de otro malentendido más, pero una exclamación de sorpresa a su espalda le dio la pauta de que no solo él estaba viendo lo que creía ver.
-Nunca creí ver esto...-continuó la voz sorprendida tras suyo, que automáticamente identificó como la de Mitsui.
El comentario no fue lo suficientemente bajo como para que no lo escuchase la pareja que estaba del otro lado de la cancha. Haruko rompió el contacto deshaciéndose de los brazos del pelinegro, totalmente alarmada. Hanamichi Sakuragi se topó con las dos miradas al mismo tiempo: los ojos castaños de la chica estaban llenos de vergüenza e inmediatamente bajaron a sus pies, pero los de Rukawa se le quedaron viéndolo, azules y carentes de cualquier emoción.
-Tsk, vámonos.-le ordenó a la niña mientras la tomaba de un codo con gentileza y la encaminaba hacia el estático pelirrojo y hacia la salida.-Aquí ya no se puede estar tranquilos.
Los vio pasar a su lado sin atreverse a hacer movimiento alguno. La pasajera ilusión de que lo que veía era una confusión desapareció, y para cuando ambos se perdieron por las puertas dobles de acceso, Hanamichi no podía engañarse más.
No pasaron más que un par de segundos en los que Hanamichi permaneció petrificado; siquiera sentía latir su corazón en los oídos. Su cuerpo y mente fueron sacados de su ensimismamiento por una gentil mano que se apoyó en su hombro derecho, con claros intentos de ser confortante.
-Tienes que tomarlo con calma, Sakuragi-expresó Mitsui en tono serio.-Las mujeres vienen y van, pero siempre nos quedará el básquet...
Al ver que su compañero no reaccionaba, quito su mano y se enfiló para la salida, dejando a su compañero de equipo parado en el mismo lugar que lo encontró, estático.
-Intentaré que se retrasen los entrenamientos de hoy. Hablaré con Ryota... necesitas tiempo para asimilar todo esto.-y finalizó sus palabras cerrando la entrada al gimnasio tras sí, para cuidar que el chico despechado y orgulloso quedase a solas y no fuera estorbado por nadie.
Mientras tanto el pellirrojo estaba sordo, aislado del mundo que lo rodeaba. Hacía un esfuerzo consciente y titánico para hallar alguna explicación, por más rebuscada que fuese y en contra de todo sentido común. De súbito se percató de que la felicidad que había experimentado en los últimos días fueron producto de la falsedad y perversión de Rukawa. Se sentía timado de la peor manera. Junto a ese pensamiento que sonó fuerte y claro en su cabeza contrastando con la duela vacía, tomó aire profundamente, para luego sacar un grito desde lo más profundo del pecho.
-¡Rukawa!-gritó con furia, ya dándose la vuelta para encarar al maldito que se había atrevido a jugar con sus sentimientos.
En unos escasos segundos ya asomaba su gigantesco cuerpo al campus, tratando de divisar a Rukawa y a Haruko, pero solo pudo ver las caras espantadas de Yasuda y Mitsui que estaban a un lado. Por lo demás, ni rastro de aquellos otros dos. Podrían haber tomado el sendero de la derecha que llevaba al módulo de salones de clases, o por el amplio sendero de la izquierda que llevaba a un pequeño bosque de cerezos que hacía las veces de merendero cuando el clima lo permitía.
-¿Por dónde se fue ese maldito?-increpó con furia contenida a sus compañeros, casi en un grito.
-No creo que sea prudente-empezó a decir Mitsui para calmarlo, pero pronto se vio alzado varios centímetros del suelo. El pelirrojo ya no se contenía y lo tomaba de su chaqueta escolar haciéndole entender que no quería palabras de más.
-¿Dónde?
Mitsui vaciló, pero al ver la mirada inhumana del número diez decidió que lo mejor era ayudar para que todo terminase en buen puerto.
-Por allí-dijo mientras le señalaba con la cabeza en un tosco gesto el camino que llevaba al bosquecillo.
Hanamichi lo soltó en el acto y con violencia, y el tirador de triples quedó despatarrado en el suelo, mirando boquiabierto como un impredecible huracán rojo iba en busca del frío pelinegro.
Hanamichi adoptó un paso regular, de zancadas fuertes y largas. El sol de la tarde aumentaba el calor que sentía en todo el cuerpo, y decidió que no se enfrentaría con el maldito de Rukawa dando muestra alguna de agitación. Deseaba que el pelinegro se confiase para poder llegar limpiamente hasta su rostro y darle lo que se merecía y como se lo merecía. La vez que lo golpeó en el estómago en la playa, no hace mucho, no estaba ni la mitad de enfadado de lo que estaba hoy. Deseaba borrarle con su puño su gélida mirada. Con estos pensamientos exacerbados, paradójicamente su furia se fue calmando. Ya estaba en el corazón del merendero rodeado de un par de estudiantes que retozaban al sol de la media tarde -ya preparándose para volver a sus hogares- pero de la pareja buscada ni asomo. El bosquecillo era una franja de unos ochenta metros de ancho que rodeaba todo el perímetro de la escuela, y estaba lejos de ser inmensa, pero Hana no la conocía y le resultó tal. Su vista trataba de dar con algo, y luego de varios minutos de andar por la senda principal que llevaba a la parte más alejada advierte una mancha azul en el paisaje rosa acuarela. Era un muchacho de espaldas a él, apretujando a alguien claramente más pequeño contra la corteza de un árbol joven. Mientras avanzaba hacia ellos, su visión se veía interrumpida cada dos por tres por los árboles cada vez más espesos fuera de la senda.
En su ceguera emocional, Hanamichi no se percató que la figura oscura, si bien podía ser la de Rukawa por la altura y el ancho de hombros, no lo era.
Estando a varios metros sus pisadas lo delataron, y en su ansia por sorprenderlos, terminó siendo sorprendido él.
Antes de siquiera reconocer a la que creía Haruko, se fijó en que llevaba pantalones, los mismos que él llevaba en ese momento. Y reconociendo los ojos de un compañero de clases con el que penas hablaba, se fijó que el de espaldas estaba lejos de ser Rukawa... este era alto, pero no demasiado, y encorvado. Sin decir media palabra el pelirrojo se giró sobre sí mismo y volvió por donde había venido. No tardó en darse cuenta de que había sido engañado por Mitsui. Echó a correr en busca del miserable mientras los dos estudiantes, culpables, lo veían irse sin saber qué pensar.
Al final no había dado con nadie. Mitsui había desaparecido. Sólo se encontró con Ayaco que, ajena a la situación, le dijo que el capitán había suspendido las actividades, y que ya que había llegado tarde a las prácticas que se encargase él mismo de cerrar los vestuarios. Y así había quedado a solas con sus ideas y su frustración.
Por supuesto que pensó en ir a buscar a Rukawa a su hogar, pero no quería involucrar a la familia de éste en nada. Rukawa era una basura que no merecía consideraciones, pero sus padres eran gente de bien.
Desganado, se levantó por fin de la cama, y antes de bajar a desayunar revisó la máquina contestadora, odiándose al darse cuenta de que buscaba un mensaje o llamada del pelinegro. Desayunó a duras penas sin saber muy bien qué hacer a continuación. No hacía más que pensar en todo lo sucedido, pasando por una amplia gama de sensaciones y sentimientos. Por momentos se sentía engañado y furioso -la mayor parte del tiempo en realidad-; al otro, escéptico de la locura del pelinegro y del enamoramiento del que era presa; luego se sentía una colegiala al borde del llanto y consumida por la tristeza; al rato tenía una ataque de ira y golpeaba con su frente la pared más cercana en un movimiento primitivo y salvaje.
Y así pasó dos días encerrado en sus dominios, escuchando música a todo volumen por sus auriculares para tapar cualquier intromisión del exterior. Al único que realmente no pudo evadir fue a Yohei... el día anterior lo había llamado toda la tarde, y no tuvo más remedio que atenderle tras escucharlo amenazar con ir personalmente a buscarlo. Decidió mentirle, y supo que sonó torpe y poco convincente apenas pronunció las mentiras, pero así y todo, la preocupación de Mito disminuyó un poco y lo dejó al pelirrojo sumergirse de nuevo en su pelea interna sin una campanilla que sonara cada diez minutos interrumpiendo sus cavilaciones.
Cuando comenzó la noche del viernes, tras un atardecer que enrojeció todo Kanagawa, Hanamichi ya había pensado en todas las cosas que debía enfrentar y cuál debía ser su actitud a seguir. Más allá de lo que debía hacer con respecto a su "falso ex" -Rukawa-, lo que lo complicaba era lo que debía hacer con su "verdadera ex"... Su personalidad bonachona y simple le dictaminaba que Rukawa era el malo de la historia y que no había necesidad de preocuparse por su bienestar ya que él era el real peligro para todos allí… y que Haruko era la chiquilla de la que se había enamorado inocentemente, que si bien resultó un tanto decepcionante, eso no la hacía menos víctima que a él de haber caído enamorada. Lo carcomía la imagen de Haruko y Rukawa teniendo sexo. Desde el principio daba por hecho que Rukawa jamás le había llegado a poner una mano encima a la chica, pero tras todo este descubrimiento, dudaba mucho saber distinguir la verdad de la mentira de los labios del pelinegro. ¿Y si Haruko hubiera sucumbido desde un principio a los deseos de Rukawa? ¿y si aquella vez que lo había dejado plantado con la cena servida en la mesa había pasado toda la noche con él? Se retorcía de los celos y del sufrimiento pensando en Rukawa desnudo y deseando a otra persona, profiriendo palabras de amor... En esa escena Haruko carecía de interés, e iba a ser una lástima que arruinara su primera vez siendo utilizada para deseos enfermos, pero le daba lo mismo. Pensar en Rukawa con cualquier otra persona lo ponía verdaderamente enfermo. Y no se olvidaba de Sendoh... ¿a él también lo tendría totalmente dominado? ¿o sería solamente un amigo? o quién sabe, tal vez sabía cómo era el muchacho y compartían algún tipo de desorden mental que los hiciera insensibles, deshonestos y amorales. Por supuesto que Hana se decantaba por la tercera opción. Su enemistad con el puercoespín y su conocimiento del zorro elegían esa opción como la correcta sin sopesar mucho las demás.
Con una expresión llena de determinación, madura para su edad, se metió a su lecho y enseguida se durmió, deseando que amaneciera pronto.
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Del Odio al Amor
FanfictionContinuación propia de Slam Dunk, fantástico manga de Takehiko Inoue. Intentando mantener la historia y las personalidades extravagantes de los dos novatos adolescentes del equipo de básquet del Shohoku que, rivales desde un inicio, se darán cuenta...