Arrepentimientos (parte 2)

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Estaba decidido: no pensaba llevar la situación más lejos.
Desde el momento en que tuvieron su primer encuentro todo se había salido de control, y en cada etapa subía un nivel de caos. Siempre culpó  a Rukawa de todos sus problemas, creyéndolo manipulador, descarado, egoísta.  Lo responsabilizó por cada mal que lo aquejó aún antes que su relación dejara de ser estrictamente la de rivales de equipo. Hanamichi le había echado la culpa de todo: lo culpó por acaparar la atención de Haruko, lo culpó por ser la estrella del Shohoku, por atraer los halagos y miradas, por ser mejor jugador que él… Luego lo culpó por sentirse atraído, por desearlo, por haberse enamorado y por cada dolor que le trajo a su corazón. No se engañaba pensando que Rukawa era libre de cualquier culpa, pero había llegado a la conclusión de que la mitad de la responsabilidad era suya; Rukawa era un egoísta manipulador, y él por su parte era un imbécil manipulable que aceptó hacer el papel de víctima ¿Quién le había dado el derecho de decidir sobre la relación que tenía o podía llegar a tener Haruko con Rukawa? ¿Desde cuándo era el héroe de capa y espada de la chica? Desde el día que se conocieron le dejó claro que estaba enamorada de otro,  y sabía quién era el otro también, y así y todo se interpuso en los deseos de la chica, fue un obstáculo interfiriendo constantemente ¿Por qué decidió entrometerse entre ellos? Sí,  habían llegado a tener un noviazgo insípido y sabía que Rukawa había hecho de  su parte por arruinarlo -recordaba muy bien la escena en el hotel cuando los vio juntos a sus espaldas-, pero debía ser honesto y admitir que lo que llevaba con Haruko en esa época no era diferente a la amistad que llevaron desde el principio, sólo que con otro nombre… así y todo se dejó llevar por el remolino de emociones y sensaciones que Rukawa le generaba. Se dejó manipular a cada momento, se dejó convencer, se dejó engañar a pesar de saber cómo era todo. Lo supo un adolescente  caliente, dañino  y sin consciencia, y así y todo cayó en la tela de araña y le confesó sus sentimientos, olvidándose que habían llegado hasta allí a base de mentiras y sexo.  Obviándolo, que era peor.
Tenían que parar por el bien de ambos.
El recuerdo del terror que pasó llevando el cuerpo inconsciente de Rukawa estaba fresco aún, y el verlo pálido acercarse a Ryota para luego desaparecer como un fantasma lo revivió. De inmediato se arrepintió de no haber encontrado el valor para encararlo en los vestidores cuando tuvo la oportunidad de hablar a solas con él . Se confió en su presencia allí,  asumiendo que había vuelto a ser el mismo chico de antes. Se había acobardado, aplazando lo que no era aplazable, y se encontró haciendo ejercicios de calentamiento ausente a lo que se hablaba  su alrededor. Ryota lo había recibido en la cancha con preguntas sobre Keiko, pero sin ganas de hablar Hana se puso a correr alrededor de la cancha, dejando al base con la intriga. Lo que le sucedió con Keiko fue rarísimo, pero no podía concentrarse en la chica, y menos cuando vio al zorro aún en uniforme escolar salir de los vestuarios. Lo vio irse sin dejar de trotar, más preocupado que antes. ¿A qué había ido hasta el gimnasio? ¿Se sentía tan mal que no pudo quedarse?
La preocupación crecía  a cada minuto. Se sentía responsable del estado de Rukawa. Luego de ver el cuerpo marcado le quedó claro el grado de violencia que manejaba y que el otro soportaba sin decir nada. Recordó cada golpe dado, la lesión en su hombro semanas atrás, la golpiza de sus amigos, el desmayo. No tenía derecho a tratar así  a nadie. Estaba arrepentido de su accionar agresivo y ninguna actitud del número  once justificaba su manera de corresponder.  Desde un principio se tendría que haber limitado a cortar por lo sano,  a ignorarlo, a dejarlo ser como quiera pero con otra persona, no con él.  Se prestó  a un juego que no conocía . Inexperto, reaccionó primitivamente como siempre hacía. Y lo que peor le sentaba, era el saber que si no fuera porque lo quería, no vería mal su actuar.
Alcanzó   a dar una vuelta más, y se dijo a sí mismo que quedarse ahí no resolvía nada ni  sería beneficioso deportivamente. Corrió  a los vestuarios, pero se dio cuenta que perdería valioso tiempo si quería alcanzar a Rukawa, así que a mitad de camino dio la vuelta y salió,  ante la mirada atónita de los demás.
Parado al sol trató  de adivinar los pasos de Rukawa. Si fue hasta el gimnasio y luego se retiró asumió que se había sentido mal de repente… había posibilidades que haya vuelto a la enfermería.  Si se sentía mal para no entrenar,  era grave seguro. Veloz, pero sin ponerse a correr -no quería volver a montar el mismo espectáculo que más temprano- cruzó el campus y media preparatoria. Ante la puerta de la enfermería golpeó, y aguardó a que Suka le atendiera, pero en su lugar lo recibió un hombre entrado en edad, canoso, arrugado y con lentes, que lo miraba con interés. Hanamichi miró dentro de la sala y la vio vacía. Sin pronunciar palabra se marchó, dejando al enfermero con la intriga.
¿El muy testarudo se había marchado a su casa? A pie no tendría tiempo de alcanzarlo, calculó que en bici Kaede estaría llegando a su hogar ya. Su ánimo se desinfló, y se obligó  a serenarse. Lo único que podía hacer era ir a verlo, pero no estaba seguro de querer ir hasta la casa de los Rukawa. No se sentía cómodo en su territorio, y menos en presencia de los padres del chico que tan bien lo trataron. No sabría cómo mirarlos a los ojos. Su estómago gruñó, recordándole que no había almorzado. Pensó en ir a buscar a su banda, pero tampoco tenía ganas de enfrentarlos a ellos. Decidió que volvería  a su casa y allí vería cómo proseguir.
Calmó su hambre con dos gigantescas hamburguesas y de inmediato se sintió mejor. Noriko volvía esa noche, y la casa estaba silenciosa. Sentado a la mesa,  a solas, aún no sabía qué hacer. Esperar hasta el día siguiente lo tendría en ese estado de ansiedad y preocupación. Pensó en llamarlo, pero se acobardó al empezar a marcar el número. Molesto consigo mismo se fue a su cuarto y con toda la culpa y arrepentimiento rondándole en la cabeza se durmió.
Sonó con el entierro de su padre. Era un día nublado y veía una escena repetitiva y angustiante,  donde el cajón descendía a la tierra, a su lugar definitivo donde,  con el tiempo, pasaría  a ser parte de la tierra misma tras ser digerido por los inevitables gusanos. Despertó angustiado, con una sensación horrible de llanto reprimido en la garganta. Se sentía fatal, y no quería seguir así. Él no era así,  necesitaba tener su conciencia limpia. Iría  a ver a Rukawa.
Miró el reloj, pasaban unos minutos de las cinco. Había dormido más de la cuenta, y a pesar de la pesadilla extensa se sentía descansado y enérgico. Se aseó rápido y con toda la determinación que pudo reunir encaró a la casa de Rukawa, ansiando con todas la fuerza que esté así ponían un fin a toda esa locura.

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora