Metidas de pata (parte 1)

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Sentía que las piernas no le daban más de tanto pedalear. El trayecto de la casa de Akira a la de Hanamichi no era largo, pero a Rukawa se le hacía eterno. El corazón le latía a mil, y sabía que no era solamente por el esfuerzo; sabía que había cometido una estupidez al mentirle a Hanamichi por nada, y eso lo tenía en un estado de nerviosismo considerable. Necesitaba encontrarlo y explicarle, pero en parte no sabía muy bien qué explicarle. Nada justificaba la mentira. En ningún momento pensó que Hanamichi podría llegar a saber dónde pasaría la noche. Ahora entendía el tono tan sospechoso de Hanamichi cuando hablaron por teléfono. De entrada ya le había parecido un milagro que lo llamara a su casa; cuando su madre le contó que Sakuragi lo había llamado se sintió desfallecer, ya que sería la primera vez que Hana lo hacía. Por supuesto que de inmediato le devolvió la llamada, y cuando notó el tono de voz algo amargado de Hanamichi, supuso que se debía a que esa noche no podrían estar juntos. En su momento, le pareció lo más natural del mundo decirle que había estado entrenando fuera y que por eso no estaba en su casa cuando llamó, pero ahora se sentía un total imbécil, porque, si Akira no mentía, Hanamichi sabía donde estuvo. Y dudaba que su amigo le mintiera.
No entendía muy bien el motivo por el cual su novio -sí, el lo consideraba su novio, aunque la relación no fuese de conocimiento público- no le había hecho ningún planteo si sabía que le estaba diciendo tamaña estupidez. Conociendo el temperamento caprichoso y orgulloso de su compañero de equipo y reciente novio, sospechaba que se las cobraría. Dudaba que el pelirrojo llegara a pensar que entre Akira y él pasaba algo; ya le había dejado claro que sólo tenía ojos para una sola persona. Pero así y todo, no podía dejar de sentirse un embustero. Esa no era la manera de ganarse la plena confianza de Hanamichi, y menos aún de hacerlo sentirse seguro de hacer publica la relación en el futuro.
La paciencia no era el fuerte del pelinegro, pero con Hanamichi estaba haciendo la excepción. Se daba cuenta de los miedos que tenía el número diez para enfrentar su noviazgo, si hasta le había pedido que no quería escucharlo decir que estaba enamorado. Eso sí que le había parecido tirado de los pelos, pero por Hana… Tarde o temprano las cosas saldrían a flote, esté o no la tontona de Haruko de por medio.

Llegó  a la calle de la casa de Hanamichi todo sudado nuevamente, y ahí aminoró la velocidad para estar un poco menos turbado cuando se enfrentara al pelirrojo. Dejó la bicicleta contra el cordón, y antes de posicionar su dedo sobre el timbre, inhaló profundo, tratando de que sus signos vitales se normalizaran. ¡Era un deportista! No debería estar tan agitado por unas veinte y tantas cuadras a toda velocidad!
Su loca cabeza maquinaba que tal vez Hana le hiciera aire por un tiempo, empezando desde ese momento. Para su alivio, a los escasos segundos la puerta se abrió  pero lo que apareció tras el umbral lo dejó demasiado descolocado: Una mujer de considerable estatura lo miraba interrogante. Llevaba puesto un delantal por encima de un costoso traje sastre. ¡Si hasta llevaba puesto tacos y medias finas!

-¡Hola! Creo que buscas a mi hijo, ¿no?-le dijo la mujer al ver que no podía decir ni media palabra.
-Si.
-Hana no está, pero si quieres puedes pasar a tomar un refresco o algo. Te ves acalorado-dijo amablemente la señora, echándose a un lado de la puerta, dándole acceso libre.
-Ahhh…No, no  Estoy bien. Gracias-dijo aún confundido. El pelinegro en ningún momento se planteó la posibilidad de toparse con la madre del torpe. Ahora entendía mejor el enojo de su chico por sus arrebatos pasionales.
-¿Seguro?
-Sí. Sólo venía para hablar con Hanamichi.
-¿Quieres que le diga algo en cuanto vuelva?
-No, está bien. Seguro lo veo en las prácticas más tarde-le dijo mientras se iba alejando, con todas las intenciones de marcharse.
-Ya me imaginaba que eras compañero de equipo de mi hijo, no todo el tiempo se ven chicos de tu estatura-le dijo la mujer mientras lo observaba con ojo crítico, pero siempre con una sonrisa. Sonrisa que a Rukawa le recordó muchísimo a la del pelirrojo.
-Mmmm, sí bueno, creo que me tendría que ir yendo-dijo Rukawa intimidado, dándose la vuelta para recoger su bici.
-¡Espera muchachito! ¿Cuál es tu nombre?
- Kaede Rukawa. Mucho gusto-dijo el pelinegro en medio de un sonrojo notorio que trató de camuflar haciendo una reverencia pronunciada.
-Noriko Sakuragi, y el gusto es mío. Puedes volver cuando quieras. Yo no estoy mucho en casa, pero es bueno que Hana reciba visitas de vez en cuando.
-Gracias.

Rukawa estaba sorprendido por la amabilidad de la mujer. Sus ojos eran del mismo color miel que los de Hana, e igual de vivos y risueños. Sólo le faltaba el rojo furia en la cabeza para ser el doble femenino de su chico. Se había ido poco más tartamudeando, y diciéndose que era un idiota por no haberse presentado antes. Seguramente quedó como un maleducado frente a su suegra, aunque ella no supiese aún que lo era, claro.
De la sorpresa, se había olvidado momentáneamente de su problema, y cuando ya llevaba un par de cuadras hechas, lo volvió a recordar. ¿Dónde podría esta Hanamichi? Del desconcierto y nerviosismo se había olvidado de preguntarle a Noriko sobre dónde lo podía ubicar. La verdad es que no tenía ganas de pasarse toda una tarde de entrenamientos llevando todas esas cosas dentro.
Consultó su reloj y vio que faltaban casi dos horas para las prácticas con el equipo. Su casa estaba cerca, pero prefirió encaminarse a la cancha más cercana, con la intención de practicar tiros bajo el sol de la tarde y despejarse.
No llevaba ni media hora, cuando por un lado de la calle ve pasar al torpe junto con su amigo inseparable: Mito. Los muchachos venían absortos en alguna conversación, no habían reparado en él y avanzaban hacia donde estaba. Hanamichi llevaba su bolso deportivo y vestía de jogging y playera. Supuso que venía a jugar un rato también.
Cuando estaban a escasos metros, por fin los ojos miel lo divisaron, y la expresión que le vio poner no fue la más alentadora. Hanamichi estaba enojado, porque enseguida su rostro amable y juguetón se transformó en uno desinteresado. Rukawa se quedó con el balón en la mano, viéndolos acercarse. También sentía la mirada de Mito, pero él no tenía más ojos que para escrutar las expresiones de Hana.
Cuando estaba a pasos de él Hanamichi decidíó ignorarlo, haciéndolo sentir de la peor manera. Ya siquiera le decía alguna palabra de odio como antaño. Tiempo atrás le hubiera exigido a gritos que abandonara la cancha porque el ‘genio’ debía entrenar para ganar el campeonato nacional, pero ahora solo lo pasó de largo, sin echarle una segunda mirada.

-Ey-le dijo Rukawa tomándolo de un brazo, deteniéndole el paso-quiero hablar contigo.
-¿Qué quieres?- siseó Hanamichi, saltándose con delicadeza y casi asco del agarre.
-Hablar-dijo con la voz dolida por el tono que usó Hana. Detestaba escuchar en su voz ese tono de auténtico desprecio. Prefería mil veces la tonada de odio infundado.
-Creo que yo me voy, Hana-interrumpe Yohei, cortando el breve silencio que se había hecho entre los dos.
-No, espera. Quédate. Ya nos vamos de todos modos, se me fueron las ganas de jugar-expresó sin quitar la vista de sus ojos azules.

Rukawa lo miraba con súplica en sus ojos, pero parecía no ablandar el ánimo del pelirrojo. Deseaba fervientemente que Mito se diera cuenta de la situación y lo obligara a quedarse. Para su suerte, el moreno no lo decepcionó.

-Es mejor que me vaya, pareces tener algo que arreglar con Rukawa-le dijo calmo, sin ceder al deseo de su amigo-si quieres pásate a la vuelta por casa, y trata de no hacer tonteras por el camino.-y antes de darse la vuelta, le dirige una mirada a Rukawa que éste no supo descifrar. Parecía una amenaza mezclada con algo más -Adiós, Rukawa.

Ambos se le quedaron mirando hasta que la silueta del chico desapareció a los pocos metros tras una pared de arbustos.

-No tienes porque ignorarme de ese modo.
-¿No? Si mal no recuerdo quedamos en que en público te comportarías.
-¡Pero no hasta ese punto!-le interrumpe Rukawa ya algo molesto.

El pelinegro se acaloraba con cada palabra dicha. No creía estar teniendo este tipo de conversación con Hanamichi; no esperaba que el pelirrojo le saliera con ese tipo de tonterías.

-Sé que estás enojado, pero…-empezó Rukawa al ver que el otro lo miraba impaciente, pero no pudo terminar porque Hanamichi lo cortó.
-¡No estoy enojado! ¡No digas estupideces, zorro idiota! A ver, dime por qué tendría que estar enojado ¿Hiciste algo por lo que tendría que enojarme?-dijo alzando una ceja inquisitivo.

Rukawa se armó de valor, y luego de tomar aire profundamente se decidió a hablar.

-Anoche cuando te llamé te mentí. Estaba en lo de Akira, y no en casa. Había quedado en pasar la noche con él, y bueno, no sé porque no te lo dije.

Rukawa lo miraba fijo, pero el semblante del torpe no demostraba nada. Podía estar furioso y no se enteraría.

-Por favor, Hanamichi. Di algo-pidió.

-¿Qué quieres que diga?-soltó con cansancio, un cansancio que el pelinegro no esperaba- No entiendo a que viene toda esta explicación. No te pedí ninguna, y sinceramente no me importa lo que hagas o dejes de hacer con el puercoespín. No es asunto mío.
-Estás celoso, y por eso te doy una explicación, porque Akira me dijo lo que te contó cuando se vieron a la salida del gimnasio.

-¿Cómo se te ocurre que yo podría estar celoso? No seas tan creído. -Hanamichi se dio la vuelta molesto, encaminándose a una de las bancas. Con un suspiro de resignación, Rukawa lo siguió. Hanamichi era en extremo cabeza dura, y sabía que no admitiría los celos a la ligera.
-Cuando te digo que solo quiero a una persona no miento. Akira es sólo un amigo, Hana. No necesito ni quiero estar con dos personas al mismo tiempo-le dijo mientras el otro sacaba el balón de su bolso.
-¡Ya basta de estupideces! ¡Te dije que no estoy molesto! ¡Y menos aun celoso!-gritó.
-¿Y por qué te pones así?
-Porque no dejas de darme explicaciones que no te pido-le recalcó- y porque me arruinaste uno de los pocos momentos en que puedo estar con Yohei. No solo tú tienes amigos. No seas tan egoísta.
-Quería estar contigo. Te necesito, y no quiero que me rechaces. No quiero que por este malentendido me ignores como lo estás haciendo-dijo para convencerlo de sus palabras.

A los segundos de estarse mirando, Hanamichi le lanzó el balón con fuerza, y por reflejo lo atrapó.

-No tienes remedio, zorro- y tras ofrecerle una pequeña sonrisa- juguemos hasta que sea hora de ir al entrenamiento. Para algo estabas aquí, ¿no?

Con una sonrisa satisfecha, le siguió el juego. Daba por descontado que Hanamichi estaba celoso y que seguía enojado, pero al final no se lo había puesto tan difícil.




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Hanamichi se había negado a quedarse más tiempo en la práctica diciendo que quería volver temprano a su casa. En ningún momento menciónó la razón, pero Rukawa sabía que era por la presencia de su madre. Creía que pocos sabrían del verdadero día a día del número diez, y ese pensamiento le alegró lo que restaba de la tarde. Sabía algo que los demás no, algo que les pertenecía sólo a ellos, y claro, a la tonta de Haruko también. Maldecía que alguna vez se hubiesen puesto de novios. Si lo hubiera buscado antes. Si tan solo hubiera reunido el coraje…
Por suerte hacía unos días que la chiquilla no lo acosaba. No hubiera soportado otro de sus acercamientos. Desde el día en que la chica había ido a la casa de Hana para verlo por su enfermedad y lo había encontrado allí, que no cruzaba palabra con ella. Estaba un poco intrigado por la actitud, dudaba que la chica se hubiera olvidado de las palabras que le soltó esos días en la playa y en la puerta de su casa las veces que quiso alejarla de Hanamichi. Debía de prestar atención, seguramente la garrapata acudiría pronto a alimentarse de él.
Para su tranquilidad, Hanamichi había vuelto a la normalidad, aunque talvez tenía un leve dejo de no sé qué en la mirada. Por lo menos lo había insultado tras un par de jugadas, y se había jactado de su genialidad en tantas otras. Como siempre, se había portado como un torpe.




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Estaba impaciente por llegar a la casa de su pelirrojo novio. Esta vez prefirió ir andando, dejando la bicicleta en su casa. Los nervios lo carcomían, y aún la excusa para caer en el hogar de Hanamichi no lo convencía del todo, pero había salido a paso lento, pensando que, durante el recorrido, alguna idea más creíble acudiría a su cerebro. No fue así, y cuando llegó a la puerta, se quedó mirando las luces que se dejaban ver tras las cortinas cerradas. El cuarto de Hanamichi estaba iluminado, y también se dejaba ver claridad en la planta baja.
Jugaba inevitablemente con la llave que llevaba en el bolsillo. Con el paso de los días, había adquirido la manía de toquetear el pedazo de metal cada vez que alguna cosa perturbaba su pensamiento. Estaba fuera de toda discusión utilizarla, pero llevarla siempre consigo le daba cierto aire de propiedad sobre Hana, y eso le fascinaba.
Llevaba cinco minutos clavado en la entrada de la casa, aún debatiéndose entre las dos excusas que creyó más verosímiles, cuando un carraspeo proveniente de su espalda lo sobresaltó. Giró y se encontró con Noriko, que lo miraba curiosa. Esta vez la mujer iba más de entrecasa, y llevaba el cabello atado en una coleta, que la hacía lucir menos seria y más jovial.

-Rukawa ¿cierto?

El pelinegro solo pudo asentir nervioso. Noriko cargaba con unas bolsas de mercado que se veían pesadas, y ante las palabras que se negaban a brotar de sus labios, hizo ademán de cargar las bolsas por ella, a lo que la mujer aceptó gustosa.

-No hablas mucho pero eres todo un caballero, muchachito-le dijo mientras introducía la llave en la cerradura y abría la puerta-esas bolsas la verdad estaban acabando con mis brazos. Hana tenía razón en querer acompañarme a hacer las compras. Ven, pasa, le avisaré a mi hijo que estás aquí. Puedes dejar las bolsas por la cocina-le dijo señalando la habitación contigua a la sala de estar-y luego si quieres te acomodas en el sillón, que enseguida vuelvo con el grandulón de tu amigo.

Mi amigo, sí claro, se dijo Rukawa divertido.

Rukawa escuchaba los pasos seguros y rápidos de la mujer que subía las escaleras mientras dejaba todas las compras sobre la mesada de mármol. Seguía igual de nervioso, y no se entendía a sí mismo; en la casa de Akira esas cosas no le pasaban. Quedarse sin palabras en ese lugar le era imposible. Eran tantos, y todos con un temperamento muy similar al del jugador del Ryonan que era inevitable no hacer buenas migas de inmediato. Bueno, tamban debía de reconocer que no cargaba con la responsabilidad de caerles bien a los padres. Con Noriko era diferente; esa mujer de altura era la exclusiva y única familia de Hanamichi, y eso era decir mucho. Demasiado. Definitivamente quería agradarle, pero por alguna extraña razón, lo único que pudo hacer fue cargar las bolsas por ella.
Rápido se encaminó a la sala y se acomodó en el mismo sillón en el que hacía poco había dormido. Prestaba mucha atención a las voces que llegaban apagadas desde el piso de arriba. El vozarrón de Hanamichi era el que resaltaba, pero no podía entender nada de lo dicho. No tuvo que esperar demasiado, al minuto bajaban ambos; Noriko con una sonrisa de triunfo, y Hanamichi con cara de pocos amigos.

-¿Qué haces aquí, zorro?-preguntó, mirándolo desde lo alto de su posición.
-¡Hanamichi! ¿Qué es esa manera de llamar a tu compañero? No seas maleducado-lo regaña Noriko.
-¡Pero si es un zorro! Tú porque no lo conoces…
-A mi me parece un chico encantador, y mientras está en esta casa lo trataras bien, después de todo es la segunda vez que viene en el día a verte. No seas desagradecido-le dijo seria. Se notaba que era una mujer de carácter, y que era el punto débil de Hanamichi, porque ante todo pronóstico, el pelirrojo se calmó y se sentó frente a él, cambiando su actitud a una menos hostil.
-Bien, bien. A ver-dijo en un tono cordial-¿A qué has venido Kaede?
-Muy bien, así te eduqué yo, y no para que te comportes como un bruto-dijo Noriko con una expresión risueña -ahora yo me iré a preparar la cena. ¿Cenas con nosotros, Rukawa?-le preguntó.
-Claro. Si no es molestia-respondió de inmediato. Ésa era la oportunidad por la que había venido.
-Bien, si me necesitan estoy en la cocina-dijo yéndose- ¡Y mejor que te comportes, Hanita!-le soltó riéndose.
-¡Mamá!-se quejó un abochornado Hanamichi.

El pelinegro estaba embelesado con el sonrojo de su novio. Se veía como un niño pequeño siendo regañado por sus padres. Y si lo pensaba, en realidad así era.

-¿Ahora me dirás a qué has venido?-le dijo por lo bajo, mientras encendía el televisor.
-A verte, nada más.

Hanamichi se le quedó mirando con una expresión indescifrable.

-No es gracioso. Está  mi madre por si no lo notaste, y no pienso ceder a ningún tipo de acoso-le dijo por demás serio.
-Por eso mismo vine.
-¡¿Qué?!
-No tengo intenciones de acosarte-le aclaró, resaltando la última palabra ante el desconcierto del otro-pero quería estar contigo, y de paso conocer un poco a tu madre. Nada más, en serio.
-No te entiendo. ¿No te basta con lo que obtienes de mí que también necesitas hacer este tipo de cosas que sabes bien que me incomodan?
-¡Claro que no me basta!-dijo como si fuera una obviedad- El saber cosas de ti me hace sentir más tranquilo, me da seguridad para actuar. Sabes que de momento no tengo intenciones de decirle a nadie más lo nuestro-le dijo pícaro, para tratar de calmarlo.
-¡Habla más bajo! No quiero que mi madre te escuche decir nada.

Rukawa moderó su tono. Sabía que tal vez se dejaba llevar un poco, pero Hana le quitaba el freno, y olvidaba que Noriko estaba también allí, a pocos metros.

-¿Tan grande es tu placer al molestarme?-preguntó el pelirrojo sin mirarlo.
-Me encanta molestarte de este modo.-respondió Rukawa con lascivia impregnada en la voz. Adoraba que Hana fuera tan modosito, y le encantaba ponerlo en esas situaciones, que si bien podían ser incómodas, eran divertidas e inofensivas. Si por él fuera, ya le hubiera dicho a medio mundo que el pelirrojo le pertenecía- Es divertido.- concluyó.

-Divertido…
-Sí, mucho-dijo sonriente, sin siquiera imaginar lo que verdaderamente pasaba por la mente de Hanamichi.
-Supongo que me tengo que conformar con divertirte, ¿no?-le preguntó sin apartar la vista del televisor.
-Por eso es que me gustas tanto.

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora