Arrepentimientos (parte 1)

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Seguía sintiéndose débil y cansado, pero así y todo no podía dormir, y estar echado en la cama, paradójicamente, tampoco ayudaba a que descansara el cuerpo. Las heridas del rostro las sentía entumecidas e hinchadas, pero gracias a los analgésicos el dolor era mínimo. No podía decir lo mismo de su vientre, que ante cualquier movimiento le enviaba recordatorios del cabezazo bestial que había recibido. El prolongado baño que se dio al llegar no había calmado su ánimo, y aunque relajó su cuerpo, no fue así con la intranquilidad que lo consumía. Se arrepentía de haber prácticamente echado a Hanamichi de su lado en la enfermería, aún a sabiendas que fue el pelirrojo quien lo había llevado hasta allí a cuestas y permanecido a su lado. Se había sentido irritado tras aguantar la indiferencia de Hanamichi, las burlas y los ataques de sus amigos... saber que colapsó en público fue lo que detonó su apatía por cualquier cosa que saliera de los labios que tanto anhelaba. Lo amargó pensar que la preocupación genuina que notaba en su rostro se debía a querer cubrir las acciones de su banda que lo habían dejado malherido. No era la primera vez que se desmayaba por una golpiza en el ámbito escolar: la primera fue tras la pelea con la banda de Mitsui a principio del ciclo, pero sacando su visita obligada a la enfermería, los dientes caídos de Mitsui y la golpiza que recibieron los gamberros en sus manos y las de Hanamichi, no había pasado a mayores gracias al encubrimiento de Akagi y el entrenador Anzai que llegaron justo a parar el desmadre.
Se sintió malherido, y no por los dolores de su cuerpo. Rechazado y menospreciado, se mostró más hosco y sensible de lo que hubiera querido, y ahora se arrepentía tanto de no haberlo dejado hablar.
Al poco tiempo de sentir que se asfixiaba del asco junto a la compañía de Haruko, volvió la enfermera, que se vio sorprendida por la ausencia de Hanamichi. Mandó a Haruko a sus clases y le dio aviso de que tuvo que notificarle a sus padres lo ocurrido, más por una cuestión de responsabilidad institucional que de salud, ya que estaba fuera de peligro mientras estuviera bajo supervisión, y por lo cual también lo hizo quedarse en la camilla hasta que dio el timbre que marcaba el fin del día de estudio.
Durante las tres horas que estuvo allí mirando el techo, la mujer no tuvo que pedirle ni una vez que no se durmiera y, aunque hubiese estado soñoliento, difícilmente conciliaría el sueño con el parloteo que manaba de la mujer. Le habló del clima, de lo cerca que estaba el receso escolar, de lo mucho que le gustaba el básquet aunque no podía hacerse el tiempo necesario para ver los partidos del Shohoku, de lo difíciles que estaba los adolescentes hoy día, de sus preferencias culinarias y de un sinfín de temas varios que lo mantuvieron atento. Así y todo, el tema favorito pareció ser Hanamichi. A cada rato volvía sobre lo mismo: lo mucho que debía preocuparse ese muchacho por su salud, lo mucho que lo quería seguramente, los grandes amigos que parecían -y que si estaban peleados, debían arreglarse, en su opinión, claro- que qué guapos eran y que las chicas debían estar locas por ambos. No dejaba de traer al torpe a colación, y así pudo saber, entre cotilleos, lo asustado que llegó Hanamichi pateando la puerta, lo protector que había sido, lo renuente a apartarse de su lado, el incidente en los pasillos con el profesor que lo quiso detener... Rukawa, como era de esperarse, no abrió demasiado la boca. Se limitó a responder algunas preguntas básicas más por una cuestión de educación que otra cosa. Estaba algo aturdido por lo que escuchaba, y no dejaba de sentirse un estúpido por no dejarlo hablar y haberlo apartado de su lado. No dejaba de recordar lo apesadumbrado que lo vio cuando se retiró de la habitación tras la llegada de Haruko, y eso contradecía todo lo que esa mujer le estaba contando. ¿O no?
¿Realmente Hana estaba preocupado por él y no sólo por su cuota de responsabilidad en su estado? ¿Podría haber llegado a desarrollar algún tipo de sentimiento en algún momento? ¿Estaba apenado por verlo a Haruko con él o al revés? La insistencia de volver sobre el tema una y otra vez lo estaba convenciendo de las palabras que escuchaba. Imposibilitado de hablar jamás con nadie sobre el tema, estaba acostumbrado a quedarse con su visión reducida de los hechos y a maquinarse sin nadie que lo contradijera en lo absoluto. Akira era su amigo, y sabía que talvez podía contarle sus sentimientos, pero el hecho de que conociera y llevara una relación particular con Hana lo frenaba ante cualquier intento de apertura. Y por supuesto que a su gran amigo nunca tuvo oportunidad de contarle por la distancia que los separaba, y no quería tratar temas delicados por carta o telefónicamente. No con Tom. A él se lo contaría todo cuando tuviera oportunidad, cara a cara, y escucharía todo lo que el otro dijera. Rukawa idolatraba a Tom desde siempre, y sabía que sus razonamientos y palabras siempre eran acertadas. El paso de los años y las experiencias compartidas daban fe de ello. La ansiedad muchas veces lo tentó a comentarle lo que le pasaba, pero se controlaba y reprimía con el teléfono en la mano, esperando la ocasión adecuada.
Tampoco olvidaba las crueles e hirientes palabras que escuchó aquella tarde en la casa del pelirrojo, y eso no podía verlo desde otra óptica ni en un siglo. Cuando salió de la enfermería su cabeza era un caos que se contradecía continuamente. Una parte de él estaba convencido que Hanamichi lo despreciaba y sólo se manejaba de acuerdo a sus intereses sexuales, y por otro lado, una parte pequeña pero poderosa, le decía que talvez las cosas no eran como él creía y que Hana en algún punto le correspondía. Esa ínfima parte le insistía en recordarle las palabras de amor que le parecieron tan sinceras en su momento, la dulzura y pasión con la que le había hecho el amor durante el tiempo que duró su noviazgo, los celos infundados que le tenía a Akira, las expresiones quebradas cuando lo veía junto a Haruko -que siempre atribuyó a la chica y no a él mismo-, la desesperación con la cual se aferraba a él en sus últimos encuentros sexuales, lo volátil, sensible e impredecible que se había tornado.
Caminaba lento rumbo al gimnasio tratando de organizar sus pensamientos. Se demoraba en un intento de aplazar el enfrentamiento, para darse tiempo entender, a llegar a algún tipo de resolución que le indicase como seguir y manejarse. Deseaba con todas las fuerzas que esa mínima porción suya tuviera razón y todo fuese un gran malentendido, pero tampoco quería ilusionarse para terminar con el corazón más roto aún. En esos momentos, la ansiedad le inyectaba la adrenalina necesaria para enfrentar dos horas de entrenamiento con la esperanza de luego quedar a solas con Hana y poder hablar con él, si al fin se decantaba por aquella opción. Era difícil imaginarse hablando con el corazón en la mano, sincerándose y exponiendo sus dudas. ¿Qué le diría? ...Oye, Hanamichi, ¿fue todo un malentendido, no? ... Realmente nos queremos, y yo solo te quité la chica frente a todos por despecho en un intento de humillarte y destruirte... volvamos a lo que éramos hace unos días...
Imposible. ¿Qué posibilidades había que fuera un error garrafal? Y si fuera así, ¿qué posibilidades tenía de ser perdonado si se explicaba adecuadamente? Pero eso era adelantarse miles de pasos. No sabía siquiera como encararlo y pecaba de optimista pensando en cómo ser perdonado.
Iba retrasado, pero sus piernas se negaban a moverse más rápido. De haber llegado un poco mas tarde se hubiera ahorrado la incertidumbre que lo invadió desde el momento en que vio a esa chica tan llamativa despedirse de Hanamichi con un beso demasiado cerca de la boca. No fueron como los celos que lo carcomían las veces que lo veía junto a Haruko, fue mucho peor. Ni en sus más disparatados imaginarios pensó que Hanamichi podría fijarse en alguien más, y la realidad lo golpeó con fuerza y lo aterró. No supo cómo contuvo los deseos de devolver el almuerzo ligero que le brindaron en la enfermería, ya que, literalmente, cuando la chica pasó a su lado y se volteó para arrojarle un beso a su chico que la miraba sonrojado, sintió el bolo ácido subir por su esófago. No necesitó mirar a Hanamichi para saber que se había quedado babeando por esa desconocida. Un simple vistazo de lejos le bastó al pelinegro para darse cuenta que la chica era bellísima y atípica entre todas las estudiantes, empezando por su altura. ¿Cuándo se lo habían arrebatado? ¿Quién era esa chica? ¿Por qué?
Entró al gimnasio abatido y con las pulsaciones a cien. Vio a todos juntándose alrededor de Ryota para empezar a calentar como de costumbre, y se apresuró a los vestidores. No sabía qué hacer, y el malestar lo estaba venciendo. Dudaba poder dar algo en la cancha. Se sentía asqueado, agotado, débil. Había exprimido tanto su cabeza que la situación lo tenía paralizado mental y corporalmente. Solo atinó a abrir su casillero y quedarse ensimismado con la mano en su bolso deportivo, tratando de respirar pausadamente. Como un imbécil venía pensando en ser perdonado sin saber que tal vez ya lo habían superado, tanto a él como a Haruko. ¿Cómo creyó que Hanamichi no interesaría a alguien o estaría interesado en alguien más? Un imbécil egocéntrico, eso había sido hasta ese mismo momento.
Parado allí, revolcándose en su miseria, escuchó la puerta abrirse y los pasos que tan bien conocía. Sonaba tonto, pero hasta tenía identificado el andar del pelirrojo, o eso le gustaba creer. El orgullo a Hanamichi siempre lo había motivado a esforzarse más, y por esa razón hasta que él mismo no se retirara de la cancha el otro no lo hacía. Nunca lo vio abandonar antes. Siempre los pasos tras él eran los suyos, por lo menos cuando ya no quedaba nadie más alrededor. ¿A qué había entrado? Lo había visto cambiado, listo para jugar. No tenía nada que hacer ahí ahora, a menos que lo buscase a él... No sabía lo que podía revelarle si le mostraba su rostro, temía que su pánico y desconcierto fueran evidentes. No quería ni podía ver a Hanamichi, no estaba listo.
Se quedó estático, a la espera que desapareciera, pero el silencio reinaba puertas adentro, aunque de fuera llegaba el ruido amortiguado de los balones siendo picados y las suelas de goma rechinando en la duela. Sentía la mirada miel perforándolo... era una sensación tan potente que no le quedó más remedio que obligarse a reaccionar. Necesitaba quitárselo de encima con urgencia, y cuando logró componer su expresión para voltearse, sólo alcanzó a ver un pedazo de remera azul de Hanamichi que desaparecía.
¿Qué diablos? ¿Para qué había entrado? ¿Desde cuándo Hanamichi no tenía nada para decir? ¿Lo había ignorado deliberadamente? Rukawa se sintió peor, si es que eso era posible. Desolado cerró el casillero y decidió que lo mejor era volver a su casa, comer, bañarse, descansar e intentar olvidar. En modo automático buscó a Ryota para saltearse el entrenamiento sin mirar a nadie más. Tenía las ideas llenas de Hanamichi, y se negaba a tenerlo en su campo de visión un segundo más.
No sabía qué le había contestado el capitán ni tampoco le importaba. Lo único importante en ese momento era desaparecer y refugiarse en las cuatro paredes de su cuarto.
No le fue tan sencillo como creyó. El viaje en bici fue duro y largo. Las rodillas seguían atormentándolo, y ahora se sumaba su estómago nauseabundo y su vientre aullante por el esfuerzo. Las explicaciones que tuvo que darle a su madre cuando llegó retrasaron sus planes una vez más. Mientras Sophie le llenó el estómago con otro almuerzo -esta vez abundante- y la cabeza con sermones sobre una alimentación sana y una actitud más moderada para evitar peleas, él sólo podía recordar la mirada embobada y el rostro enrojecido de Hana luego del beso de esa chica.
Dejando contenta a su madre recién se pudo retirar a su cuarto. Fue directo al baño, y luego a la cama. Y allí su cabeza siguió con la tortura, sin reclamos ni sermones ajenos, sólo los propios.
Las últimas reflexiones lo hacían culparse a él mismo si Hanamichi se había fijado en otra chica. Buscando humillarlo, buscando devolverle el dolor que le había causado lo había alejado, le había dado tiempo de pensar en alguien más. Le dio demasiado tiempo a solas creyéndolo en su poder. Se confió en la voluntad del torpe de seguir protegiendo a Haruko a como de lugar, se confió en su propio poder de seducción y en el sexo fantástico que compartían, se confió demasiado en absolutamente todo y ahora estaba perdido. Es verdad que su intención al vengarse no era tenerlo subyugado a sus pies, pero la debilidad que sentía por ese idiota lo había vencido, cayendo él mismo en el juego sólo para seguir teniéndolo de la manera que pudiera.
Maldita la enfermera que le había metido ideas estúpidas en la cabeza... Hanamichi era bonachón por naturaleza. Si se sintió orillado a acostarse con un hombre que siquiera le gustaba sólo para apartarlo de la chica de la cual estaba enamorado, era lógico pensar que se preocuparía por un amante que se desmayaba tras la golpiza cobarde de sus amigos. No había amor, ni correspondencia, ni nada. Sólo fue una de las facetas que adoraba del pelirrojo, que confundió a una mujer que de nada lo conocía como para ponerse a asumir tonterías.
El arrepentimiento no lo dejaba dormir ni despejarse. Se levantó de la cama en la que se había tirado aún húmedo tras el baño, y poniéndose ropa interior y un jean gastado prendió el equipo de música a un volumen razonable. No podía pensar en qué le gustaría escuchar, solo necesitaba un sonido más fuerte que sus propios pensamientos negativos, por lo cual dejó la radio. Agradeció el bullicio de Sora, una de sus bandas de rock preferidas. Se tumbó boca abajo e intentó una vez más despojarse de la intranquilidad que no lo abandonaba. Nada podía hacer si había perdido a Hanamichi. Debía recuperar el control de sus emociones pronto, el encuentro sería inevitable. Halló un poco de confort al pensar que quedaba nada para ver a Tom, y que por un tiempo no tendría que devanarse los sesos solo. Lo apenaba saber que lo separaría del pelirrojo un océano de distancia, pero en ese momento sentía que estaban a galaxias, a pesar de que eran escasos kilómetros en realidad.
Apenas consolado logró apagarse.

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora