Cuba Libre (parte 3)

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Se sentía ligero, como debían  sentirse las plumas de un ave caídas  en plena ventisca siendo arrastradas con destino incierto.  De la pista a la barra media docena de veces… ahora sí se sabía y sentía borracho, pero creía en su sobriedad y la sacaba a relucir  cada vez que Akira lo miraba con desaprobo por una  nueva bebida.  Los “cuatro" que protagonizaba  para afirmar su sobriedad  eran cada vez más inestables, y podía  darse cuenta aún  sin las miradas divertidas que le dedicaba Akira. Lo único que aún no le fallaba era tocarse la punta de la nariz, o eso creyó hasta que sin entender cómo, confundió el blanco, y la punta de su índice fue a parar en su propio ojo.
Balbuceando maldiciones que no se distinguían por su lengua alcoholizada, trató de recordar  donde estaba el baño. Sentía que su propio dedo había quemado su ojo, y necesitaba refrescarse y espabilarse. Una vocecita de su consciencia que trataba de hacerse oír entre la música estridente, le recordaba lo patéticos que le resultaban los sujetos alcoholizados incapaces de controlar su cuerpo y acciones. Y él no era de  ésos. Se negaba a que el alcohol lo privara de su motricidad. Esforzando la vista y afirmando sus piernas recuperó el control a medias. La luz brillante del sanitario lo encandiló por cuarta o quinta vez en la noche, y cuando pudo enfocar la vista en el reflejo del espejo, constató que estaba enrojecido pero bien. Moría del calor y la sed, y de haber tenido al alcance de la mano alguno de esos tragos cargados y dulces, lo hubiera  tomado de un sorbo. Rukawa hizo otro esfuerzo por volver en sí y salpicó su rostro y cuello con abundante agua. No la sintió fría, y tampoco surtió el efecto deseado, lo que sí funcionó fue el ver un envoltorio de plástico rosado rasgado tirado en el piso. Inmediatamente el envoltorio del condón abierto le recordó lo que el alcohol le estaba ayudando  a olvidar. La tirantez de la vejiga lo hizo reparar en los dos únicos cubículos del baño.
Mierda y más  mierda, pensó en cuanto reparó en la cartera negra minúscula que se dejaba ver bajo la puerta, tirada en el piso. Sabía a quién pertenecía,  y sabía con quién  estaría también.  Quería  enojarse, pero por alguna razón  era incapaz de demostrar molestia. Un pedazo de madera lo había  estado separando de la fuente de su malestar.
Quiso llamarlo por su nombre, pero en el último instante el sonido no brotó,  y sólo golpeó  con ambos puños y antebrazos la puerta, quedándose apoyado en ella. Se apartó para no caer cuando la superficie  cedió de golpe , y absorto en la escena perdió  el equilibrio y terminó sentado contra la esquina, con los ojos azules abiertos de la impresión: Keiko se acomodaba los breteles del vestido con expresión divertida, y Hanamichi, rojo granada y evitando mirarlo, metía la camisa dentro de sus pantalones.
No pudo seguir viéndolos, y perdió  su mirada en la línea sucia entre las baldosas, dándole  a la pareja intimidad.
¿Por qué? ¿Por qué  Hanamichi no le correspondía? Era obvio que disfrutaba el sexo que tenían, pero así  y todo prefirió y prefería a una completa extraña que lo enamoró y volvió  loco en unos días.
Rukawa no lo sabía,  pero no dejaba de refunfuñar por lo bajo su desdicha. Sumergido en su drama, se olvidó donde estaba y con quién.
Keiko había  salido casi de inmediato rumbo a la pista, pero dentro del diminuto sanitario Hanamichi parecía indeciso entre irse o  quedarse allí.

-Ey, Rukawa, ¿estás  bien?- escuchó  amortiguado y lejano por la música que se colaba del exterior. Sonaba a la voz de Hanamichi, pero  el Hanamichi  que él conocía no se preocupaba por él.  Ignoró la voz, y siguió  machacando su cerebro con su desdicha, hasta que Hanamichi tiró  de su brazo para ponerlo de pie sin mucho esfuerzo.

-Déjame- pidió y lo apartó, sosteniéndose del mármol frío, mientras lo miraba a través  del reflejo del espejo. El pelirrojo aún  mantenía los colores en el rostro, pero lucía amargado. Ni todo el desencanto aplacaba lo que sentía por ese idiota. Le gustaba y lo amaba tanto, aún en tales circunstancias.
-¿Quieres que llame a Sendoh? ¿O a alguien que te vengan a buscar?- preguntó Hana.
-Púdrete, Sakuragi- fue lo que brotó de sus labios, y fingiendo una estabilidad y entereza que no tenía, se metió al cubículo y cerró la puerta, dejando a Hanamichi fuera mientras orinaba.
Tal vez era su imaginación,  pero lo que duró su estadía en ese diminuto cuarto, su nariz estuvo saturada del olor dulzón del perfume de Keiko. ¿Habrían llegado hasta el final? ¿Ahí mismo? ¿Con él a tres pasos?
-¿Qué haces aquí todavía? -preguntó sorprendido por encontrarle aún  allí dentro cuando volvió a abrir la puerta, y no tras los pasos de Keiko, pero la acidez que sentía lo hacía hablar más de la cuenta. -No me digas que interrumpí la acción y te quedaste con las ganas… -y le sonrío torcido.
Sentía amargura, pero la cara de Hanamichi era un poema. Evidentemente había dado en el clavo. No sabía  si reírse o llorar ante la expresión  confundida y avergonzada del número diez que buscaba palabras y no las encontraba. Era adorable, torpe, transparente. Tan deseable… y lo tenía allí,  a centímetros. Sabía que era cuestión  de acercarse y lo tendría para él, más  no sea mientras durara el acto sexual. Lo quería, lo necesitaba, pero el olor dulzón permanecía adherido en la punta de su nariz.
La tensión en el aire era electrizante. Se notaba que ambos jóvenes deseaban desarmarse de placer dentro de ese cubículo,  pero se resistían. 

-¿Quieres? – se le insinuó mientras retrocedía un paso atrás, invitándolo a la privacidad de ese sucucho mal iluminado.

Pudo leer en los ojos miel lo tentado que estaba por romper la distancia  que los separaba. Su rostro era pura ansiedad. Un pensamiento veloz, suscitado por el olor dulce, le recordó que si Hana estaba en ese estado  de excitación no era debido a él. Lo odió con la misma intensidad que lo amaba y deseaba.
Sintió un herida abrirse profundo en su pecho.
Los segundos pasaban y Hanamichi seguía sin decidirse, dañando aún más  el orgullo y corazón  de Kaede sin saberlo.

-¿De verdad no quieres? -preguntó incrédulo – no necesitamos látex  de por medio- ofreció humillándose desesperado, irracional, infantil, y por sobre todo angustiado, celoso y deseoso.

Quiso deshacerse de la remera, dispuesto a sentir con toda la piel. Pensaba con fervor que, si lo provocaba lo suficiente, el chico excitado por fin cedería.

-No- fue la tajante y firme respuesta con que Hanamichi detuvo su intento vergonzoso de seducción y retrocedió un paso.

La herida abierta de su pecho se expandió y sangró. Su orgullo pisoteado dio una sacudida a su cerebro cuando lo vio girarse con intenciones de decir la última palabra e irse.
El alcohol en su sistema lo tenía  sensible, y el orgullo  lo tenía exaltado, generando una combinación explosiva.

-¿Llamas a Akira por mí?  Tal vez ahora sí necesite ayuda -y se odió a sí mismo mientras trataba de articular con suficiente volumen las palabras.

La única  respuesta fue el breve aumento de intensidad de la música cuando Hana abrió para salir.

Se había arrastrado por Hanamichi y éste lo había rechazado de plano. El arma con la cuál lo había  seducido desde un principio le era inútil.  O tal vez su amor por Keiko era superior..  Se había  mostrado celoso e impulsivamente metió a Akira en el juego… sentía vergüenza de sí mismo por el vulgar show que montó para un tipo al que no le importaba más  que para desfogarse mientras lo alejaba de Haruko. Y ya ni para eso lo quería.

Se veía perdido allí dentro inmóvil, y es que la verdad se sentía perdido. No le quedaba nada a lo que aferrarse.  Y  así,  con los ojos aguados y la expresión  desconcertada es como lo vio Akira algunos segundos o minutos después. No sabía  si había pasado un segundo, diez minutos o una hora, pero  seguía procesando el rechazo.

-¡¿Qué pasó?! ¿¡Estás bien?! – preguntó preocupado.

Rukawa se avergonzó que lo vieran en ese estado, no sabía qué reflejaba su cara en ese momento, pero si se veía tan mal como se sentía por dentro, debía ocuparse de su fachada.

-Estoy bien, ya salía – dijo lo más  sereno posible y quiso apartarlo del paso. En ese momento quería camuflarse entre los cuerpos apretados y la oscuridad de la pista.

-No puedes salir con la ropa así,  estás  empapado Kaede- y para reforzar lo dicho tiró de la remera del pelinegro con delicadeza, y éste, anonadado vio que estaba mojada por completo y se adhería como segunda piel- ¿dónde  está tu camisa?

Se miró con atención, y prácticamente estaba empapado de la cintura para arriba; de su cabello aún escurría agua de la refrescada anterior,  que no recordaba tan intensa. Seguía alcoholizado y ajeno a la realidad. Y no tenía idea dónde  había dejado la camisa.

-Tenía calor -se excusó.

-¿Fue Sakuragi?

-¿Qué? No- negó automáticamente. No entendía a qué  se refería exactamente, pero negaría todo.

-Quítate la remera -le ordenó mientras se quitaba su propia camisa y playera.

Rukawa quería negarse, no le importaba estar empapado ni haber perdido una camisa importada sin saberlo. La sensación de sentirse perdido era fuerte y quería salir de ese encierro perfumado por Keiko; antes de darle tiempo de protestar Akira había  colgado sus prendas de la puerta y en un hábil y rápido  movimiento tomó con ambas manos el bajo de la suya y se la quiso quitar.  Por acto reflejo, o por el alcohol, cooperó con docilidad levantando los brazos, hasta que adivinó las intenciones y se resistió como pudo, empujándolo con el cuerpo, pero  Akira era duro y pesado, y no se movió un milímetro. Sí respondió  a su cuasi empujón con otro que lo desestabilizó y dejó contra el panel. Su equilibrio era frágil.

-¡Hey, te quiero ayudar! – le escuchó decir mientras terminaba de quitarle la remera para luego pasarle la playera que él mismo se había quitado, volviendo a ponerse la camisa – vamos, ponte mi remera y salgamos. Afuera todos piden un pedazo de la estrella de la noche -finalizó guiñándole un ojo.

Rukawa se sintió estúpido mientras lo observaba abotonarse la camisa tras haber confundido sus intenciones.

-Si no quieres quedarte estoy listo para volver a casa – le ofreció dudoso por la poca reacción del pelinegro, que seguía con la remera prestada en la mano mirándolo.

-No. Quiero quedarme – dijo y se puso la remera prestada, sintiéndola cálida y confortante.

-¿Seguro?

Pasarlo de largo era su manera de dar la respuesta, pero trastabilló con sus propios pies, y de no haber estado su amigo allí,  sabía  que terminaba de boca en el piso.  A pesar de su estado alterado, los efectos del alcohol eran obvios en sus movimientos.

-Nos quedamos aquí  hasta que bajes un poco-  y le tendió una botella de agua que había  dejado junto al lavabo. Al ver que no la tomaba, Akira le abrió  la palma de la mano, le colocó la botella y se la volvió  a cerrar. – No es negociable. Bébela.

El rostro siempre sonriente de la estrella del Ryonan se veía serio, poco flexible. Pero no sintió una pizca de hostilidad en él.
Bebió  con lentitud, agradecido por saciar su sed y calor. No quitó la vista de la figura de Akira mientras el líquido frío recorrió su garganta. Era guapo, y bastante. En realidad era algo que saltaba a la vista, pero por alguna razón nunca lo había visto de esa manera. Su habilidad como basquetbolista era lo que atraía la atención de Rukawa sobre Sendoh. Desde el inicio había  sido así.  Le caí  bien y era un  buen compañero, y ese día estaba entendiendo que era un  buen amigo también, anteponiendo la amistad a sus impulsos juveniles.  Intuía que no le era indiferente sexualmente, y que pudiendo aprovechar la situación, no lo hacía.

El agradecimiento brotó en su pecho, y sin el filtro habitual que separaba el pensamiento de la palabra, sus labios se movieron solos.

-Yo pensando que quieres follar… y aquí bajándome la borrachera.  Gracias…  Eres un buen amigo -y sonrió, o eso intento.

El rostro serio de Akira se mostró sorprendido un segundo, y luego se estiró en una  sonrisa divertida y auténtica.

-No me malinterpretes, no es que no quiera follar, o que no seas follable, que claramente sí, -aclaró divertido- es solo que no creo que eso sea lo que necesites. Si necesitaras eso, sería el primero en ayudarte, como buen amigo- y le guiñó un ojo.
Rukawa le arrojó la botella vacía, que fue  apartada de un movimiento de su trayectoria.

Tras apurar una bebida energética y orinar una vez más, Rukawa estaba más  despejado. Media hora le tomo recuperar su equilibrio y sentirse menos borracho, y Sendoh estuvo  a su lado conversando todo el tiempo. Recompuesta su imagen, el numero once deseaba salir a bailar aún. Media docena de tragos no desaparecerían de su sistema tan rápido,  y quería disfrutar, sin pensar en mucho más. No es que no tuviera presente el hachazo sangrante en su pecho, pero… había descubierto que le gustaba bailar,  que estaba con buena compañía y, principalmente,  que era joven y orgulloso. Desangrándose y todo se negaba a tirarse  en un rincón a llorar, disfrutaría la noche como todos.

La pista seguía atestada y creyó distinguir a Akagi entre todos los rostros que fueron pasando. Halló un hueco entre las extremidades bamboleantes al  ritmo k-pop, y se dejó llevar por la música a donde sea que lo arrastrase.


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Kaede Rukawa se mezclaba en perfecta armonía entre todos los bailarines. Todos y cada uno de los presentes que lo conocían estaban asombrados del chico que estaba ante ellos. Por vez primera se comportaba como un humano y no como témpano. Había  bailado solo y acompañado, y eran pocas las chicas que no se le habían acercado para moverse a su lado un rato; había  reído, hablado con cualquiera, se había comportado como era de esperarse  de un chico exitoso y apuesto. Todos estaban sorprendidos también  de la excelente relación  que llevaba con Sendoh. Casi todos asumían  que su comportamiento diferente tenía una explicación  simple: el alcohol.

No había  vuelto a tomar más  que agua, y cuando Kuroi le acercó una copa de un líquido rojo, dudo en sí aceptarla o no. Se sentía alcoholizado, pero dueño de su cuerpo. Pensó que un par de tragos,  intercalados con más  agua, daño no le haría, y aparte la mirada aprobatoria  de Akira a su lado lo alentó.  El trago era riquísimo y dulce, y de a pequeños sorbos pensaba estirarlo un rato más. 
Dos chicas con las que creía ya haber bailado se pusieron frente a él con claras intenciones  de acapararlo. Tanto Kuroi como Akira se habían resignado a que se lo arrebatasen de a ratos, total, siempre  volvía al grupo y las chicas se alejaban algo decepcionadas de la falta de interés del muchacho más  allá del baile . Yohei había profundizado la relación con Iori, y en ese momento se comían a besos mientras bailaban a su propio ritmo, a unos pasos de ellos. De Hanamichi no había vuelto a tener noticias, sólo le había parecido ver en un par de ocasiones un manchón rojo por encima del resto. A Amiya sí la había visto, pero se mantuvo lo más  alejado posible.
Las dos morenas bailaban bien, y  como tras terminar  la canción no le parecieron molestas, se quedó con ellas un rato más. La fiesta  siguió. En algún  momento le dio el último  sorbo a la bebida rojo fuego con la intención  de ir de inmediato  a buscar un trago igual. No sabía qué hora era, pero el clima en el Cuba Libre estaba en su cúspide. Pidió y pago por su trago, pensaba volver con Akira y Kuroi, pero otra vez  se interpusieron las dos chicas de antes y de un brazo lo tironearon en sentido contrario a sus deseos. Se dejó llevar por la música, el alcohol y los brazos que demandaban un pedazo de su atención. Bailaba solo, pero las chicas se colgaban de sus brazos para girar o girarlo.
En un momento, tras un pasamanos mal  orquestado, Rukawa quedó frente al rostro acalorado de Keiko, que con los ojos cerrados bailaba sensual con los brazos alzados. Iba a alejarse, pero sintió un tirón doloroso en su cuello, y en un pestañeo estaba  en el suelo entre medio de tacones y zapatos que se apartaron al instante. Levantó la cabeza como pudo, tratando de entender algo, hasta que entre las caras  que se apiñaban alrededor vio el rostro de Hanamichi hecho una furia y entendió.
Hanamichi lo miraba aireado desde lo alto de su posición, tenía los puños apretados a los lados e,  irónicamente, en la oscuridad del antro hasta distinguió las venas de su cuello. Literalmente se sintió en el fondo de un mar de cuerpos. Todos se habían apartado, quedando Rukawa franqueado por piernas y pies a los costados , y con un furibundo Hanamichi por delante.
Había rehuido a la perfección  a la  chica aún alcoholizado,  y sin embargo parecía no haber alcanzado para poder despegarse de sus problemas.
Keiko hablaba al oído del pelirrojo y a pesar del mal rato que estaba pasando sintió acidez al verlos juntos. No pudo evitar sentir celos, rencor, rechazo. Tal vez sobrio no le hubiese importado, pero en ese momento era una madeja enredada de pensamientos y sensaciones, y la que prevalecía  era la humillación. Quiso levantarse, pero un cosquilleo desagradable en la mano derecha llamó su atención, y donde segundos antes había una copa, ahora no quedaba más  que astillas y el licor derramado. Seguro es una  astilla de vidrio, pensó y descartó el asunto para darse cuenta que Hanamichi salvaba los pasos que los distanciaba con violencia, mientras Keiko trataba de tirar de él, algo asustada. Jamás había sentido miedo de Hanamichi, y tampoco lo sentía ahora, pero a sabiendas del comportamiento animalesco del número diez, quedarse esperando su furia era estúpido: una invitación al desastre. Se incorporó del todo lo más veloz que pudo, pero Hanamichi ya no avanzaba, la figura de Akira se había interpuesto.


-¡Quítate del medio o te dejaré más  horrible de lo que eres a golpes!- escuchó que gritaba Sakuragi.

Y en ese momento, como si su grito hubiese sido la señal, la pista cambió y las luces de colores pasaron a  ser un flash intermitente que lo hacía ver la oscuridad completa en una fracción de segundo  y la escena blanca, quemada por la luz, en el fragmento siguiente.  Para Rukawa era una locura, el sonido ya no lo dejaba distinguir la voz enojada de Hanamichi, y veía de a ratos la escena. Unas manos lo agarraron de la cintura y lo jalaron hacia atrás.

-¡Mierda! Le dije a Akira que ya era hora de irnos, podíamos seguir la noche en cualquier sitio -le dijo casual Kuroi, que había  salido  a su rescate en conjunción con su hermano. Lo alejaba del foco del problema.

-¿No deberíamos volver? Hanamichi es una bestia… -expresó dudoso de dejar a Akira en medio de un ataque de ira de Hanamichi, pero incapaz de poner verdadera resistencia. 

-Nada que no pueda manejar Aki, no te preocupes amigo.

Cuando notó que lo llevaba a la salida sí se resistió  a seguir caminando.

-No me iré  -dijo categórico.

-Si no te quieres ir bien, pero aléjate del pelirrojo y su chica.

-¡No hice nada! – se defendió molesto. Siquiera soportaba ver la cara perfecta de Keiko y todos pensaban que quería  acercarse a ella… era desquiciante.

-No dije que hayas hecho nada, pero es evidente que ese tipo está  receloso de que siquiera respires cerca de su novia – Rukawa se le quedó viendo, pensando en las palabras, y se dijo a sí mismo que había marcado a fuego la seguridad del pelirrojo habiéndole arrebatado  a Haruko. -tampoco me quiero ir, Kaede, -dijo ya más  conciliador- busquemos donde sentarnos un rato hasta que se calmen, y seguimos la fiesta en paz. Con un poco de suerte, en un rato esos dos por fin se van a terminar la noche en un hotel.

Se dejó guiar hasta otro reservado igual al compartido con anterioridad, decaído por las palabras de Kuroi.  Un cosquilleo en su mano le recordó la bebida perdida, y la bebida perdida le recordó su sed.

-Voy por un trago,  ese imbécil me hizo desperdiciar  el mío- dijo.

-Voy yo- anunció Kuroi- espérame. ¿Algo  dulce, no?

Asintió con la cabeza, agradecido de quedar un rato a solas. Se sentó,  cerró los ojos y se recostó contra el respaldo y trató de liberar su visión del incesante flash de luces.  No supo cuánto pasó,  pero un tirón en su brazo  lo trajo de vuelta a la realidad de oscuridad y luz  cegadora, y pudo distinguir por retazos el rostro serio y acalorado de Hanamichi que poco más  lo arrastraba entre esa marea de cuerpos. En nada se vio avanzar por el pasillo largo que llevaba al sanitario, y sin oponer resistencia se preguntó qué  quería ahora su adorado y odiado pelirrojo. Su ánimo no toleraría más humillaciones.  Iba a encararlo, pero apenas Sakuragi constató que no había nadie más  allí lo metió de un empujón en el mismo cubículo en donde lo rechazó con anterioridad.

-¿Quieres que te lo haga aquí? – ladró el número diez  y se abalanzó sobre sus labios, mientras con su cuerpo lo aplastaba contra la pared. La boca  de Hanamichi era salvaje y presionaba contra la suya, que  permanecía cerrada de la impresión.  Sintió las manos rápidas y calientes colarse por debajo de la playera, recorriendo  con dureza sus abdominales, costillas y costados, y eso fue suficiente para hacerlo abrir sus labios y enredarse en la pasión del pelirrojo. En nada estaba deshaciéndose del gozo de probar los labios que tanto deseaba. Se abandonó a lo que quisiese y cuando sintió los dientes de Hana  mordisqueando su cuello suspiró del placer.  Una mancha en su visión lo hizo enfocar la vista y ,a través de la puerta entreabierta, reflejado en el espejo, se encontró con la mirada celeste de Akira,  dudosa y confundida.

-Akira…  - brotó de sus labios sin pensar.

Hanamichi se alejó de golpe  y de la nada lo tomó de la remera y lo aventó fuera del sucucho, haciéndolo trastabillar y caer. Todo su peso lo paró con su mano, y en ese momento un estallido de dolor lo despejó  e hizo soltar un grito ahogado. Clavó sus ojos en la fuente del dolor, y la luz  amarillenta le reveló varias heridas cortantes, sucias de sangre a medio coagular y con cortes aún  sangrantes. La estúpida copa, pensó.

Rukawa, centrado en las punzadas de su palma y ajeno al intercambio de palabras y malas vibraciones entre Akira y Hana, se levantó autómata y colocó  la mano bajo el grifo. El escozor no se hizo esperar y como si se tratase de una película surrealista, vio como el agua hacía serpentear tiras de piel blancuzcas . Si alejaba las heridas del agua, se volvían rojas. No se veían profundas ni tan numerosas y,  lúcido, totalmente consciente de lo que significa la mano para un basquetbolista, cerró y abrió el puño varias veces sin problema. Aliviado se relajó, sólo  eran rasguños. Seguro dolería y molestaría, pero pasaría. Mordiéndose los labios para aguantar el ardor mientras toqueteaba la herida para quitar pequeños trocitos de cristal incrustados, pensaba en lo impredecible de las acciones de Hanamichi. Entendía su reacción cuando se acercó sin querer a Keiko, pero… llevárselo hasta allí para arrinconarlo y tener sexo luego de haberlo hecho con la chica antes, y habiéndolo rechazado también cuando se le ofreció, era inentendible. Y ni hablar de la violencia que seguía desplegando en público y en privado.
Cuando su atención dejó de centrarse en su mano y en sus especulaciones disparatadas, vio que la habitación  estaba vacía. Akira los había visto refregándose a metros de él, asumía que ahora entendería un poco más  la situación y no entorpecería las cosas. Confiaba en su amigo, pero no en el genio de Hanamichi. Se apresuró a buscar con qué improvisar una venda para salir en  busca de Akira. Ya había sido suficiente para una noche, y la sensación pulsátil de dolor en su mano se lo recordaba. Si no quería regresar, volvería solo. Debía haber aceptado la sugerencia  de Kuroi minutos antes.
Aún estaba improvisando con papel sanitario una venda alrededor de su palma cuando Hanamichi ingresa cauteloso en el baño; traía en sus manos una botellita pequeña, varios paquetes de gasa y un rollo de cinta hipoalargénica.
Rukawa no sabía qué pensar del chico que le ofrecía ayuda luego de haber provocado él mismo las heridas. Otro acto inexplicable. ¿Culpa? Tal vez…

-No las necesito.
Observó su vendaje que comenzaba a teñirse de rojo, y si bien quería  las gasas, en ese instante no podía interactuar con la bipolaridad del  número diez sin que le explote la cabeza. Aún tenía que salir y encarar  a Akira… pero éste último le ahorró el esfuerzo de buscarlo irrumpiendo en el cuarto con cara de preocupación.

-Gracias por las vendas, ya te puedes ir Sakuragi – dijo  brusco Akira mientras quitaba de las manos del pelirrojo las vendas, y al ver que seguía parado allí, con clara amenaza le abrió  la puerta- ve a custodiar a tu chica, no sea cosa que alguien más necesite primeros auxilios por acercársele más  de la cuenta.

-¡No te metas! -gritó furioso Hanamichi apretando los puños.

Rukawa lo conocía tan  bien… se estaba aguantando para no lanzarle los puños a la cara. ¿Qué es lo que le  molestaba tanto? ¿Por qué no sólo se iba con Keiko y lo dejaba en paz?

-Estoy harto de tu mal genio, ya no es divertido. Vete -le volvió  a ordenar.

-Olvídalo, maldito infeliz. Me quedo aquí, quiero hablar con Rukawa, no contigo- le escupió colérico.

-Maldito infeliz es quien golpea a su pareja. ¿O es sólo un fetiche antes/durante/después del sexo, eh? -siseó y dejó helados a los dos por lo inesperado y venenoso de sus palabras.

Rukawa había padecido  incontables veces la violencia de Hanamichi, y Hanamichi también  había probado la suya en un par de oportunidades.  Tal vez, visto desde fuera ¿Akira pensaba que se dejaba golpear? Sintió  la sangre subir a su rostro, y lo abochornaba que su amigo pensase en él como si fuera una de esas chicas maltratadas por su pareja que necesitaba la intervención de otro para defenderse. No se sentía una víctima. Conoció a Hana violento, temperamental e incontrolable con todos, no sólo  con él. 

-Tú no sabes nada – dijo ya mucho más sereno Hanamichi.

-No necesito saber nada, con verlo molido a golpes y lesionado me alcanza. Eres un maldito animal.

-¡Basta! – ordenó molesto y aún con el calor en el rostro. No quería mirarlos, y se concentró de nuevo en el papel ya rojizo de su mano. ¿No podían dejar las vendas y marcharse?

Al cabo de un segundo sintió  como Akira le quitaba el papel con cuidado, y cuando miró por el espejo Sakuragi ya no estaba allí.

Casi seis meses sin publicar nada ni escribir nada... siquiera recordaba por donde iba. Hoy me acordé y al revisar mis documentos me encontré un capítulo inconcluso que pensé había subido.  Espero lo hayan disfrutado. Esta vez deseo no demorarme demasiado. Gracias y perdón!!!



























































Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora